Seleccionar página

En junio de 2003 un equipo científico encabezado por Timothy White publicó en la revista Nature un importante hallazgo, realizado varios años antes (1997) cerca de la localidad de Herto, en la región etíope del curso medio del río Awash. Se trataba de restos de tres cráneos (dos de ellos muy completos) y dientes fósiles, que pertenecieron a un mínimo de siete individuos. Tim White nos tenía acostumbrados a descubrimientos de gran antigüedad. Por ese motivo, sorprendió a todos la datación de los restos de Herto, que se movía en el rango de 154.000 y 160.000 años. Este dato nos recuerda que la región del curso medio del río Awash puede considerarse como uno de los lugares más importantes del planeta para el estudio de toda la evolución humana. Las excavaciones en esta región han proporcionado restos de ardipitecos, australopitecos y de varias especies del género Homo.

Portada de la revista Nature del 12 de junio de 2003.

En esta ocasión, White y sus colegas describieron restos de Homo sapiens, si bien quisieron distinguirlo de otras poblaciones de nuestra especie con el apellido “idaltu”: Homo sapiens idaltu. El cráneo de uno de los adultos fue portada de la revista Nature y el artista Jay Matternes realizó una de sus famosas reconstrucciones dedicadas a las especies y paisajes del pasado. Con independencia de las licencias artísticas de Matternes, su reconstrucción pictórica refleja los caracteres del neurocráneo y de la cara. Los cráneos de Herto son esféricos, por lo que aquellos humanos ya había perdido el aspecto aplanado de todas las especies anteriores del género Homo. En consonancia con ello, el cerebro del cráneo tendría la misma forma que la nuestra y su volumen (unos 1.400 centímetros cúbicos) era algo superior al promedio actual. La cara era exactamente igual a la nuestra y tan solo se puede decir, como rasgo a destacar, que  los cráneos eran robustos. Nada que nos pueda sorprender, porque algunas poblaciones actuales también tienen cráneos algo más robustos de lo habitual.

Para Tim White y sus colegas, los restos humanos de Herto representan la continuación de un linaje evolutivo, surgido en África hace unos 250.000 años: el linaje “sapiens”, bien representado por algunos restos fósiles de África y del Corredor Levantino. Los cráneos de Herto son contemporáneos con los neandertales, pero no muestran ninguno de los caracteres típicos de estos humanos del otro lado del Mediterráneo. La separación de las dos genealogías, neandertales y humanos modernos pudo ocurrir hace entre 400.000 y cerca de un millón de años (una amplia horquilla temporal, todavía por resolver). Pero lo cierto es que los cráneos de Herto podían confundirse con los de algún yacimiento moderno. Hace 160.000 años la especie Homo sapiens ya estaba perfectamente definida y consolidada.

Cráneo de Homo sapiens idaltu. Fuente: Nature.

Cráneo de Homo sapiens idaltu. Fuente: Nature.

Pero una cosa es lo que nos dicen los fósiles y otra muy distinta es saber como estaba estructurado el cerebro que contenía el neurocráneo de los humanos de Herto. Para algunos genetistas tuvieron que producirse cambios de cierta entidad en nuestro genoma para que los humanos llegáramos a producir y apreciar el arte o a poseer un pensamiento simbólico tan desarrollado como el que ahora nos caracteriza. Si nuestra especie tiene una antigüedad de casi un cuarto de millón de años, ¿por qué hemos tardado tanto tiempo en alcanzar los logros tecnológicos de los que disfrutamos hace tan solo unas pocas décadas? Hace 160.000 años el tamaño del cerebro ya había logrado con holgura el tamaño de hoy en día. Quizá los genetistas obtendrán respuestas en poco tiempo, precisamente gracias al enorme avance de la paleogenética. Conoceremos mejor los cambios que nos distinguen de aquellos humanos de finales del Pleistoceno medio. Sin embargo, ante la incontestable evidencia de que algunas tribus del planeta siguen viviendo de la caza y la recolección no queda más remedio que aceptar la importancia del cerebro social en nuestro progreso. Sin la interacción de miles de personas en una empresa común hubiera sido imposible llegar hasta las cotas tecnológicas actuales. Ya lo sabemos, la respuesta está en el ADN, pero también en el ambiente en el que se desarrollan los seres vivos. En nuestro caso, el intercambio de información de manera vertical (a través de los textos escritos por quienes nos han precedido) y horizontal actúa sobre las posibilidades del genoma humano para provocar nuestro progreso tecnológico exponencial.