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Hace 2,7 millones de años aparecen las primeras herramientas en África. Olduvayense

Hace aproximadamente 2.700.000 años una especie de nuestra genealogía comenzó a fabricar de manera sistemática las primeras herramientas de piedra. El yacimiento de Kada Gona, en Etiopía, ha proporcionado esas primeras evidencias, aunque las primeras se encontraron en el conocido yacimiento de Olduvai, en Tanzania y de ahí el nombre de la técnica: Olduvayense. La forma de fabricar

utensilios era tan simple, que consistía únicamente en golpear cierto tipo de rocas con un percutor para obtener lascas afiladas. El producto resultante apenas se retocaba para ser reutilizado. Una tecnología de usar y tirar. Por cierto, en el siglo XXI casi estamos volviendo al mismo concepto, aunque por intereses diferentes.

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África, hace 1,7 millones de años: primera gran revolución en la tecnología: el Achelense

Un millón de años más tarde otra especie fue capaz de revolucionar la tecnología. El yacimiento de Kokiselei 5, situado en la ribera oeste del lago Turkana, en Kenia, y fechado en 1.760.000 años, nos ofrece pruebas de ese salto tecnológico. La materia prima se elegía mejor, las herramientas se estandarizaban y se fabricaban con un repertorio de golpes, siguiendo un protocolo más o menos bien establecido. Esta tecnología se descubrió por primera vez en el yacimiento francés de Saint Acheul Francia y recibió por ello el nombre de Achelense.

Tuvo que transcurrir otro millón y medio de años para que varias especies fueran capaces de ofrecernos una nueva revolución tecnológica. Esta vez, las novedades se consiguieron en varios lugares de África y Eurasia, porque ya habíamos colonizado este último continente. Las herramientas de piedra se elaboraban con mucho más esmero a partir de un núcleo preparado al efecto y cada una de ellas tenía una función diferente. Para entonces nuestro cerebro ya había alcanzado el volumen que exhibimos hoy en día, aunque seguíamos viviendo en la llamada “Edad de Piedra”. 200.000 años más tarde, conseguimos herramientas formadas por dos o más elementos, que interaccionaban entre sí para cumplir su cometido (por ejemplo, el arco y las flechas). Cada revolución tecnológica seguía las mismas pautas: innovación, dispersión de las nuevas ideas y socialización. Esta última fase se caracterizaba por el conocimiento y uso generalizado de las herramientas.

La gran revolución Neolítica, ocurrida en varios lugares del planeta hace entre 10.000 y 7.000 años antes del presente, cambió nuestra economía (agricultura y ganadería) y disparó el crecimiento demográfico de la humanidad y el consiguiente contacto entre pueblos diferentes. Gracias a los modernos sistemas de comunicación, ese contacto se ha multiplicado por mucho en los últimos decenios, produciendo estímulos cerebrales mutuos entre individuos que pueden estar en contacto visual o en contacto virtual. Las nuevas formas de comunicación han incentivando de manera increíble nuestra capacidad de innovación. El cerebro colectivo ha comenzado a funcionar, impulsando el progreso de la tecnología hacia cotas inimaginables hace solo algunos años, excepto para mentes privilegiadas como las de Julio Verne.

En definitiva, la curva del desarrollo tecnológico siempre ha tenido una pendiente ascendente muy suave y totalmente distinta a la exponencial del incremento del cerebro (ver post anterior). Cada revolución tecnológica significaba un pequeño salto cualitativo hacia una curva diferente. La revolución neolítica incrementó la pendiente y todo parecía apuntar a que las dos curvas, cerebral y tecnológica, se encontrarían en algún punto de la gráfica. En mi opinión, no ha sucedido así, el último salto cualitativo de la tecnología ha sido brutal y, no solo se ha sobrepasado de largo la curva del aumento del tamaño del cerebro, sino que se ha pasado a una curva totalmente distinta que, ahora sí, ha tomado un desarrollo exponencial propio. Será interesante reflexionar sobre los factores intrínsecos de nuestros cerebros sobre-estimulados y con infinidad de nuevas conexiones neuronales y los factores extrínsecos de nuestros cerebros conectados en un cerebro social y colectivo. ¿Reside en esta nueva adaptación el posible éxito de la especie y la garantía del futuro de la genealogía humana o nos hemos pasado de frenada y caminamos hacia el abismo?