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Mi buen amigo Pedro Pozas, máximo responsable del Proyecto “Gran Simio”, termina siempre su correos con la frase siguiente:
“La igualdad más allá de la humanidad». Debemos romper la barrera de las especies».

Pedro Pozas defiende casos que parecen perdidos, como el respeto a nuestros primos los simios antropoideos o la desnutrición de los niños del llamado Tercer Mundo ¿Se trata del anhelo de un mundo ideal o de posibilidades reales? Aunque suelo ser bastante pesimista en muchas de mis apreciaciones sobre el futuro de la humanidad, pienso también que no tenemos que perder la esperanza.

Si nos centramos en la cuestión de las especies, la genética nos está mostrando un escenario de la vida, que a primera vista no parecía posible. Los humanos somos muy maniáticos y nos empeñamos en clasificar y etiquetar. Las plantas y los animales no se han librado de esta manía. Esto no es malo, sino todo lo contrario. Así podemos llamar a cada cosa o a cada ser vivo por su nombre y entendernos, que no es poco. Sin embargo, en otra ocasión escribí que la naturaleza no es discontinua. Puede que esa costumbre de poner etiquetas nos haya permitido establecer una perfecta distinción entre nosotros, los seres humanos, y los otros seres vivos. Pero si eliminamos cualquier indicio de cultura de nuestras sociedades, las distinciones se diluyen

Volviendo a la genética, y en particular al ámbito del ADN de las especies extinguidas, resulta que los humanos actuales somos un curioso de cóctel de genes llegados de quién sabe cuantas procedencias. Cuando la población africana ancestral emigró hacia todos los rincones del planeta parece que no se dedicó a eliminar de manera sistemática a todos sus competidores, sino que le tomó gusto a eso de hibridarse con unos y con otras. Las pruebas están presentes en nuestro genoma: neandertales, denisovanos y quién sabe cuantos más.

Así que cuando hablamos de razas o de tipologías humanas (términos que se quedaron obsoletos hace muchos años) no hacemos sino distorsionar la realidad con más etiquetas. Pese a quién pese, todos y cada uno de nosotros llevamos los mismos genes de procedencias muy diversas y apenas nos diferenciamos por pequeñas variantes. La cultura (trajes, adornos, etc.) son los máximos responsables de las diferencias observables y no tanto las propias variantes genéticas. La barrera de las especies no es una barrera real, sino un artificio interesado. Y cuando hablamos de los seres humanos el artificio es aún mayor. Eso lo sabía muy bien Nelson Mandela, tenaz defensor de una causa que parecía perdida. Su ejemplo no puede desaparecer con él. Descanse en paz.