Seguramente la mayoría de los lectores y lectoras habrán superado alguna prueba de audición. La curva obtenida en ese análisis (audiograma) habrá sido el resultado de su sensibilidad para percibir desde los sonidos más agudos a los más graves. Si la audición es correcta (la ideal para nuestra especie), tendremos que haber escuchado de manera nítida sonidos cuya frecuencia se encuentra aproximadamente entre 840 y 4350 Hz. Cuanto más “fino” sea nuestro oído ese rango será mucho mayor.
Hace algunos años, nuestro compañero en el proyecto Atapuerca, Ignacio Martínez Mendizábal, tuvo una brillante idea para aproximarse al problema del lenguaje en nuestros ancestros. Los resultados de las diferentes investigaciones sobre el habla de las especies de homininos extintos nunca han sido aceptadas de manera unánime por los expertos. Los órganos que emiten los sonidos no fosilizan y las inferencias realizadas a partir de la anatomía del cráneo sobre la posibilidad de que tal o cual especie pudiera hablar no resultan convincentes. Así que Ignacio Martínez optó por una vía diferente: ¿por qué no estudiar el órgano que recibe los sonidos? Su investigación fue posible en varios de los cráneos recuperados en el yacimiento de la Sima de los Huesos de la sierra de Atapuerca. La conservación de los restos fósiles de este yacimiento es extraordinaria y se han podido encontrar varios de los huesecillos del oído medio de algunos de los humanos representados en la colección. Estos huesos, de tamaño milimétrico, tienen muchas de las respuestas a la forma que adopta la curva del audiograma. También hay respuestas en el diámetro y la longitud del canal auditivo, en el tamaño y la forma de la membrana timpánica (la entrada al oído interno) y en otros elementos del oído interno. Todo esto se puede medir en una persona actual, pero también en los fósiles.
Gracias a la tomografía computarizada pueden obtenerse imágenes digitales de las partes internas de cualquier estructura ósea. Si se han conservado los elementos que nos interesan, quedará por delante un trabajo ímprobo para reconstruir el oído interno, medir cada huesecillo con una precisión increíble y, en definitiva, averiguar todo cuanto un ingeniero experto en acústica necesita saber para dibujar de manera fidedigna el audiograma de cualquier individuo de una especie desaparecida hace miles de años. Parece cosa de ciencia ficción, pero la tecnología nos está llevando a obtener resultados impensables hace tan solo 20 años.
El trabajo pionero de Ignacio Martínez pudo comprobar que los individuos de la Sima de los Huesos tenían un audiograma muy parecido al nuestro. La conclusión obvia de este trabajo fue que aquellos humanos tenían un oído perfectamente adaptado para escuchar los mismos sonidos que nosotros. Con toda seguridad, aquellos homininos podían sobrevivir gracias a su sensibilidad auditiva para detectar el sigiloso movimiento de un predador o de una presa, de la misma manera que nosotros percibimos el sonido sordo de una bicicleta y nos apartamos. Pero también podemos asumir que unos y otros necesitamos un oído preparado para escuchar con nitidez el habla de nuestros semejantes, cuya frecuencia (en kHz) se encuentra en la región de mayor capacidad auditiva de nuestros audiogramas.
Hace poco más de una semana, el investigador Rolf Quam (Universidad de Nueva York), que colabora con el equipo de Atapuerca desde hace años, ha liderado un trabajo sobre la audición de los australopitecos y los parántropos. El trabajo se ha publicado en “Sciences Advances” y en él ha participado Ignacio Martínez, el experto en ingeniería acústica Manuel Rosa y varios jóvenes investigadores de la Universidad de Alcalá de Henares, que cubrirán de manera brillante nuestra retirada del mundo de la ciencia dentro de unos años. Los ejemplares examinados conservaron las diferentes estructuras óseas del oído interno, por lo que pudo seguirse un protocolo similar al utilizado años antes para los humanos de la Sima de los Huesos.
La hipótesis de partida asumía que estos humanos tan arcaicos (entre 1,8 y 2,5 millones de años de antigüedad) tendrían una sensibilidad auditiva distinta de la nuestra. Los datos confirman que aquellos ancestros del Plioceno tenían unas capacidades auditivas todavía bien adaptadas a la vida en los bosques cerrados de África, pero su audiograma no era igual al de los chimpancés. Algo había sucedido en su capacidad auditiva, que había virado ligeramente hacia un modelo como el nuestro. Aunque se ha obtenido un pico de audición óptima en 1,0 kHz, los australopitecos y los parántropos tenían una gran sensibilidad auditiva entre 1,5 y 3,5 kHz, así como una banda de frecuencias entre 770 y 3.370 Hz. Los chimpancés también tienen un pico máximo de audición en 1,0 kHz, para descender muy rápidamente a partir de los 2,5 kHz. Su banda de audición se encuentra entre 570 y 3.000 Hz.
En definitiva, los resultados de este último artículo en “Sciences Advances” está sugiriendo dos resultados muy importantes. En primer lugar, los homininos que precedieron a las especies del género Homo eran incapaces de percibir ciertos sonidos fundamentales en nuestro lenguaje, como los que podemos escuchar cuando pronunciamos las consonantes. Este hecho prácticamente descarta que aquellos humanos del pasado pudieran comunicarse mediante un lenguaje complejo. Esta conclusión era de esperar, pero no deja de ser un resultado importantísimo, que abre las puertas a la solución del enigma del lenguaje en otras especies más próximas a nosotros. Por otro lado, podemos descartar que aquellos homininos vivieran de manera exclusiva en bosques cerradas. Las investigaciones realizadas en los yacimientos donde aparecieron los restos de varias especies de australopitecos y parántropos también habían concluido que aquellos homininos se habían adaptado a vivir en las sabanas de África, una vez el enfriamiento climático produjo la regresión de las selvas. Así que los resultados felizmente coinciden. Estos homininos habrían aprovechado sus adaptaciones para sobrevivir. Una de ellas fue la de poseer un oído relativamente bien preparado para escuchar los sonidos propios de los espacios abiertos. De no haber sido así, ninguno de nuestros antepasados habría sobrevivido y nosotros, sus descendientes, no estaríamos aquí para contarlo.
Aun reconociendo el interés de estas hipótesis e investigaciones sobre el «lenguaje fósil», hay una cuestión que conviene no perder de vista, y son los aspectos del lenguaje que no fosilizan bien. Me refiero a que podemos llegar a averiguar razonablemente si los Homo erectus o los neandertales eran capaces de emitir sonidos parecidos a los nuestros y de oírlos, es decir, si «hablaban» en ese sentido. Pero hablar hablan también los loros; lo importante y difícil de saber es saber QUÉ DECÍAN. Es decir, qué eran capaces de decir. La complejidad sintáctica, por ejemplo, o la capacidad de comprender un símbolo, una metáfora—eso son constituyentes básicos del lenguaje humano que es difícil averiguar cuándo se desarrollaron, en qué medida, y cómo.
Totalmente de acuerdo José Ángel. Ningún lenguaje ancestral (neandertales, por ejemplo) podría seguramente equipararse al nuestro. Los conceptos, símbolos, etc. que manejamos solo pueden ser expresados mediante un lenguaje complejo. Pero tampoco podemos afirmar que otras especies ancestrales relativamente próximas no fueran capaces de comunicarse mediante un lenguaje «ancestral», en el que pudieran expresarse los objetos cotidianos o ciertos hechos comunes. Un cerebro de más de 1.000 centímetros cúbicos y una complejidad razonable no puede compararse con el de un loro o cualquier otra especie similar. Todos los animales y las plantas tienen sistemas para transmitirse información, por supuesto. La diferencia estriba en la calidad de esa información. Nosotros hemos llegado a un nivel muy alto y aún llegaremos más lejos si nuestra especie sobrevive miles de años. Por descontado, tener una audición similar a la nuestra no es una evidencia 100% segura para aseverar la existencia de lenguaje. Pero hay más datos que no podemos obviar. El registro arqueológico de especies como los neandertales nos hablan de una complejidad en el comportamiento, imposible de entender sin algún tipo de comunicación compleja (valga la redundancia). En cualquier caso, se trata de un tema apasionante, con un debate que viene de muy atrás. Muchas gracias por el comentario.
Si el Heidelbergensis, ó Neandertal Primitivo, ya podía emitir sonidos complejos como Consonantes y la totalidad de las vocales, es de suponer que a la llegada de Sapiens de Africa o Eurasia, hace unos pocos años atrás pudieron, unos y otros, llegar a «comunicarse» hasta llegar a tener una especie de Idioma común?.
Me alegro de la participación de Ignacio Martínez y su brillante idea de estudiar el órgano que recibe los sonidos, chapeau. Aprovecho para felicitarle por su constancia en La Sima de los Huesos junto a mi estimado Juan Luis Arsuaga.
José María, gracias por mantener a los «aficionados» y especialistas tan al día como estamos. Otra vez gracias y un fuerte abrazo. Pablo.
Me parece interesantísimo el artículo, sin ser antropóloga es un tema que siempre me ha interesado. Además del grado de complejidad del lenguaje -que es todo un tema en sí mismo- creo significativo el hecho de la existencia o no de un simbólico, y hasta ahora yo me inclino por su efectiva existencia, desde el momento en que se entierra a un muerto por ejemplo. La tumba sería el primer símbolo de que ese otro ha vivido, ha durado, y aquí , éste túmulo es su símbolo. Cuánto más si participa de un lenguaje -no me refiero al ejemplo del loro- en el cual se pueda aludir, indicar algo, situación u objeto.
Sin entrar en lo substancial del lenguaje, condensación y desplazamiento, o metáfora y metonimia, en fin, otros, según la disciplina que lo enfoque.
El trabajo sobre el sistema auditivo de los homínidos de nuestro género es sin duda relevante e importante, pues sus conclusiones nos indican unas características de ellos que de otra forma sería imposible llegar a conocer. Sin embargo, disiento en la primera conclusión que sacas: “Este hecho prácticamente descarta que aquellos humanos del pasado pudieran comunicarse mediante un lenguaje complejo”.
Asumiendo que tal conclusión se basa fundamentalmente en que su sistema de audición era menos eficiente que la nuestra. En este punto estoy de acuerdo con José Ángel con su idea de que en el lenguaje “lo importante y difícil de saber es saber QUÉ DECIÁN”. Es decir que lo importante del lenguaje es el proceso cognitivo que adquiere unas abstracciones (cosas, acciones, etc.) que son simbolizadas por unos sonidos que son conocidos por el resto de la sociedad. Los australopitecos y parántropos no podían hablar porque su cerebro no era capaz de elaborar abstracciones y de simbolizarlas en unos sonidos que ellos si podían entender (aunque la manifestación de las emociones si podían representar las primeras simbolizaciones inconscientes de un sentimiento). Su capacidad de emisión sonora sería limitada, pero real. La limitación es más cognitiva que lingüística, pues para tener un lenguaje moderno no es necesario poseer toda la gama de sonidos que poseemos, solo hay que tener unas capacidades cognitivas como las nuestras y una forma externa (visible y/o audible) con la que poder simbolizar lo que pensamos. Tenemos el ejemplo del lenguaje de signos de los sordomudos, la forma de hablar de los bosquimanos, donde abundan los chasquidos realizados con la lengua, indicando que cualquier ruido puede ser utilizado como forma lingüística, lo que se ve claramente en el sistema de silbidos de La Gomera (Silbo Gomero).
Hola Ángel, muchas gracias por tu comentario. Me alegro de que haber creado un debate sobre la cuestión del lenguaje. Las conclusiones que comento en el blog representan una hipótesis, tal vez difícil de contrastar. Habría que viajar al pasado para confirmarlas. Todos los argumentos cuentas en tu comentario tienen que tenerse en consideración. Un cordial saludo.
No tengo conocimientos suficientes para opinar, pero la ignorancia es atrevida.
Siempre me ha parecido que se asocian demasiado pensamiento y lenguaje hablado. Es posible hablar sin pensamiento, como los loros; y pensamiento sin habla como en las personas sordas de nacimiento.
Tengo la sensación de que la mayoría de nosotros cree que pensar es «hablar» en silencio, porque se nos enseña desde que nacemos a usar ese gran invento, la palabra, para poner orden en nuestro pensamiento, para estructurarlo y hacerlo comunicable de un modo bastante efectivo y preciso. Pero nuestro pensamiento, nuestra mente, no está hecha de palabras y creo que el desarrollo de su complejidad es anterior al lenguaje hablado.
Hay quien dice que el canto fue anterior a la palabra. No se si confundo datos, pero creo haber leído algo sobre el gen del lenguaje, el FOXP2 (descubierto en el I. Max Planck) que, al parecer, también existe en los pájaros, que lo necesitan para aprender sus melodías. A mi, a bote pronto, se me vienen a la cabeza más de diez mensajes muy diferentes que se pueden comunicar con solo la palabra «que» al emitirla con diferentes entonaciones (melodías). Tal vez, en los origenes del lenguaje, un mensaje complejo se articulaba mediante la modulación de notas musicales. Supongo que en los audiogramas tambien se puede estudiar el «oído musical» de nuestros antepasados.
Tal vez hubo un tiempo en que los lenguajes «sonoros» era todavia demasiado rudimentarios y limitados para comunicar todo lo que una mente humana podía pensar, y la imagen, pintada, grabada, modelada o tallada, fue un buen complemento. Quien sabe… Al fin y al cabo, es posible que se hayan perdido la mayor parte de las imágenes y figuras que se usaran para comunicarse, todas las que se hiciera con técnicas, y\o en lugares, que no permitieran su conservación.
En fin, vivimos en un mundo moldeado por, y para, quienes dominan la palabra, para bien y para mal (aunque la imagen le va ganando terreno). Pero la palabra fue un invento que, tal vez, se desarrolló aprovechando la capacidad de articular melodias, y que aportó herramientas para comunicar la complejidad de una mente que estaria con anterioridad y que nuestros antepasados podían comunicar mediante otros lenguajes complejos, aunque algo menos eficientes.
No sé si me explico…