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La imagen muestra a una hembra de Ardipithecus con su cría. Dibujo de Eduardo Sáiz.

Las investigaciones sobre el genoma de los chimpancés y el de nuestra propia especie confirman que compartimos con ellos un antecesor común. Dicho de otro modo, los chimpancés son los primates vivos filogenéticamente más próximos a los humanos actuales. Las estimaciones de los expertos sitúan el momento de la separación entre la genealogía de los chimpancés y la genealogía humana hace entre 5 y 7 millones de años. La horquilla es ciertamente muy amplia, pero también es muy complicado para los expertos evaluar las diferencias (1,5% de las regiones genómicas comparables) y traducirlas a valores de tiempo.

El registro fósil tampoco ayuda demasiado a precisar la fecha de divergencia. En ese tiempo (finales del Mioceno), todo el continente africano era un auténtico vergel, donde el clima cálido y la humedad reciclaban la materia orgánica con la misma velocidad que hoy en día sucede en las selvas tropicales. La probabilidad de que los huesos de un primate o de cualquier otro vertebrado terminaran por convertirse en fósiles era muy pequeña. Apenas contamos con un puñado de restos fosilizados de simios antropoideos de esa época, atribuidos a varias especies. Los descubridores de tales hallazgos se atribuyen la gloria de haber hallado el antecesor común, pero los datos que ofrecen cada pequeña muestra de fósiles es demasiado escasa como para estar seguro de ello.

Si duda, el registro más completo procede del este de África, en las tierras que en la actualidad pertenecen al estado de Etiopía. Se trata de unos de los países más pobres del planeta, pero el más rico en yacimientos con información para el estudio de la evolución humana. Curiosa paradoja. En los años 1990 del siglo XX comenzaron a encontrarse restos fósiles de dos especies atribuidas a un nuevo género: Ardipithecus Una de las especies, Ardipithecus kadabba vivió en la llamada depresión de Afar (región media del río Awash) hace entre 5 y 6 millones de años. La otra especie, Ardipithecus ramidus, es más reciente y parece ser descendiente de la primera. La cronología de esta última especie se estima entre 4,5 y 4,1 millones de años y su hallazgo produjo un gran revuelo y no menos polémicas. Pero, ¿qué hallazgo en evolución humana no está exento de debate?

ardiEl conjunto más importante de restos de Ardipithecus ramidus perteneció a una hembra, apodada Ardi, cuya estatura era poco mayor de 120 centímetros, pesaba unos 50 kilogramos y su cerebro apenas llegaba a los 300 centímetros cúbicos. La vida de Ardi transcurrió en bosques cerrados, con una dieta omnívora similar a las de los chimpancés, en la que abundarían frutos, semillas y otros alimentos de origen vegetal. Los restos óseos de sus manos y pies estaban perfectamente adaptados a trepar con enorme facilidad. El primer dedo era bastante más corto que los demás y estaba separado de los demás para realizar la pinza de presión y sujetarse con fuerza a las ramas. Gracias al hallazgo de buena parte de la pelvis, se sabe que Ardi también caminaba erguida por el suelo buscando alimento. Los caninos de los ardipitecos se había reducido a tal punto que apenas destacaban del resto de dientes anteriores. Ese detalle anatómico sugiere que el conflicto entre los machos estaba en franca regresión y que aquella especie posiblemente gozaba de una notable cohesión social en sus grupos.

Si ciertamente se confirma en el futuro que los ardipitecos formaron parte directa de nuestra genealogía, cabe especular con una inquietante posibilidad. Es muy posible que los chimpancés actuales sean más inteligentes que aquellos primeros representantes del linaje humano. Al menos, el cerebro de los chimpancés (y en particular el de los bonobos) es un 50% mayor que el de los ardipitecos. Ya sabemos que la inteligencia no es solo cuestión de tamaño, así que se trata solo de una especulación y una sugerencia provocadora.