Seleccionar página

A finales de mayo de este año la revista Nature dio a conocer la posible existencia de una nueva especie de homínido del Plioceno. Yohannes Haile-Selassie y sus colaboradores diagnosticaron la especie Australopithecus deyiremeda en base al hallazgo y descripción de un cierto número de restos fósiles encontrados en sedimentos de la región de Afar (Etiopía). Estos sedimentos tienen una antigüedad bien calibrada en un rango de 3,3-3,5 millones de años. Las dataciones en esta región, que ha sido explorada desde hace más de 40 años, son extremadamente fiables gracias a la presencia de capas de origen volcánico. La antigüedad de estas capas se puede determinar con mucha precisión mediante los isótopos del argón.
El conjunto de fósiles que conforman la nueva especie fueron hallados en diferentes campañas entre 2006 y 2013, todas ellas dirigidas por Haile-Selassie en la región de Woranso-Mille. La mayoría de estos fósiles proceden de la localidad de Burtele, y consisten en dientes y fragmentos de maxilar y mandíbula.

Restos de homínidos encontrados por Yohannes Haile-Selassie en la región de Afar (localidad de Burtele). Fuente: revista Nature.

Cuando leemos con detenimiento la diagnosis diferencial de la nueva especie, basada en 14 restos fósiles, surgen muchas dudas sobre la magnitud de las diferencias de Australopithecus deyiremeda con otras especies de la misma antigüedad y de la misma región. Si bien parece claro que los restos de Burtele pueden distinguirse de los parántropos o de los ardipitecos, no sucede lo mismo cuando los autores reparan en las diferencias con Australopithecus afarensis. Esta última especie fue nombrada por Donald Johanson y Timothy White en la década de los años 1970. La mayoría de los restos fósiles de Australopithecus afarensis procedían de la región de Afar y su antigüedad está muy bien determinada entre 3,0 y cerca de 4,0 millones de años. La coincidencia es cuando menos digna de reflexión.

No puede pasar inadvertido el hecho de que en las tres últimas décadas el número nuevos géneros y especies nombrados en el este de África ha crecido de manera vertiginosa. Estamos ante una verdadera “burbuja taxonómica”, que en cualquier momento puede reventar. Demasiados nombres para la misma región del planeta y para un período relativamente corto en términos geológicos. Algunos de los intentos por ampliar el número de especies del género Homo para el lapso temporal de los dos últimos dos millones de años han sido abortados de manera contundente. Resulta muy complicado admitir la presencia de varias especies del género Homo en la misma región y en la misma época. Por ejemplo, no es fácil admitir la coexistencia en Europa de Homo cepranensis, Homo erectus, Homo heildelbergensis y Homo neanderthalensis durante la segunda mitad del Pleistoceno Medio. Pero el mismo argumento puede emplearse para el género Australopithecus. El propio nombre de la nueva especie “deyiremeda”, que procede de la lengua Afar, significa que estos homínidos están muy próximos (desde el punto de vista filogenético) a otros homínidos de la misma región. Quizá tan próximos, que Haile-Selassie y sus colaboradores podrían haberse ahorrado el esfuerzo de nombrar una nueva especie. Quizá sus argumentos serían más convincentes si el número de restos fuera más generoso y la colección contuviera fósiles de una parte significativa del esqueleto (pelvis, extremidades, etc.). Una mandíbula, un maxilar y unos cuantos dientes representan un bagaje muy pobre para una conclusión tan importante. Y todo ello sin dejar de reconocer el mérito que supone trabajar en una región tan inhóspita del planeta y el hallazgo de nuevos fósiles, que enriquecen nuestro conocimiento de la evolución humana.

Cuando se localizan por primera vez fósiles de homínidos en un determinado tiempo geológico y una cierta región estamos legitimados para nombrar una nueva especie, pero solo en el caso de que las diferencias con otros conjuntos de fósiles sean significativas. Así ha ido sucediendo en África durante todo el siglo XX. Pero esas diferencias cada vez van siendo menores. En estas circunstancias se hace imprescindible demostrar que los homínidos procedentes de un mismo tiempo y lugar tenían una forma de vida totalmente distinta. En caso contrario, la competencia hubiera eliminado a alguna de ellas en muy pocas generaciones. Quizá baste con demostrar diferencias en la dieta o en el hábitat. No es sencillo, sobre todo cuando las distinciones morfológicas son sutiles, como es el caso que nos ocupa.

En mi opinión, no tardará en llegar el día en que algún grupo de expertos en fósiles de homínidos africanos del Plioceno dediquen un proyecto a la revisión de todos los restos encontrados en las últimas décadas. Quizá entonces estos expertos tengan que “pinchar” la burbuja taxonómica, que no para de crecer.