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Estamos habituados a utilizar la palabra “humano” con la mayor naturalidad del mundo. Es el vocablo que utilizamos desde siempre para distinguirnos de los demás seres vivos. Somos conscientes de que existimos y pensamos y es por ello que hemos de utilizar un término que nos diferencie de manera nítida de los animales. Por supuesto, esa distinción tiene un significado diferente según la utilicemos con un sentido biológico (científico), filosófico o religioso.

Los filósofos de la antigüedad (y los de tiempos más recientes) meditaron sobre esta cuestión y llegaron a conclusiones interesantes y dispares. Sus reflexiones representan un legado muy valioso. Desde el punto de vista de las diferentes religiones no hay nada que debatir. Las decisiones sobre ésta y otras cuestiones quedan solo para los intelectuales de cada confesión. Tampoco los científicos tenemos las ideas muy claras. Es curioso que en las revistas científicas especializadas sobre evolución utilizamos los términos “humano” y “no humano” para distinguir a los restos fósiles de nuestros ancestros de los de los animales que convivieron con ellos en otros tiempos. En sentido figurado, casi diría que en nuestro genoma está “grabada a fuego” la idea de separarnos de manera tajante de los demás seres vivos.

Carlos Linneo pensó con acierto al clasificar a los seres humanos dentro del mundo animal. El término binomial elegido (1758) fue el de Homo sapiens (el Hombre sabio). Linneo no tuvo dudas sobre nuestra inteligencia “superior” y puso su granito de arena para establecer la frontera entre nosotros y los demás animales. Por cierto, Carlos Linneo prefirió ese nombre al de Mulier sapiens. Por supuesto, estoy seguro de que Linneo no pretendía excluir a las mujeres, porque una gran mayoría de especies tienen sexos separados. Pero en aquella época el mundo estaba totalmente dominado por los hombres. Tampoco creo que a estas alturas sea cuestión de plantearse cambiar de nombre a nuestra especie (o tal vez sí). Cuando hablamos de los “Hombres” para referirnos a los representantes de nuestra especie estamos excluyendo a las mujeres, por lo que hablar de “la humanidad” resultaría políticamente más correcto.

En definitiva, y desde que en nuestra mente se puso en marcha la conciencia del YO, parece que tenemos muy clara la distinción entre nosotros mismos y los demás seres vivos. Esa distinción encierra un punto de soberbia y una clara convicción de superioridad (de la que hablaré en otro momento) sobre el resto de seres vivos. Sin embargo, no deja de ser curioso disculpar nuestros errores con expresiones como: “es de humanos equivocarse” o “los errores son humanos”. ¡En que quedamos! Si somos superiores no deberíamos de equivocarnos.

La figura es un homenaje al genio de Leonardo da Vinci.