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El pasado viernes, 27 de febrero, asistimos a la brillante defensa de la tesis doctoral de Laura Martín-Francés en la Universidad de Alcalá de Henares. Su tema de investigación, el estudio de las patologías de nuestros ancestros, es ciertamente complejo. Este trabajo exige, entre otros aspectos, grandes conocimientos de anatomía y de la etiología de las posibles enfermedades que dejaron su huella en los restos fósiles. Nada podemos saber de las enfermedades que no dejan su sello en los dientes o en los huesos, pero es relativamente frecuente encontrar en los restos fósiles las evidencias del sufrimiento físico de nuestros antepasados. Las técnicas actuales permiten una aproximación cada vez más precisa al diagnóstico de ciertas dolencias.

Fósil ATD6-124, obtenido en el nivel TD6 del yacimiento de la cueva de la Gran Dolina (sierra de Atapuerca).

Laura Martín-Francés ha realizado durante varios años un rastreo de las enfermedades del pasado con una perspectiva general sobre la salud de las especies que nos han precedido. Esta es la aproximación más correcta al ámbito científico de la “paleo-patología”. No obstante, la descripción y discusión sobre cada caso individual resulta muy llamativa. Hace un par de años, esta investigadora publicó su trabajo sobre el estudio de un metatarso hallado en el yacimiento de la cueva de la Gran Dolina, en la sierra de Atapuerca, atribuido a la especie Homo antecessor y con una antigüedad de 850.000 años.

La doctora Laura Martín-Francés, posando junto al poster presentado en un congreso internacional sobre evolución humana, en el que se explica la investigación de la patología observada en el metatarso ATD6-124 de Homo antecessor.

La doctora Laura Martín-Francés, posando junto al poster presentado en un congreso internacional sobre evolución humana, en el que se explica la investigación de la patología observada en el metatarso ATD6-124 de Homo antecessor.

El resto fósil lleva las siglas ATD6-124 y fue reconocido como el cuarto metatarso del pie de un adulto. Como muestra la figura que acompaña al texto, la superficie de este fósil exhibe una notable reacción del periostio que cubre el hueso ¿Qué le sucedió a aquel humano del Pleistoceno? Una radiografía convencional habría sido insuficiente para determinar la etiología de la lesión. Así que Laura recurrió tanto al microscopio electrónico para observar con gran detalle la superficie alterada, como a la micro-tomografía. Esta última técnica realiza varios miles de radiografías seriadas, que luego pueden ser tratadas mediante un complejo programa informático. El resultado final es una imagen digital, que permite visualizar con un detalle increíble cualquier sección del fósil. Con estas técnicas y los conocimientos necesarios, fue posible emitir un diagnóstico sobre la dolencia que padeció aquel individuo de Homo antecessor hace miles de años.

En contra de la hipótesis más lógica, que asumía una fractura total del hueso causada por un fuerte traumatismo, la investigadora observó en las imágenes una serie de microfracturas causadas por el estrés al que fueron sometidos los huesos del pie durante mucho tiempo. Esta anomalía es muy frecuente en la actualidad y la sufren los corredores de fondo y los soldados que realizan marchas frecuentes durante muchos kilómetros. Los huesos del pie tienen una cierta capacidad de resistencia al esfuerzo realizado durante el ejercicio, sin olvidar un factor añadido de gran importancia. El peso de todo el cuerpo termina por distribuir su carga a los huesos del pie, tanto cuando estamos en de pie (valga la redundancia) en posición estática como cuando nos movemos. Si asumimos que el estilo de vida de nuestros ancestros exigía largas marchas en la búsqueda de alimento, no puede extrañarnos que aquellos humanos recorrieran a buen ritmo más de 15 ó 20 kilómetros diarios en torno a su campamento base. Aunque la resistencia de sus huesos a la fatiga hubiera sido mayor que la nuestra, el resultado terminaba siendo el mismo. El hueso no se rompe, pero la cortical sufre fracturas de alguna manera similares a las que suceden en los músculos sometidos a una intensa actividad física. Sin necesidad de viajar en el tiempo los fósiles nos acercan la información necesaria para hacernos una buena idea del estilo de vida en el Pleistoceno.