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En nuestra especie, y desde el mismo momento del nacimiento, ciertas células especializadas (oligodendrocitos) inician un lento proceso para proteger los axones de las neuronas del neocórtex cerebral. Los oligodendrocitos producen mielina, una sustancia formada por lípidos y proteínas, que poco a poco va envolviendo toda la longitud de las fibras largas de las neuronas. No vamos a entrar en cuestiones tales como la composición de la mielina, pero si recordaremos que su color blanquecino ha dado lugar a la coloquial expresión de “sustancia blanca” del cerebro. Lo que más importa del proceso de mielinización es su papel en la conducción de los impulsos nerviosos.

La protección de la vaina de mielina permite multiplicar por cien la velocidad en la que se transmite la información. Cuando todas las neuronas del neocórtex cerebral están bien protegidas por mielina el funcionamiento del cerebro llega a su máximo potencial. Pues bien, una de las características de nuestra especie es la ralentización del proceso de formación de mielina. Los últimos datos publicados por especialistas mediante análisis histológicos e imágenes obtenidas por resonancia magnética indican que el proceso de formación de mielina se retrasa hasta los 30 años, mientras que en los chimpancés este proceso culmina poco más allá de su madurez sexual. Además, se sabe que la conectividad de unas neuronas con otras (sinaptogénesis) se incrementa a medida que progresa la mielinización.

Esta forma de maduración del cerebro humano es cuando menos paradójica. Una especie con su cerebro a pleno rendimiento puede afrontar con mayor éxito los retos que les plantea el medio ambiente. Nuestro gran retraso en la madurez de la mente nos deja a merced de esos retos durante muchos años de nuestra vida. Sin embargo, un cerebro que madura con lentitud es capaz de recibir y almacenar mayor cantidad de información. Cada estímulo producido por factores ambientales implica riqueza informativa para el funcionamiento de la mente. Nuestro cerebro ha evolucionado precisamente para enriquecerse de datos. Los estímulos provocan miles de conexiones entre todas las neuronas e incrementan las posibilidades de nuestras habilidades cognitivas individuales.

No existe todavía una respuesta clara al retraso del proceso de mielinización de los axones del cerebro de Homo sapiens. Podría ser una consecuencia secundaria de nuestro retraso en la maduración general del organismo o, por el contrario, podría tratarse de un carácter particular del cerebro, potenciado por la selección natural. El retraso en la protección de los axones puede provocar ciertas enfermedades mentales en los adolescentes, como la esquizofrenia. Pero también tiene un efecto muy positivo en la mayor parte de la población. Daniel J. Miller (Universidad George Washington) y sus colaboradores llegaron hace poco menos de tres años a estas conclusiones, que se publicaron en la revista de la Academia de Ciencias de USA. Trataré de nuevo este tema en un próximo post.

Pero ahora quiero destacar es que el proceso de mielinización progresa desde la parte ventral del cerebro, donde se ubican regiones del sistema límbico, hasta la parte dorsal (neocórtex cerebral), y desde la parte posterior del neocórtex hacia su parte anterior. La región occipital del neocórtex, relacionado con aspectos de la visión, madura con gran rapidez. Lo mismo sucede con las regiones relacionadas con las habilidades motoras. La formación de mielina en estas regiones es rápida y se adelanta de manera significativa con respecto a la región prefrontal (también llamada frontopolar). Es obvio que desde pequeños necesitamos tener una visión excelente y desarrollamos con gran rapidez nuestras habilidades motoras, que se suman a la agilidad propia de un niño o un adolescente. Por el contrario, la región frontopolar madura con mayor lentitud, a pesar de que en esta región del neocórtex residen funciones como la capacidad de atención, la toma de decisiones, la planificación, la inhibición de la impulsividad y el autocontrol, la memoria de trabajo o una mejor perspectiva para afrontar determinadas situaciones, incluidas por supuesto las que nos genera el entorno social.

Con todo ello, no nos puede extrañar que los adolescentes y aún los adultos muy jóvenes tengan una enorme capacidad para asumir riesgos. Su agilidad natural y su escasa maduración del neocórtex frontopolar les llevan a practicar deportes de mucho riesgo sin reparar en las posibles consecuencias. Un adulto de más de 30-35 años se lo pensaría dos veces antes de realizar determinadas actividades, pues habrá dejado atrás la impulsividad natural de un adolescente y tomará sus decisiones evaluando ventajas e inconvenientes. Ciertamente, los adultos somos mucho más sensatos (no siempre), pero también más aburridos.