En su libro “African Genesis”, publicado en 1961, el escritor, dramaturgo y guionista norteamericano Robert Ardrey (1908-1980) popularizó la vieja y denostada teoría del simio asesino (“The Killer Ape”) postulada en los años 1950 por el Profesor Raymond Dart (1893-1988). Dart explicaba en sus publicaciones que la inusual cantidad de fósiles de gazelas y antílopes encontrados junto a los restos de australopitecos representaban las armas habituales utilizadas por estos homininos. Un verdadero arsenal de armas fabricadas a partir de huesos, dientes y cornamentas, que los australopitecos blandían en sus luchas habituales con otros grupos. El consumo de carne de sus presas y de sus propios enemigos formaba parte de la hipótesis desarrollada por Raymond Dart. Sus conclusiones nunca pudieron ser demostradas. Sin embargo, sus ideas tenían mucha fuerza y persistieron en el imaginario popular.
Las dos guerras mundiales del siglo XX dejaron cicatrices muy profundas en las sociedades de entonces. Robert Ardrey nos explicaba en su obra que la agresión y la violencia habían constituido el motor fundamental de nuestra evolución. La caza de grandes presas exigía poseer estas cualidades, que se habrían fijado en la biología de nuestros ancestros durante el Plioceno. En aquellos años el registro fósil de homininos todavía era muy limitado y valía casi cualquier hipótesis. La pieza fundamental de la filmografía del cineasta Stanley Kubrik, “2001: A Space Odyssey” está muy influida por las ideas de Robert Ardrey.
Durante los años 1960 la sociedad dio un giro de 180 grados. El idealismo pacifista del movimiento hippie surgió como respuesta a los nefastos episodios que marcaron el siglo XX. La prehistoria también estuvo influida por este movimiento. Además, durante los años 1970 los registros arqueológico y fósil se incrementaron de manera exponencial y dieron lugar a escenarios e hipótesis más realistas, a todas luces menos dramáticas que las dibujadas por Robert Ardrey. Los datos empíricos se han multiplicado y la evolución humana se investiga ahora bajo una óptica mucho más científica y objetiva. Se están estudiando los cambios biológicos y culturales que han sucedido a lo largo de los últimos cinco millones de años. Se intentan comprender los escenarios en los que surgió la postura erguida y la marcha bípeda, el incremento del tamaño y la forma del cerebro, el control de un lenguaje de tipo moderno, los cambios en la dieta, o la aparición de nuevas fases en el desarrollo. Estamos en una etapa mucho muy interesante, en la que la imaginación sigue y seguirá siendo fuente de creativida e innovación. Sin embargo, centenares de yacimientos ofrecen cada día los datos necesarios para contrastar nuestras hipótesis.
¿Qué sabemos sobre el comportamiento de nuestros ancestros con respecto a la violencia?, ¿podemos pensar en un mundo idílico, en el que los grupos de todas las especies se dedicaban a conseguir alimento y a reproducirse de manera pacífica?, ¿podemos en cambio inferir conductas violentas y agresivas del estudio de las especies de homínidos que nos han precedido?, ¿qué nos dicen los vestigios que obtenemos en el registro arqueológico? Yacimientos como los de Atapuerca ofrecen datos muy claros sobre prácticas reiteradas de canibalismo hace 850.000 años. En esta época, el canibalismo parece estar asociado a la territorialidad y la competencia por los recursos. Aunque se trata de las evidencias más antiguas que se conocen hasta el momento, estoy convencido de que se encontrarán datos convincentes sobre canibalismo o de violencia interespecífica en fechas todavía más lejanas en el tiempo. No se trata de volver a la hipótesis de Raymond Dart, tal y como la concibió este investigador. Pero no podemos engañarnos. Un cierto grado de violencia nos ha acompañado siempre en nuestra evolución. Podemos matizar esta frase explicando que la violencia ha sido la justa y necesaria para la supervivencia, como sucede hoy en día con los grupos de chimpancés en libertad que aún persisten en África.
En contraste con esta visión, la violencia sádica y gratuita y las agresiones injustificadas (ninguna se puede justificar) son desgraciadamente atributos propios de nuestra especie, que coexisten y compiten con el simbolismo, el arte, la solidaridad, la ciencia, el deporte, la política y todas las demás manifestaciones de la cultura que atesoramos los humanos. No parece tarea fácil erradicar la violencia de la humanidad, que está presente en nuestras vidas de manera cotidiana gracias a los diversos medios de comunicación. El brutal caso de París es un ejemplo más de la sinrazón en la que vive la humanidad. No obstante, al menos podemos hipotetizar que la violencia no ha sido el motor de nuestra evolución, sino un recurso más para la supervivencia. Apuesto más por la cultura y la hiper-socialización y espero no equivocarme.
Quizá haya habido demasiado «buenismo» en antropología, tras las viejas teorías del Cavernícola Violento que se desacreditarion junto con el fascismo y el imperialismo decimonónico en cuyo seno se habían gestado. Pero era cerrar los ojos a una realidad bastante evidente de la especie humana, evidente en ese mismo fascismo e imperialismo. Que el ser humano no sólo se ha hecho a sí mismo sobre la base de la explotación de los recursos naturales, sino también, y de modo muy característico y definitorio, sobre la base de la explotación de los seres humanos. También lo decía Marx, en cierto modo, ¿no? Que el hombre ha vivido de explotar al hombre. Y a la mujer no digamos. Somos una especie extremadamente depredadora sobre sí misma, y es bueno todo lo que nos haga darnos cuenta de ello, porque darse cuenta de ello es el paso primero para tomar una actitud frente a eso. Desdichadamente, una de las lecciones centrales (acertada y desagradable) del darwinismo es que sin la lucha por la vida, y todos sus horrores, no surgen las formas complejas de la vida. Ni de la sociedad—pues los grupos más organizados, más informados y numerosos, han dominado, explotado y exterminado a los más indefensos y dispersos. Es la historia de la humanidad, desde la sabana hasta aquí mismo. Pero está feo hasta recordarlo.
Nuestro cerebro está pertrechado de neuronas específicas para la empatía… Familia, sociedad, lenguaje, arte… Cooperación para la supervivencia…. 😉
La empatía es esencial, por supuesto, en un ser hipersociable. Pero para entender la sociedad humana hay que entender el ámbito y modalidades de su aplicación. Por ejemplo, entender que en los mandamientos de la ley judía «No matarás» quiere decir «No matarás judíos», y en ningún caso «No irás a la guerra». Si no, podría haber cosas que no se comprendiesen.
El pacifismo en la humanidad es una evolución social imprescindible para nuestra supervivencia que ya empezó hace siglos y que gracias a la comunicación planetaria actual caerá por su propio peso en breve 🙂
Paz y amor hermanos primates
La prehistoria nos enseña que casi todos los restos que vemos en cuevas (y bajo tierra) presentan signos evidentes de violencia. Desde hace demasiado tiempo se intenta buscar alternativas. Pero no las hay. En los artículos de las revistas científicas en donde esta desaforada y persistente violencia no aparece, es porque no se han fijado bien o simplemente, se ignora. La violencia más descarnada forma parte del comportamiento de los antiguos homínidos. Todos, sin excepción, eran increíble y salvajemente violentos. La forma ritual de violencia era el descarnamiento. En no pocos huesos fosilizados aparecen marcas de ocre sobre ellos. No se me ocurre horror mayor, que la de descarnarte (vivo o muerto). Si nos fijamos atentamente en los HAM, veremos que en muchos de sus cráneos aparecen evidentes marcas en el hueso frontal de haber recibido un golpe mortal. Proceso previo al escenario «gore» posterior. En otros hominidos los «boquetes» craneales son la norma, no la excepción.