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Resto mandibular del yacimiento de la cueva de la Sima del Elefante (sierra de Atapuerca), datado de 1.200.000 años. Se observa un posible granuloma en el alveolo del canino derecho, así como otros posibles problemas que afectaron a la salud del hueso alveolar. Los dientes están rotos postmortem y aparecen muy gastados.

En el ámbito cientifico de la evolución humana y en el estudio de las poblaciones pretéritas (incluidas las que vivieron en la historia relativamente reciente) existe una línea de investigación, que los expertos han llamado paleo-patología. Aunque en ocasiones parezca cosa de ciencia ficción, los fósiles más antiguos pueden mostrar claras evidencia de enfermedades sufridas por pacientes que vivieron hace miles o incluso millones de años.

Confieso que esta línea de investigación no es mi favorita. Me acerqué a ella hace ya muchos años, cuando empecé a preparar mi tesis doctoral en 1980. Mi directora de tesis, la Dra. Pilar-Julia Pérez (ya retirada) es una magnífica experta en estos temas, pero no logró contagiarme su entusiasmo. La razón fundamental es que solamente podemos diagnosticar enfermedades en aquellos individuos que logran sobrevivir a sus primeros meses (o años) de vida y que nos “han legado” sus restos fosilizados. Es obvio que, salvo casos excepcionales de individuos en estado aún embrionario o perinatales, la inmensa mayoría de casos de estudio corresponden a jóvenes y adultos. Estos individuos superaron posibles enfermedades acontecidas durante sus primeros años de vida, cuando la mortalidad antes de los diez años alcanzaba valores de incluso más del 50 por ciento de los nacidos y, en consecuencia, la esperanza de vida al nacimiento era bajísima. Esta es la razón fundamental por la que la demografía de las poblaciones del pasado se mantuvo estable a duras penas casi hasta tiempos históricos, una vez apareció el nuevo sistema económico que trajo consigo el Neolítico (agricultura y domesticación de animales).

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Primer molar inferior de la Sima de los Huesos de Atapuerca, fechado en unos 400.000-500.000 años de antigüedad, en el que se observa una cicatriz lineal en la corona (hipoplasia del esmalte). La posición de esta cicatriz en la corona sugiere que el propietario/a de este diente sufrió algún tipo de dolencia puntual (o malnutrición) hacia los dos años y medio de su vida, quizá relacionado con el proceso de destete.

Los expertos en paleopatología tratan de realizar un diagnóstico a pacientes, generalmente adultos, que no les pueden contar sus síntomas y de los que solo se dispone de una parte de su esqueleto. Cuando se investiga en épocas remotas, raro es el caso en el que se conservan la mayor parte de los huesos del individuo. En muchas ocasiones el diagnóstico es muy obvio, pero en otras es necesario presentar varias hipótesis para explicar una dolencia que ha quedado impresa en los huesos. Por descontado, si las enfermedades no dejan su huella en los restos óseos será imposible averiguar la posible causa de la muerte.

A pocos metros de donde tengo mi despacho se expone “Miguelón” en el Museo de la Evolución Humana, el  cráneo número 5 y el individuo 21 de la Sima de los Huesos de Atapuerca. Miguelón pasó la prueba de posibles enfermedades durante los más de 35 años que llegó a vivir. Sin duda fue un tipo sano y fornido. Pero tuvo la mala suerte de que se le rompiera (o le rompieran) un diente. Sin antibióticos y quizá sin otros remedios medicinales del Pleistoceno, a Miguelón se le infectó la cavidad pulpar, abierta a la entrada de patógenos. La infección tuvo que ser brutal, a juzgar por las secuelas que dejó en los huesos de su cara. Sin embargo, nunca podremos saber si esa fue la causa de su muerte (posible septicemia generalizada).

De esta línea de trabajo me han interesado las secuelas que la malnutrición o determinadas enfermedades inespecíficas dejan en los dientes. En estos casos, el esmalte y la dentina no se forman de manera correcta y quedan verdaderas cicatrices, generalmente visibles a simple vista. El esmalte y la dentina no sufren la remodelación que caracteriza  a los huesos y las huellas de las dolencias persisten de por vida. Es más, puesto que los dientes siguen una pauta muy constante de crecimiento a lo largo del desarrollo de cada individuo, es relativamente sencillo averiguar la edad a la que ocurrió el problema de salud o el estado de malnutrición. Esta es quizá una de las maneras más seguras de diagnósticar el estado de salud general de una población del pasado que, en definitiva, es más informativo que el caso sintomático de un individuo aislado. Pero no es nada desdeñable la posibilidad de averiguar dolencias y posibles causas de muerte de personas con interés histórico.