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Los dioses del Olimpo, según una pintura de Rafael de Urbino.

Todos los indicios sugieren que nuestra especie se formó en el África subsahariana hace aproximadamente 200.000 años. Desde el punto de vista de su anatomía esquelética, aquellos humanos eran prácticamente idénticos a nosotros. El registro arqueológico nos revela sus habilidades para fabricar eficaces utensilios de piedra, su capacidad para manejar materias primas como el hueso y la madera, su destreza para manipular las pieles de los animales o sus posibilidades para disponer de una dieta cada vez más variada. Más adelante llegarían las manifestaciones artísticas y el pensamiento simbólico. Pero, ¿cuándo fuimos conscientes de nosotros mismos?, ¿cuándo adquirimos la conciencia de nuestras capacidades como predadores temibles, pero también de nuestras debilidades frente al mundo que nos rodeaba?

En algún momento, seguramente cercano en el tiempo, tuvimos que ser conscientes de nuestras limitaciones físicas: la gravidez nos impedía volar como las aves, necesitábamos el aire para respirar, el agua y los alimentos eran imprescindibles para la vida, las enfermedades y el dolor podían mermar nuestras capacidades y finalmente llegaba la muerte. En aquel amanecer de nuestra mente todavía éramos incapaces de buscar una explicación para entender la realidad. Sencillamente estaba naciendo una nueva manifestación biológica de un cerebro complejo, que nos permitía reflexionar sobre nuestra incapacidad para controlar la mayoría de los acontecimientos que podíamos observar. Por primera vez comenzamos a sufrir de manera consciente la ausencia de libertad para regir nuestro propio destino. Puedo imaginar el sentimiento de angustia en el despertar de aquella particular manifestación de nuestra conciencia primigenia.

Pero la capacidad adaptativa de nuestra especie es fascinante. Nuestro cerebro tiene una potencialidad extraordinaria y no tardamos en encontrar una solución para esa angustia vital: inventamos a nuestros dioses. Cada uno de ellos podía ofrecer una solución a los problemas planteados. El maravilloso cerebro de Homo sapiens diseñó dioses con capacidades extraordinarias a la medida de nuestras necesidades. Es más, en algún momento llegamos a la conclusión de que nuestro destino final sería compartir esas capacidades con éllos, una vez superada la etapa de la vida mortal. La capacidad de abstracción y el simbolismo fueron decisivos en este proceso mental tan extraordinario.

Y así nacieron también los intermediarios entre los dioses inmortales y los humanos temerosos. Conseguir los favores de los dioses se convirtió en una actividad necesaria de las sociedades primitivas, que fue canalizada a través de algunos elegidos para esta misión. De este modo se formó la que quizá haya sido la profesión más antigua de la humanidad. Durante milenios, la ignorancia, la superstición y el miedo han sido compañeros de una especie que adquirió conciencia, realizó un diseño inteligente de sus dioses y perdió una parte de su libertad.