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Seguramente la mayoría de los lectores y lectoras habrán superado alguna prueba de audición. La curva obtenida en ese análisis (audiograma) habrá sido el resultado de su sensibilidad para percibir desde los sonidos más agudos a los más graves. Si la audición es correcta (la ideal para nuestra especie), tendremos que haber escuchado de manera nítida sonidos cuya frecuencia se encuentra aproximadamente entre 840 y 4350 Hz. Cuanto más “fino” sea nuestro oído ese rango será mucho mayor.

Recreación del rostro de Australopithecus afarensis realizada por Elyzabeth Daynès.

Hace algunos años, nuestro compañero en el proyecto Atapuerca, Ignacio Martínez Mendizábal, tuvo una brillante idea para aproximarse al problema del lenguaje en nuestros ancestros. Los resultados de las diferentes investigaciones sobre el habla de las especies de homininos extintos nunca han sido aceptadas de manera unánime por los expertos. Los órganos que emiten los sonidos no fosilizan y las inferencias realizadas a partir de la anatomía del cráneo sobre la posibilidad de que tal o cual especie pudiera hablar no resultan convincentes. Así que Ignacio Martínez optó por una vía diferente: ¿por qué no estudiar el órgano que recibe los sonidos? Su investigación fue posible en varios de los cráneos recuperados en el yacimiento de la Sima de los Huesos de la sierra de Atapuerca. La conservación de los restos fósiles de este yacimiento es extraordinaria y se han podido encontrar varios de los huesecillos del oído medio de algunos de los humanos representados en la colección. Estos huesos, de tamaño milimétrico, tienen muchas de las respuestas a la forma que adopta la curva del audiograma. También hay respuestas en el diámetro y la longitud del canal auditivo, en el tamaño y la forma de la membrana timpánica (la entrada al oído interno) y en otros elementos del oído interno. Todo esto se puede medir en una persona actual, pero también en los fósiles.

Gracias a la tomografía computarizada pueden obtenerse imágenes digitales de las partes internas de cualquier estructura ósea. Si se han conservado los elementos que nos interesan, quedará por delante un trabajo ímprobo para reconstruir el oído interno, medir cada huesecillo con una precisión increíble y, en definitiva, averiguar todo cuanto un ingeniero experto en acústica necesita saber para dibujar de manera fidedigna el audiograma de cualquier individuo de una especie desaparecida hace miles de años. Parece cosa de ciencia ficción, pero la tecnología nos está llevando a obtener resultados impensables hace tan solo 20 años.

El trabajo pionero de Ignacio Martínez pudo comprobar que los individuos de la Sima de los Huesos tenían un audiograma muy parecido al nuestro. La conclusión obvia de este trabajo fue que aquellos humanos tenían un oído perfectamente adaptado para escuchar los mismos sonidos que nosotros. Con toda seguridad, aquellos homininos podían sobrevivir gracias a su sensibilidad auditiva para detectar el sigiloso movimiento de un predador o de una presa, de la misma manera que nosotros percibimos el sonido sordo de una bicicleta y nos apartamos. Pero también podemos asumir que unos y otros necesitamos un oído preparado para escuchar con nitidez el habla de nuestros semejantes, cuya frecuencia (en kHz) se encuentra en la región de mayor capacidad auditiva de nuestros audiogramas.

Audiogramas de Australopithecus africanus, Paranthropus robustus, Pan troglodytes y Homo sapiens. Fuente: “Science Advances”.

Audiogramas de Australopithecus africanus, Paranthropus robustus, Pan troglodytes y Homo sapiens. Fuente: “Science Advances”.

Hace poco más de una semana, el investigador Rolf Quam (Universidad de Nueva York), que colabora con el equipo de Atapuerca desde hace años, ha liderado un trabajo sobre la audición de los australopitecos y los parántropos. El trabajo se ha publicado en “Sciences Advances” y en él ha participado Ignacio Martínez, el experto en ingeniería acústica Manuel Rosa y varios jóvenes investigadores de la Universidad de Alcalá de Henares, que cubrirán de manera brillante nuestra retirada del mundo de la ciencia dentro de unos años. Los ejemplares examinados conservaron las diferentes estructuras óseas del oído interno, por lo que pudo seguirse un protocolo similar al utilizado años antes para los humanos de la Sima de los Huesos.

La hipótesis de partida asumía que estos humanos tan arcaicos (entre 1,8 y 2,5 millones de años de antigüedad) tendrían una sensibilidad auditiva distinta de la nuestra. Los datos confirman que aquellos ancestros del Plioceno tenían unas capacidades auditivas todavía bien adaptadas a la vida en los bosques cerrados de África, pero su audiograma no era igual al de los chimpancés. Algo había sucedido en su capacidad auditiva, que había virado ligeramente hacia un modelo como el nuestro. Aunque se ha obtenido un pico de audición óptima en 1,0 kHz, los australopitecos y los parántropos tenían una gran sensibilidad auditiva entre 1,5 y 3,5 kHz, así como una banda de frecuencias entre 770 y 3.370 Hz. Los chimpancés también tienen un pico máximo de audición en 1,0 kHz, para descender muy rápidamente a partir de los 2,5 kHz. Su banda de audición se encuentra entre 570 y 3.000 Hz.

En definitiva, los resultados de este último artículo en “Sciences Advances” está sugiriendo dos resultados muy importantes. En primer lugar, los homininos que precedieron a las especies del género Homo eran incapaces de percibir ciertos sonidos fundamentales en nuestro lenguaje, como los que podemos escuchar cuando pronunciamos las consonantes. Este hecho prácticamente descarta que aquellos humanos del pasado pudieran comunicarse mediante un lenguaje complejo. Esta conclusión era de esperar, pero no deja de ser un resultado importantísimo, que abre las puertas a la solución del enigma del lenguaje en otras especies más próximas a nosotros. Por otro lado, podemos descartar que aquellos homininos vivieran de manera exclusiva en bosques cerradas. Las investigaciones realizadas en los yacimientos donde aparecieron los restos de varias especies de australopitecos y parántropos también habían concluido que aquellos homininos se habían adaptado a vivir en las sabanas de África, una vez el enfriamiento climático produjo la regresión de las selvas. Así que los resultados felizmente coinciden. Estos homininos habrían aprovechado sus adaptaciones para sobrevivir. Una de ellas fue la de poseer un oído relativamente bien preparado para escuchar los sonidos propios de los espacios abiertos. De no haber sido así, ninguno de nuestros antepasados habría sobrevivido y nosotros, sus descendientes, no estaríamos aquí para contarlo.