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En evolución humana se habla muy poco de los gorilas, a pesar de su estrecha relación filogenética con nosotros. Compartimos con ellos entre el 97 y 98 por ciento de los genes comparables. Los genetistas siguen tratando de estimar el tiempo transcurrido desde nuestra separación filogenética, que la paleontología cifra entre 8 y 12 millones de años. Como sucede con todos los simios antropomorfos y los homininos más antiguos, su hábitat no es precisamente favorable a la conservación de restos óseos en yacimientos paleontológicos.

Es posible que en el pasado los gorilas habitaran todo el centro y oeste de África. En la actualidad, las poblaciones de gorilas están escindidas en dos regiones muy distantes entre sí, al punto de ser consideradas como especies diferentes, Gorilla gorilla y Gorilla beringei. La primera se encuentra distribuída en el oeste de África, en países como Gabón, Camerún y la República del Congo, mientras que la segunda sobrevive a duras penas en la República Democrática del Congo, relegada generalmente a zonas montañosas. La discreción de los miembros de estas especies es proverbial. La observación de su comportamiento en el medio natural es complicada y nos queda todavía mucho por aprender y saber de ellos. Su extinción podría suceder en el siglo XXI, sin terminar de conocer todo cuanto nos pueden enseñar sobre nuestra propia identidad.

Quizá lo más intersante de la biología de los gorilas reside en su comportamiento social. La rivalidad de los machos por conseguir que sus genes pasen a la siguiente generación ha provocado una tendencia hacia el aumento de su tamaño corporal. Solo unos pocos machos son los encargados de perpetuar la especie. Su peso puede llegar a los 200 kilogramos, duplicando el peso de las hembras. Sus poderosos caninos y su corpulencia los hace temibles ante cualquier rival de su propia especie o ante los invasores de su intimidad. Cierto es que su instinto de perpetuidad genética puede llevarles al infanticidio de los grupos rivales en casos excepcionales. Sin embargo, los gorilas son vegetarianos y pacíficos. Si pudieran expresarse como nosotros nos dirían aquello de “haz el amor y no la guerra”. La zoóloga estadounidense Dian Fossey (1932-1985) sabía muy bien que el comportamiento violento de los “espalda plateada” casi podía compararse con una representación teatral hacia los adversarios que le disputaban la primacía del grupo. Mucho de lo que sabemos de los gorilas se lo debemos a esta científica, que nos dejó un enorme legado de conocimiento sobre los gorilas de montaña antes de ser violentamente asesinada por los cazadores furtivos de estos animales.

Los machos espalda plateada son verdaderos líderes naturales, que toman decisiones, defienden y guían a las hembras y crías de su grupo. Algunos observadores han sido capaces de acercarse lo suficiente a los grupos de gorilas para constatar que utilizan objetos de manera ingeniosa a modo de herramientas. Si establecemos una relación entre el tamaño corporal y el peso del cerebro de un gorila macho el resultado será poco favorable para estos simios en contraste con los chimpancés. Pero la comparación de estas dos variables no es el mejor método para medir el nivel de las habilidades cognitivas de una especie. Los gorilas son ciertamente simios muy inteligentes, que aún nos darán mucha información sobre la génesis de nuestra genealogía.

La conocida película “El planeta de los Simios”, estrenada en 1968 y dirigida por Franklin Schaffner, nos presenta a varias especies de simios antropomorfos bípedos y tan inteligentes como nosotros. Es curioso que los más violentos de entre aquellos simios estén representados por guerreros parecidos a los gorilas. Aunque el director de la película se permitiera esa licencia por puro desconocimiento del comportamiento de los simios antropoideos, su mensaje final era demoledor: los verdaderos violentos no son ellos, sino los últimos representantes del linaje humano, capaces de acabar con su propia civilización.