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Desde hace muchos años los expertos tratan de encontrar evidencias fósiles de nuestro antepasado común con la genealogía de los chimpancés. Los genetistas cifran la separación de nuestros respectivos linajes en unos seis millones de años. Con independencia de la precisión de este dato, la mala noticia para la paleontología es que en aquella época la mayor parte de África estaba cubierta por frondosos bosques, en los que la materia orgánica se reciclaba con gran rapidez.

La posibilidad de que se produjera la conservación de restos biológicos (o de las huellas y señales dejada por los organismos vivos) mediante el proceso de fosilización era muy baja. Y todo ello si es que había lugares para la deposición y conservación de los restos. Es por ello que los datos aportados por la paleontología hasta este momento son pocos, fragmentarios y difíciles de evaluar. Es el caso que comento a continuación.

En 2001, los paleontólogos franceses Brigitte Senut, Martin Pickford, Yves Coppens y otros colegas publicaron en la revista Comptes Rendus de la Academia de París el hallazgo de 14 restos fósiles humanos, datados en unos seis millones de años y procedentes de un yacimiento de Kenia. La cronología de estos restos se encontraría por tanto en el rango temporal asumido para la separación del linaje humano y el de los chimpancés. La conclusión final de los autores del hallazgo y de su estudio incide precisamente en este hecho. El mérito de su trabajo de campo reside en haber encontrado fósiles aparentemente muy próximos al antepasado común de unos y otros.

Los fósiles descritos en esa publicación fueron hallados por el equipo de Brigitte Senut y Martin Pickford en la formación geológica Lukeino, cerca de la localidad de Kapsomin, en el distrito keniano de Baringo. Los fósiles fueron asignados a un nuevo género y especie: Orrorin tugenensis. Este nombre significa “hombre original de la colinas de Tugen”. Senut, Pickford y Coppens estaban convencidos de haber dado con la “piedra filosofal” de nuestros orígenes.

La morfología de la epífisis superior de los dos fémures de Orrorin, sugieren que los miembros de aquella especie tendrían locomoción bípeda. El fragmento de húmero presenta una cresta lateral rectilínea, donde se inserta el músculo brachioradialis, un rasgo compartido con los chimpancés y con Australopithecus afarensis y que sugiere capacidades trepadoras. Lo mismo se puede decir de la falange proximal de la mano, cuya curvatura recuerda a la de Australopithecus afarensis y denota adaptaciones para trepar y colgarse de las ramas. El tamaño de los huesos de las extremidades permite asumir un tamaño similar al de las hembras de los chimpancés, que pesan aproximadamente entre 25 y 50 kilogramos.  Con este peso no cabe duda de que Orrorin tugenensis se movería más por el suelo que por las ramas, donde encontraría la mayor parte de su alimento.

Esta especie no ha tenido demasiado eco en el ámbito científico de la evolución humana. El número de fósiles es escaso pero, sobre todo, su conservación es deficiente. La falta de datos más consistentes sobre el tipo de locomoción es otro hándicap. Las pelvis son mucho más informativas, aunque su conservación es casi milagrosa.  En cualquier caso, los restos de Orrorin representan una de las pocas evidencias disponibles sobre nuestro oscuro pasado en las selva de África.