Seleccionar página

El cerebro, ese universo todavía tan desconocido, no deja de maravillarnos y es objeto de un interés prioritario para la ciencia. Sobre su funcionamiento podemos hacer docenas de reflexiones. Mi predicción es que el futuro de la humanidad dependerá de cuanto aprendamos sobre los centenares de enigmas que todavía ignoramos sobre las funciones cerebrales. No puedo ocultar mi pasión sobre todo cuanto se va conociendo sobre las capacidades cognitivas del cerebro humano. Para empezar es interesante centrarse en algo aparentemente tan simple como la evolución de su volumen a lo largo de la genealogía humana.

Durante los cuatro primeros millones de años de nuestra evolución apenas se produjo un leve incremento del cerebro con respecto al ancestro común que compartimos con los chimpancés. Nuestros remotos antepasados apenas contaban unos 350-400 centímetros cúbicos de masa cerebral. Los parántropos, que persistieron en África hasta hace un millón de años y convivieron con varias especies del género Homo, llegaron a tener un cerebro de hasta 550 centímetros. Sin embargo, el aumento de su cerebro no respondió a algún tipo de adaptación peculiar, sino al crecimiento isométrico (proporcionado) de todo su organismo. Los parántropos llegaron a tener una estatura de 150 centímetros y su cerebro aumentó en consonancia con su tamaño corporal. El inicio del crecimiento exponencial, que supuso un aumento relativo del cerebro con respecto al resto del cuerpo, comenzó hace unos dos millones de años en el género Homo. La especie Homo habilis ya llegó a tener entre un 50 y un 60 por ciento más de volumen cerebral, con un cuerpo que apenas había crecido con respecto al de sus ancestros del género Australopithecus. En las especies Homo ergaster y Homo erectus el volumen del cerebro llegó a duplicarse, mientras que las especies recientes (Homo neanderthalensis y Homo sapiens) hemos multiplicado como mínimo por tres el volumen inicial. Nuestro coeficiente de encefalización, medido mediante la relación tamaño corporal/tamaño cerebral, se fue incrementando de manera ostensible y sufrió una aceleración exponencial hace aproximadamente un millón de años. Además, no todas las regiones han crecido por igual. Mientras que algunas de ellas han permanecido con el mismo volumen, el llamado necórtex cerebral fue creciendo hasta alcanzar un desarrollo espectacular en nuestra especie.

esquemaDurante varios millones de años, la curva del aumento del volumen del cerebro de los homininos tuvo una pendiente muy suave. Con la llegada del género Homo y la aparición de la tecnología, la curva ascendió de manera cada vez de más rápida y acabó por transformarse en exponencial. El planteamiento más simple e inmediato es establecer una correlación entre el incremento diferencial del volumen del cerebro y el aumento de la complejidad tecnológica. A mayor tamaño cerebral (y en particular del neocórtex) mayor inteligencia. Sin embargo, la tecnología solo ha experimentado un cambio drástico en los últimos tiempos y en particular durante los siglos XX y XXI.

Como explicaré en el siguiente post, la complejidad tecnológica ha seguido una curva totalmente distinta a la del cerebro. Este hecho prueba de manera fehaciente que no todo consiste en tener un cerebro grande, sino más complejo. Lo que si parece cierto es que, grosso modo, un cerebro de gran tamaño ha tenido ventajas adaptativas en nuestra evolución. La mejor prueba de ello es que en estos momentos yo escribo un texto y en pocos días otros humanos leerán estas líneas. ¡Estamos vivos y hemos llegado hasta el siglo XXI!. Y todo ello a pesar de que el coste energético que supone mantener un cerebro tan grande representa nada menos que el 20 por ciento de toda la energía que consumimos cuando permanecemos en reposo. Si dedicamos un gran esfuerzo a pensar o reflexionar y, en definitiva a trabajar con nuestras neuronas, ese gasto aún será mayor.