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En 1994 el investigador Italo Biddittu encontró varios fragmentos craneales fósiles entre los sedimentos de la cuneta de una carretera de la provincia italiana de Frosinone, próxima a la localidad de Ceprano y a unos 89 kilómetros de Roma. La reconstrucción de un neurocráneo a partir de aquellos fragmentos dejó perplejos a todos cuantos examinaron el resultado. Los rasgos craneales, y en particular la enorme visera de hueso situada encima de las órbitas, recordaban a los de la especie Homo erectus. En aquellos años prácticamente se había descartado por completo la presencia de esta especie en Europa, pero el cráneo de Ceprano hizo renacer la vieja hipótesis.

Figura 1. Dibujo del cráneo de Ceprano y reconstrucción hipotética del rostro del ser humano al que perteneció aquel cráneo.

El mayor problema de aquel descubrimiento residía en conseguir una buena datación, que pudiera situar en su tiempo al hominino de Ceprano. Las primeras observaciones del terreno apuntaban a que los restos craneales se habían desenterrado de su depósito original y se habían vuelto a cubrir por nuevos sedimentos. Un estudio de la geología de la zona y el hallazgo de útiles de piedra en la proximidades de Ceprano llevaron a la conclusión de que aquel especímen tenía unos 900.000 años de antigüedad.

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Figura 2. Vista frontal de la primera reconstrucción del cráneo de Ceprano.

Con ese dato y las características tan primitivas del cráneo los expertos publicaron sus primeras conclusiones en 1996. Parecía tratarse del fósil humano más antiguo de Europa y había que retomar de nuevo la hipótesis de la presencia en Europa de la especie Homo erectus. El grosor de los huesos craneales casi duplicaba el de nuestra especie. Aquel ser humano protegía su cerebro con un verdadero “casco” de hueso.

Así las cosas, y ya con más tranquilidad tras el impacto que causó la primera publicación, se procedió a realizar una nueva reconstrucción. El resultado cambió algo el aspecto del cráneo, pero las conclusiones siguieron siendo las mismas. Las características tan primitivas del cráneo se mezclaban con su notable tamaño. La capacidad craneal era de 1.200 centímetros cúbicos. Ese dato significaba que su cerebro habría tenido un volumen en torno a los 1.000 centímetros cúbicos. Un nuevo estudio postuló que el cráneo de Ceprano podría ser incluido en la especie Homo antecessor, que se había propuesto en 1997 a partir del estudio de los restos hallados en el yacimiento de la Gran Dolina, en la sierra de Atapuerca. El mayor problema con esa atribución residía en la imposibilidad de realizar comparaciones. En el yacimiento de Burgos no habían aparecido suficientes restos del neurocráneo.

El cráneo de Ceprano fue entonces objeto del deseo por parte de los antropólogos italianos, que reclamaban dar su autorizada opinión sobre aquel fósil. Uno de ellos consideró que el cráneo de Ceprano pertenecía a una nueva especie y propuso el nombre Homo cepranensis en una revista científica poco conocida. Aunque el nombre se difundió a toda la comunidad científica gracias a la facilidad de comunicación que disponemos en la actualidad, la propuesta no tuvo aceptación y se quedó en pura anécdota.

Cuando finalmente pudo realizarse una datación más precisa a partir de los sedimentos que habían quedado adheridos a las paredes internas de los huesos la sorpresa fue aún mayor que el propio hallazgo. El cráneo de Ceprano no tiene más de 450.000 años. Entonces, ¿cómo explicar el aspecto tan primitivo de aquel ser humano en una época en la que en Europa ya estaban evolucionando los antecesores de los neandertales?

Estoy convencido de que se volverán a realizar nuevas dataciones y estudios del cráneo de Ceprano en los próximos años. La fatalidad de haber sido encontrado en la cuneta de una carretera ha restado importancia a un hallazgo de enorme interés. De ahí la necesidad de tener siempre un mejor contexto posible para los fósiles humanos. En cualquier caso, el cráneo de Ceprano nos advierte sobre la complejidad del estudio de la evolución humana en territorios del hemisferio norte. El Pleistoceno Medio y Superior (780.000-10.000 años) ha sido un período marcado por las intensas glaciaciones, que aislaron a los grupos humanos durante miles de años. Las penínsulas europeas fueron verdaderos laboratorios naturales, que se comportaron como islas. Por ejemplo, los Alpes o los Pirineos fueron barreras geográficas heladas, que impidieron el intercambio de especies entre las penínsulas Itálica e Ibérica y el resto del continente durante mucho tiempo. Solo así podemos explicar la diversidad morfológica de las poblaciones humanas europeas de aquella época.