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A propósito de mi participación la semana pasada en un curso sobre comunicación de la Ciencia en el centro donde desarrollo mi trabajo, he tenido ocasión de reflexionar sobre varias cuestiones. Somos la especie de primate más social que existe en la actualidad y la comunicación entre los seres humanos es la más compleja desarrollada hasta el momento desde el comienzo de la vida en el planeta. Mi reflexión de hoy está motivada por una breve conversación mantenida con un profesor de cierta Universidad española, con el que me une una vieja amistad. Su hija, de unos quince años, ha dejado de mantener relaciones sociales con otros adolescentes, cuando hace no mucho tiempo pertenecía a la pandilla de amigas de la urbanización donde reside. Ahora, la hija de este buen amigo solo se relaciona de manera virtual a través de las redes sociales. La preocupación de su padre es comprensible.
Tengo entendido que este caso es muy común y las razones pueden ser muy diversas. Los expertos en psicología seguro que podrían ofrecernos buenas razones para explicar este tipo de comportamiento. Lo cierto es que la manera natural de comunicarnos entre los humanos es presencial. Tenemos un sistema muy complejo (del que hablaré en otro momento) de comunicación gestual y visual, que acompaña al propio lenguaje. Los músculos de la cara y la expresión de los ojos ofrecen un repertorio riquísimo de gestos, que algunos expertos tienen bien catalogados. Esos gestos son capaces de delatar, por ejemplo, a una persona que expresa una mentira con palabras.
La comunicación virtual es un gran logro de la tecnología, que hemos de aprovechar en beneficio de una sociedad más justa; sin embargo, los padres, educadores, y la sociedad en general tenemos que velar para que la comunicación virtual no sustituya al 100 por 100 a la comunicación presencial. Nuestros hijos se están desarrollando en una sociedad muy distinta a la que hemos vivido hace apenas unas decenas de años. Pero tendrán que aprender a compatibilizar todas las formas posibles de transmitir información. Sin ir más lejos, he tenido oportunidad de realizar varias reuniones de trabajo por vídeo-conferencia y confieso que la experiencia me ha dejado siempre una sensación de vacío, difícil de explicar con palabras. Si bien se conseguía el objetivo de comunicar determinada información imprescindible, más allá de un mensaje de texto, la sensación posterior nunca ha sido satisfactoria. Siempre me ha faltado la calidez de una reunión presencial. Sencillamente, este tipo de comunicación no está programada en nuestro genoma y nos dejará siempre cierto ánimo de insatisfacción.
Por descontado, soy ferviente partidario de todas y cada una de las formas de comunicación, desde la lectura hasta lo último en redes sociales, pasando por medios como la televisión o el cine. Sin embargo, en mi modesta opinión, la comunicación presencial nunca se perderá; es consustancial al ser humano porque somos primates sociales. Lo contrario puede llegar a convertirse en una patología peligrosa.