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Me preguntan muchas veces sobre el momento en el que nos convertimos en humanos. Dependiendo de quién formule esta pregunta el interés por la respuesta tiene varias lecturas. La más sencilla e inocente pretende averiguar qué caracteres anatómicos establecen una frontera nítida entre los homininos de nuestro linaje que comparten una mayor semejanza con los miembros de la genealogía de los chimpancés y aquellos que más se parecen a nosotros. Si esta es el única intención de la pregunta, podríamos recurrir a una vieja historia sobre la hipotética presencia de un neandertal en el metro de Nueva York vestido con traje y corbata. Ciertamente, bien afeitados, peinados a la moda y quizá con un buen traje (ellos) o vestidas y arregladas con un estilo actual (ellas) los miembros de varias de las especies del género Homo pasarían inadvertidos en el metro de cualquier ciudad cosmopolita. Es por ello que no encuentro ninguna razón objetiva para calificar a los miembros de Homo sapiens como humanos y a los de otras especies relativamente próximas en el tiempo como no-humanos, aunque existan diferencias genéticas entre unas y otras.

Las demás especies de nuestra genealogía, aquellas cuyos miembros llamarían la atención y su presencia inquietaría a los viajeros del metro de Nueva York, aún vestidos, duchados y bien arreglados, supongo que no merecen el desprecio de nadie. Al fin y al cabo, si estamos ahora aquí es por ellos sobrevivieron y se adaptaron a todas las vicisitudes del medio ambiente. Tenemos que ponerlos en un sitio de honor en nuestro álbum genealógico y quizá hasta los incluiríamos en el selecto club de los humanos. Aparte de poder caminar erguidos (sin haber perdido la capacidad de trepar con enorme facilidad) el aspecto de aquellos antepasados era esencialmente muy similar al de los chimpancés actuales. Sencillamente, las diferencias genéticas entre nuestros ancestros de hace entre seis y dos millones de años y los actuales chimpancés eran mínimas. Entonces, ¿por qué los “humanos” actuales no tenemos un enorme respeto hacia nuestros primos hermanos? Los miramos con curiosidad en los zoológicos, provocan nuestra sonrisa en los circos, esperamos avances científicos con su sacrificio en los laboratorios, los enviamos al espacio para saber que nos puede suceder a nosotros en situaciones límite y, por supuesto, no nos importa destruir el escaso medio natural que aún les queda en el planeta. Esto mismo es aplicable a otros primates, entre los que incluimos a los demás simios antropoideos (gorilas, orangutanes  e hilobátidos). Todos ellos se encuentran en peligro de extinción.

Por fortuna, no todos los miembros de nuestra especie responden de manera instintiva a la necesidad de eliminar a las especies que no nos resultan provechosas. Por fortuna, muchos piensan en que podemos compartir el planeta con todas ellas. El proyecto Gran Simio, liderado por el español Pedro Pozas Terrados, lucha por algo tan obvio como defender los derechos de nuestros parientes primates más próximos en la evolución. Que tengamos que pelear por defender a otras especies es una razón objetiva para dudar sobre los méritos de muchos de los miembros de nuestra especie para mantener en su curriculum el calificativo de humanos.