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Segundo molar inferior permanente (AT-11) de la Sima de los Huesos de la sierra de Atapuerca con un profundo surco de desgaste anómalo a nivel del cuello, justo en le borde inferior del esmalte.

En 1981 Juan Luís Arsuaga, un servidor y nuestra común directora de tesis doctoral, la profesora Pilar-Julia Pérez, formábamos un equipo muy peculiar, con muchas más ganas e ilusiones que medios para trabajar sobre nuestro pasado. Aquel año el Profesor Emiliano Aguirre nos encargó el estudio de unas extrañas marcas presentes en dos de los dientes humanos fósiles encontrados en 1976 por su entonces alumno de doctorado Trinidad de Torres en el yacimiento de la Sima de los Huesos de la sierra de Atapuerca. Aquel encargo fue el primer contacto serio con las investigaciones de Atapuerca, de las que oficialmente aún no formábamos parte.

Ni que decir tiene que nos tomamos muy en serio ese trabajo y dedicamos meses a rebuscar en la bibliografía, que no era mucha. Con tesón y recurriendo a los medios disponibles en aquella época, conseguimos que nos enviaran varios trabajos antiguos desde el Museo de Historia Natural de París. Uno de aquellos trabajos estaba firmado en 1911 por un tal H. Siffre, odontólogo francés que había observado unas marcas similares en un diente del esqueleto neandertal del yacimiento de La Quina. Cuando recibimos aquel trabajo nos quedamos petrificados, porque Siffre había llegado a la misma conclusión que nosotros, ¡pero 70 años antes!. Siffre contaba en el Boletín de la Sociedad Prehistórica de Francia que aquel individuo neandertal se habría limpiado los dientes con algún tipo de palillo probablemente fabricado en hueso y lo había hecho de manera frecuente. Como consecuencia de ese hábito habrían quedado marcas en sus dientes, muy similares a las que nosotros habíamos estudiado en los dientes de Atapuerca. Como muchos otros investigadores han reconocido más tarde, aquella conclusión resultaba grotesca. Nosotros también estábamos preocupados por contar en alguna revista nuestra conclusión, a la que habíamos llegado después de observaciones de la superficie pulida de las marcas con uno de los primeros microscopios electrónicos instalado en España.

Las marcas se situaban en la dentina, justo al inicio de la raíz de los dientes y tenían un tamaño respetable. Los dientes con marcas estaban muy gastados y la raíz había quedado expuesta por reabsorción del hueso alveolar, permitiendo el paso de objetos finos entre los espacios interdentales. El sarro, muy frecuente en todos los dientes de poblaciones prehistóricas, quedaba justo por debajo de las marcas. Puesto que las bacterias causantes de la deposición de sarro provocan, entre otros síntomas, periodontitis apical, descalzamiento de los dientes y dolor, no podía extrañar que aquellos humanos del pasado trataran de paliar el dolor limpiando sus dientes con algún tipo de palillo. Así lo pensó Siffre en 1911 y así lo pensamos nosotros en 1981. Cuando comprobamos que otro investigador francés, E. Patte, había llegado a la misma conclusión en los años 1940 en su estudio de otro ejemplar neandertal respiramos aliviados. Al fin y al cabo éramos muy jóvenes, con poca experiencia y nos movíamos en un ambiente dominado por la ciencia anglosajona.

En 1982 publicamos el primer estudio en una revista británica de poca difusión, sin mayores consecuencias. Sin embrago, cuando en 1983 presentamos nuestras conclusiones en un congreso español de antropología se produjeron murmullos y sonrisas complacientes entre los asistentes. La pregunta final de un congresista en tono socarrón terminó por hundir nuestra moral. Por fortuna, llevábamos con nosotros réplicas de los dientes, que nos ayudaron a salir del paso.

Un año más tarde tuve oportunidad de estudiar el mismo fenómeno en los dientes de docenas de esqueletos pertenecientes a las poblaciones prehistóricas de las islas Canarias. Con estas observaciones nuestro diagnóstico quedó bien demostrado y fuera de toda duda. Nuestras publicaciones posteriores en revistas de mucho más peso, en las que se ofrecieron docenas de detalles en la variación de las marcas (dentro de la regularidad de todas ellas) terminaron por convencer a todos de que los humanos hemos usado palillos de dientes por motivos higiénicos desde hace bastante más de un millón de años en todas las poblaciones humanas del pasado. Hoy en día las publicaciones que se hacen eco de este fenómeno tan curioso se cuentan por docenas. Ya ni tan siquiera se discute la etiología de las marcas, sino que se dan por buenas las conclusiones anteriores y las marcas se describe sin más, para ir añadiendo información sobre esta práctica higiénica de nuestros antepasados.

Siempre digo a los estudiantes que comienzan conmigo el doctorado que no se cieguen con las publicaciones recientes. Una revisión de los trabajos más antiguos pueden dar pistas interesantes sobre su tema de investigación. En nuestro caso, un desconocido odontólogo francés acertó con su diagnóstico, aunque posiblemente también lo tacharon de visionario hace ya más de un siglo.