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Por el momento, las herramientas de piedra más antiguas conocidas se han obtenido en los yacimientos de Gona, Hadar y Omo (Etiopía) o Turkana (Kenia). La cronología del yacimiento de Gona llega hasta los 2,6 millones de años, y no puede descartarse que algún día se encuentren herramientas de mayor antigüedad. Este hecho se asocia a una cierta capacidad mental y a la posibilidad de fabricar instrumentos, que requiere una anatomía de las manos muy particular. La capacidad de oponer el dedo pulgar a los demás dedos y en particular al dedo índice, nos permite realizar la llamada “pinza de precisión”, juntando con fuerza las yemas de los dedos. Con ese gesto manipulamos objetos de manera muy precisa. Los simios antropoideos son cuadrúpedos y la anatomía de sus extremidades es acorde con su forma de locomoción. El dedo pulgar es pequeño, no se puede oponer con precisión a los demás dedos y la musculatura que lo mueve está muy poco desarrollada en comparación con la nuestra. Los gorilas y los chimpancés son capaces de caminar apoyando los nudillos en el suelo y de agarrarse con mucha fuerza a las ramas de los árboles. Realizan una “pinza de presión”, que nosotros no podemos igualar. No obstante, tanto unos como otros (pero en particular los chimpancés) son también capaces de utilizar ciertos objetos con las extremidades superiores. Por ejemplo, los chimpancés consiguen romper nueces o sacar termitas usando con una vara.

La tecnología se define por la posibilidad de transformar la materia prima en objetos con una función determinada. Los chimpancés usan la materia prima, pero no la transforman. Mientras no se demuestre lo contrario, nuestros ancestros más remotos (como Ardipithecus ramidus o Australopithecus afarensis) tampoco fabricaban instrumentos. La morfología de los huesos fósiles de sus manos sugieren una gran capacidad para trepar, pero en ningún caso ha podido demostrarse la existencia de pinza de precisión en estas especies.

Las evidencias arqueológicas nos dicen que los miembros de alguna especie de nuestra genealogía fabricó instrumentos hace al menos 2,6 millones de años. Al mismo tiempo, esas evidencias implican la capacidad anatómica (pinza de precisión) y mental para transformar la materia prima. Como hipótesis de trabajo hemos asociado la tecnología al género Homo. Bajo esa premisa hemos de admitir que hace casi tres millones de años existía una especie del género Homo en el este de África. Sin embargo y hasta la fecha, las evidencias del registro fósil son muy escasas y algunos dirían que poco convincentes. Si pudieran aportarse pruebas empíricas de que alguna especie de australopiteco tuvo pinza de precisión habría que reflexionar seriamente sobre el paradigma actual.

metacarpios

Primer metacarpiano correspondiente al dedo pulgar de chimpancé y de varios homininos, incluyendo Homo sapiens.

Los fósiles de mano y pie de individuos de las especies más recientes del género Australopithecus (A. africanus y A. garhi) también son muy escasos, casi anecdóticos, y corresponden a algunos metacarpianos. Lo mismo se puede decir del registro fósil del género Paranthropus. No hay fósiles suficientes como para estudiar su morfología y afirmar o rechazar la posibilidad de la existencia de la pinza de precisión en estas especies. En consecuencia, no se puede plantear con datos morfológicos empíricos la posibilidad de que los miembros de alguna de las especies de Australopithecus y Paranthropus pudieran haber fabricado los instrumentos de Gona, Hadar o Turkana. Sin embargo, las cosas pueden cambiar utilizando información, que hace unos años era impensable. Matthew Skinner y otros paleoantropólogos acaban de publicar en la revista Nature un artículo que promete un intenso debate y tal vez una inflexión muy importante en el paradigma de las investigaciones arqueológicas del Plioceno.

Las técnicas no destructivas de micro-CT (microtomografía computerizada) se han ido perfeccionando en los últimos años y han proporcionado datos, impensables hace tan solo una década. Skinner y sus colegas han estudiado la densidad y distribución de la trabécula ósea de los pocos metacarpos conservados de Australopithecus africanus y Paranthropus robustus y han comparado los resultados con los de Homo sapiens y Pan troglodytes. Las investigaciones de Mat Skinner parten de varios hechos bien conocidos. El hueso sufre cambios importantes durante su crecimiento y a lo largo de la vida. Esos cambios tienen una base genética, pero también un fuerte componente ambiental. El trabajo al que se someten los huesos determina en parte su aspecto externo e interno. Los huesos responden al ejercicio físico y a la función que se realice con asiduidad. La trabécula ósea interna no es ajena a estas cuestiones y puede estudiarse con enorme detalle gracias al micro-CT. La radiografía convencional es muy útil, por supuesto, pero sus prestaciones han quedado superadas por las imágenes digitalizadas que pueden obtenerse con la microtomografía y con su análisis mediante potentes ordenadores.

Skinner y sus colegas han observado que la densidad de la trabécula ósea de los metacarpos de australopitecos y parántropos es similar a la de los chimpancés. Estos datos confirman lo que nos dice la morfología. Nuestros ancestros eran capaces de trepar, agarrándose a las ramas con una fuerza enorme. Pero la distribución de la trabécula ósea de los metacarpos en australopitecos y parántropos es muy similar a la nuestra y diferente a la de los chimpancés. Puesto que la orientación de las trabéculas está condicionada por la dirección de la fuerza que se ejerce sobre ellas, cabe la posibilidad de inferir la función que realizaban los huesos de las manos de nuestros antepasados. Del estudio de Skinner y sus colegas se desprende que tanto los australopitecos como los parántropos fueron capaces de fabricar instrumentos. La conclusión de Skinner podría explicar la presencia de herramientas en épocas tan remotas, en ausencia de especies confirmadas del género Homo. Por supuesto, los resultados piden a gritos el hallazgo de más huesos fósiles de las manos del período comprendido entre tres y dos millones de años para confirmar esta hipótesis. Pero mientras llegan esos hallazgos nuestra mente se prepara para asumir una conclusión, que sin duda será difícil de digerir para muchos colegas. Los australopitecos pudieron ser los primeros en iniciar la era de la tecnología.