Seleccionar página

Como reza el título del post, el gran secreto del cerebro de Homo sapiens ha sido alcanzar un tamaño considerable con respecto al de nuestros antepasados, pero con un tempo cada vez más lento. Solo tenemos que comparar a un neonato humano con un chimpancé recién nacido. Este último alcanzará en muy poco tiempo un desarrollo neuromotriz considerable; correrá y trepará para huir de los peligros que le acechan, aunque pasará mucho tiempo con su madre hasta que se produzca el destete. Eso sucederá hacia los cuatro años, pero para entonces ya habrá completado el crecimiento de su cerebro y habrá alcanzado la madurez en la mayoría de sus capacidades cognitivas. Por el contrario, el bebé humano pasará varios meses con una movilidad muy limitada (altricialidad), escasa capacidad visual (aunque con un olfato muy desarrollado para detectar a su madre) y la comunicación justa para llamar la atención y reclamar alimento. Si un chimpancé naciera con esas mismas condiciones en su medio natural moriría en pocos días.

Hacia los dos años, la anatomía de nuestra laringe, faringe y demás elementos anatómicos necesarios para comunicarnos estarán listos para comenzar a construir el complicado lenguaje que nos caracteriza. Sin embargo, todos sabemos que aún tardaremos varios años en conseguir un discurso fluido, rico en palabras y matices. Después del primer año de vida estaremos preparados para caminar erguidos, pero pasará todavía algún tiempo para correr, saltar e incluso para trepar a los árboles. Haremos todo esto con menor gracia y agilidad que un chimpancé, porque la selva no suele ser nuestro medio natural. En cambio, al cabo de varios años tendremos una capacidad conceptual cada vez más compleja, aprenderemos a describir las cosas, tendremos una gran creatividad, innovaremos, fabricaremos objetos útiles o sin ninguna utilidad más que para conseguir placer intelectual, etc., etc.

Para llegar a un nivel aceptable de nuestras capacidades cognitivas generales tendremos que llegar a la adolescencia, un largo período en el que nuestro cerebro experimenta cambios muy importantes que merecen un capítulo aparte. No es infrecuente que determinados niños sean capaces de resolver problemas matemáticos o tener habilidades musicales a edades muy tempranas. Sin embargo, disponer de altas capacidades en alguna tarea determinada no implica el desarrollo completo de todas las posibilidades del cerebro. Hablando en términos generales, el cerebro del género Homo ha ralentizado su desarrollo. No podemos saber si los recién nacidos de Homo erectus eran tan altriciales como los de Homo sapiens. Si los recién nacidos de otras especies del género Homo no fueron tan precoces como los neonatos de los chimpancés, a buen seguro los progenitores tuvieron una ardua tarea para sacar adelante a sus crías. Este es precisamente el “compromiso evolutivo” de nuestra especie.

El cerebro de Homo sapiens se desarrolla con una gran lentitud, pero a cambio conseguimos una complejidad mucho mayor que la de nuestros ancestros del Plioceno. Recibimos mucha más información durante más tiempo. Los progenitores aportamos esa carga extra de energía para proteger el largo desarrollo del cerebro de nuestras crías, como antes lo hicieron nuestro padres con nosotros. Se trata de la “estrategia” evolutiva fundamental de Homo sapiens, que tanto éxito ha cosechado (por el momento).