El yacimiento de Denisova, en las montañas Altai del sureste de Siberia (Rusia), sigue ofreciendo información de gran interés. Los llamados “denisovanos” han pasado a ser considerados de manera coloquial como una especie más de nuestra geneaología. Sin embargo, esa presunta especie no puede ser definida (ni admitida de modo formal) de acuerdo a las normas establecidas en el Código Internacional de Nomenclatura Zoológica. La primera edición de este Código data nada menos que de 1842. Aunque la última edición se publicó en 1999, su actualización no puede incluir la comparación del ADN de especies extinguidas en tiempos remotos con las actuales o subactuales. El material genético tiene un tiempo limitado de duración y, lamentablemente, no puede ser estudiado en organismos de los que tan solo nos quedan sus restos totalmente fosilizados sin vestigio alguno de material orgánico. La caracterización de los denisovanos gracias al ADN representa un hecho totalmente novedoso en evolución humana. No obstante, y a pesar de estas limitaciones, la genética tiene que ser una herramienta fundamental para conocer al menos la última parte de nuestro linaje evolutivo. Quizá el más interesante para todos nosotros.
La cueva de Denisova se localiza en el sur de Rusia, no lejos de las fronteras de la República de Kazajistán y de las de Mongolia, a una latitud similar a la del norte de Alemania y con una altitud de 760 metros sobre el nivel del mar. La cueva de Denisova contiene sedimentos que alcanzan una antigüedad de unos 125.000 años, aunque con el método de la termoluminiscencia se han obtenido datos de hasta 175.000 años en algunos niveles. En cualquier caso, la antigüedad de los restos más interesantes del yacimiento se encuentra entre 30.000 y 50.000 años. De todos ellos se ha obtenido ADN mitocondrial y/o ADN nuclear. Uno de los restos (una falange de mano: Denisova 3) tuvo que ser totalmente destruido para obtener ADN. Esa destrucción se puede justificar por la cantidad de información que se pudo obtener. Por si misma, esa falange no habría aportado nada para conocer la identidad de los humanos que utilizaron esa cueva. Lo mismo podemos decir de los tres dientes encontrados hasta el momento. En su momento supimos que en aquella región de Siberia vivieron homininos de origen incierto, cuyo antepasado remoto tenía alrededor de un millón de años, que compartía una parte de su genoma con los neandertales y que sus genes pasaron por hibridación a algunas poblaciones de nuestra especie. También hemos sabido que el ADN mitocondrial de uno de los individuos de la Sima de los Huesos de Atapuerca (430.000 años de antigüedad) tiene muchas similitudes con los denisovanos. Quizá esa relación viene dada por el hecho de que los humanos de la Sima de los Huesos también están estrechamente emparentados con los neandertales. Ese puzzle se irá resolviendo poco a poco.
Ahora, la revista “Proceedings of the National Academy of Sciences, USA (PNAS)” acaba de publicar nuevos datos genómicos del molar Denisova 4 (ADN nuclear), del que ya conocíamos su ADN mitocondrial, y del molar Denisova 8 (ADN nuclear y mitocondrial). El estudio ha sido liderado una vez más por Svante Pääbo. Estos dos molares tienen una morfología poco común y un gran tamaño en comparación con el de otros molares de diferentes especies del género Homo. Se han clasificado como terceros molares superiores (lo que de manera coloquial se conoce como “muelas del juicio”). La morfología y el tamaño de estos molares nos habla de una población muy particular, que pudo vivir durante miles y miles de años en una región relativamente aislada de Eurasia, muy posiblemente con un microclima particular, que permitió la vida de muchas especies aún durante las fases más frías del Pleistoceno.
Los resultados de Svante Pääbo y su equipo confirman la identidad genómica de los tres individuos identificados mediante su ADN (mitocondrial y/o nuclear), aunque su cronología es diferente (los tres fósiles procedente de niveles estratigráficos distintos). Pero los resultados también demuestran que la notable variabilidad genética de los tres denisovanos puede estar relacionada con la expansión de estos humanos por un vasto territorio, así como su relación con otros homininos. Por supuesto, los datos vuelven a demostrar el parentesco de los denisovanos con los neandertales. O estos últimos expandieron sus dominios hasta esas regiones del centro de Eurasia o, por el contrario, los denisovanos se movieron hasta entrar en contacto con ellos en otros lugares. Lo mismo podemos decir de la relación de los denisovanos con Homo sapiens. El hecho de que nada menos que un 5% del genoma de los Denisovanos esté presente en las actuales poblaciones de Oceanía, o que un 0,2% del genoma de aquellos humanos haya llegado hasta las actuales poblaciones de Eurasia tiene que ser explicado por los expertos. Faltaría por encontrar al menos un cráneo en la cueva de Denisova para conocer el aspecto de estos enigmáticos humanos del Pleistoceno. Todos deseamos que suceda cuanto antes.
Poco a poco vamos conociendo la dinámica de las poblaciones actuales, desde su expansión africana. Pero también iremos sabiendo como interaccionamos con los humanos que habitaban Eurasia. Por ahora ya sabemos que llevamos algo del genoma de los neandertales y de los denisovanos. Seguramente también llevaremos algo de Homo erectus. No creo que tardemos en saberlo.
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