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Cráneo D4500, durante su limpieza y restauración. Foto de Elena Lacasa y Pilar Fernández.

La revista Science publica hoy un artículo sobre el último cráneo hallado en el yacimiento de Dmanisi, en la República de Georgia. Por el momento, los restos fósiles de homininos encontrados en este yacimiento son los más antiguos encontrados fuera del continente africano, con una cronología de 1,8 millones de años. Se trata de cinco esqueletos, seguramente completos, que poco a poco se han ido recuperando desde 1991. Aunque el cráneo número cinco (D4500) fue encontrado en 2006, los especialistas han demorado su publicación hasta 2013. Ignoro las razones, aunque puedo imaginar las dudas que surgieron en el seno del equipo investigador principal de Dmanisi ante las características de este ejemplar.

Los responsables de la excavación de Dmanisi asumieron que los cinco individuos hallados hasta el momento murieron en un lapso de tiempo prácticamente instantáneo, posiblemente relacionado con una erupción volcánica. En otras palabras, todos ellos pudieron pertenecer a la misma población y, por tanto, a la misma especie. No todos están de acuerdo, y existen datos geocronológicos que sugieren una hipótesis diferente. La historia de las investigaciones es muy larga y ya ha sido objeto de un libro muy interesante redactado por mi buen amigo el investigador Jordi Agustí junto al responsable de las excavaciones, David Lordkipanidze. En esa historia hemos participado varios miembros del equipo investigador de Atapuerca, por lo que las conclusiones que se publican hoy en la revista Science nos interesan y mucho.

Esas conclusiones también van a interesar a muchos especialistas, que sin duda habrán generado un buen torrente de adrenalina entre los lectores. El caso es que el cráneo que hoy se publica y su mandíbula correspondiente (D2600), hallada en 2000, tienen un tamaño muy superior al de los otros especímenes. A pesar de ello, el neurocráneo de D4500 es más pequeño (546 centímetros cúbicos) que el de los restantes cráneos. Desde hace tiempo venimos advirtiendo a David Lorkipannidze sobre la posibilidad de que en Dmanisi se estén encontrando dos especies o subespecies distintas. Un investigador británico (Matthew Skinner), que también estudió los originales de las mandíbulas, se atrevió a publicar un artículo en una revista de mucho impacto científico, en la que advertía sobre las diferencias de tamaño de D2600 y las otras mandíbulas. Esas diferencias eran incluso superiores a las que presentan los gorilas, cuyo dimorfismo sexual (diferencias de peso y tamaño entre machos y hembras) es del 100%. Los machos de gorila duplican el peso de las hembras, debido a su particular biología social. Los machos pelean entre sí por cubrir a todas las hembras de su grupo.

Por descontado, ese trabajo no fue del agrado del equipo investigador de Dmanisi, que siempre ha optado por defender la unicidad de la especie, sin duda aconsejados por los investigadores extranjeros que colaboran con ellos.
El cráneo D4500 y la mandíbula D2600 forman un especimen realmente espectacular, con un cráneo pequeño y un aparato masticador descomunal. Los dientes son enormes y su desgaste sugiere una masticación prolongada de alimentos de origen vegetal. El tamaño y la forma de este cráneo contrasta con los otros cuatro ejemplares, de cerebros algo más grandes (600-700 centímetros cúbicos) y aparato masticador reducido.

A pesar de ello, los autores de artículo de Science vuelven a defender la unicidad específica de todos los ejemplares de Dmanisi, que incluyen en la especie Homo erectus. Es más, se atreven a ir mucho más allá, sugiriendo que la variabilidad descrita desde hace años en yacimientos africanos (Homo habilis, Homo rudolfensis y Homo ergaster) puede resultar un artefacto debido a las limitaciones del registro fósil. Se trata de una verdadera “vuelta de tuerca”, que no será bien acogida por una gran mayoría de especialistas.

En mi opinión, los argumentos que se vierten en este último trabajo sobre cuestiones paleoecológicas son poco consistentes y olvidan las diferencias entre los ecosistemas de África y Eurasia durante los últimos dos millones de años. Que la especie Homo erectus incluya a todos los ejemplares africanos y eurasiáticos comprendidos entre hace dos millones de años y 100.000 años me parece cuando menos una osadía con una base científica muy dudosa. La variación que se observa en el registro del género Homo en todo este tiempo es considerablemente superior a la que mostramos hoy en día las centenares de poblaciones que formamos la especie Homo sapiens.

Como conclusión, tengo la certeza de que en los próximos meses asistiremos a una reacción de una gran parte de la comunidad científica para poner cada cosa en su sitio. El hecho de que una revista tan influyente como Science publique un cierto trabajo no convierte a sus conclusiones en dogma científico, sino en materia de debate.