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Un amable lector de este blog de Quo se pregunta sobre la posibilidad de reconocer el carácter antrópico de una presunta herramienta de piedra ¿Cómo podemos saber que una piedra ha sido tallada por la mano de un ser humano de cualquier especie?

La pregunta no se responde con facilidad, por lo que me veo obligado a escribir, quizá más de la cuenta. De hecho, no son pocos los casos en los que reputados investigadores han tenido que rectificar su pretensión de que tal o cual yacimiento tiene un origen antrópico en base a las presuntas herramientas halladas en esos lugares.

Para empezar, es fundamental tener un buen marco cronológico, que se consigue con la aplicación de uno o más métodos de datación numéricos y/o relativos. En segundo lugar, la presencia añadida de restos fósiles de animales con signos de haber sido descuartizados, hace que un yacimiento goce de total credibilidad. Por descontado, si además se encuentran restos fósiles humanos todas las dudas desaparecen y las herramientas asociadas son incuestionables.

Pero, ¿qué sucede cuando solo encontrados presuntos útiles de piedra? Este es un caso muy frecuente, porque la materia orgánica desaparece con enorme facilidad, a menos que se den circunstancias muy particulares (cuevas, fondos de lago, marismas, etc.).

Las herramientas muy trabajadas no ofrecen ninguna dificultad, pero en la tecnología más arcaica la fabricación de una herramienta puede limitarse a uno o unos pocos golpes. La naturaleza puede “imitar” perfectamente la mano humana, simplemente con el golpeo de una piedra contra otra en su transporte por el curso alto de un río. Los especialistas han llamado a estas falsas herramientas “geofactos”; es decir, supuestos útiles producidos por un evento geológico normal.

El reconocimiento de las verdaderas herramientas está condicionado a varios factores. Por ejemplo, el lugar donde se encuentran. Podemos poner el ejemplo el fondo de la cueva de la Gran Dolina (sierra de Atapuerca), donde en 1990 se encontraron varias herramientas de cuarcita, supuestamente de un millón de años de antigüedad. Aquel hallazgo fue muy cuestionado, porque en aquella época se consideraba que la humanidad europea era mucho más reciente (500.000 años antes del presente).

Sin embargo, el hecho de que las herramientas se encontraran en el fondo de una cueva ya era un síntoma de que la mano de un ser humano había intervenido en su construcción. Las cantos de cuarcita de las terrazas de los ríos no se encuentran en el fondo de una cueva, a menos que alguien las haya transportado hasta ese lugar.

Las herramientas tenían varios golpes reconocibles, con sus impactos correspondientes. Esta era otra prueba, aunque no la definitiva. El hallazgo fue ganando credibilidad a medida que la colección aumentaba sus efectivos. Una vez demostrada la presencia de seres humanos en Europa con una antigüedad de hasta 1,4 millones de años, las herramientas del fondo de la cueva de la Gran Dolina fueron definitivamente admitidas por toda la comunidad científica.

El corolario no es otro de que “no es todo oro lo que reluce”. La ciencia necesita pruebas repetitivas para que una hipótesis gane credibilidad. Cuidado con los geofactos. Son muy engañosos.