Seleccionar página

Los fósiles encontrados en la cueva de Liang Bua, en la isla de Flores, siguen despertando un enorme interés entre los especialistas. No es para menos, porque nadie hubiera imaginado encontrar nada igual en el registro fósil.

Mientras el debate sobre el significado de estos fósiles continua entre los especialistas en crecimiento y paleopatología, los geólogos y geocronólogos han seguido trabajando sobre el terreno. Thomas Sutikna (Universidad de Nueva Gales del Sur, Australia) y un nutrido grupo de expertos en estos ámbitos, acaban de publicar en la revista Nature (21 de abril de 2016) un nuevo capítulo de la saga de Homo floresiensis. Como suele suceder con hallazgos de tanta trascendencia, el tiempo es un buen aliado para seguir trabajando en la comprensión del contexto, dejando a un lado las controversias sobre los propios fósiles. Precisamente, el tiempo transcurrido desde el hallazgo (2004) ha ido despejando algunas incógnitas y permitido asimilar el hallazgo.

El Dr. Mike J. Morwood con una réplica de Homo floresiensis.

Las nuevas investigaciones de los niveles geológicos de la cueva de Liang Bua han mostrado una historia mucho más compleja sobre la formación del yacimiento donde se obtuvieron los restos fósiles y las herramientas de piedra. Los yacimientos formados dentro de cavidades suelen tener una génesis muy complicada, que solo se puede comprender cuando se dispone de un modelo tridimensional. Esto es lo que han hecho los geólogos, observando diferentes secciones del paquete de sedimentos de la cueva. Es así como han sido capaces de demostrar que los primeros estudios de la geología del yacimiento fueron demasiado simples y engañosos. La edad geológica publicada en los primeros trabajos arrojó cifras en torno a los 18.000 años para los fósiles y de unos 90.000 años para las herramientas. Esta diferencia temporal sirvió de argumento para sostener que aquellos humanos de cerebro diminuto habrían sido incapaces de poseer tecnología. Las herramientas habrían sido fabricadas por miembros de otra especie humana provista de un cerebro más grande.

Una vez realizado el estudio geológico, se practicaron varios métodos de datación tanto de los sedimentos como de los propios fósiles (géneros Stegodon y Homo). El análisis de numerosas muestras y el uso de métodos diversos (luminiscencia térmica y estimulada por radiación, y series de uranio) es una garantía para acercarse a la cronología real de los niveles geológicos. Las dataciones han llevado hacia atrás en el tiempo tanto a los fósiles humanos como a las herramientas de piedra. Las investigaciones de Sutikna y de los demás miembros del equipo sugieren una cronología mínima de 60.000 años, con un dato máximo que se aproxima a los 200.000 años para el conjunto sedimentario donde se hallaron los fósiles humanos y las herramientas.

Esta información es muy importante para ir cerrando el expediente X sobre el significado de los pequeños “hobbits” de la isla de Flores y preguntarse sobre los mecanismos biológicos necesarios para transformar una especie humana de estatura y proporciones similares a las nuestras en los enanos localizados en los estratos de Liang Bua. Los humanos modernos ya estaban en el sur de China hace unos 100.000 años, pero parece que no fueron capaces de navegar hasta el continente australiano hasta hace unos 70.000 años. Estos datos casi pueden excluir que los miembros de Homo floresiensis fueran en realidad enanos patológicos de nuestra propia especie. Es improbable que Homo sapiens hubiera colonizado la isla de Flores hace más de 50.000 años.

En conclusión, tenemos que ir aceptando a Homo floresiensis en nuestra ilustre familia de ancestros. Su enanismo habría sido fruto de un aislamiento prolongado, del mismo modo que los elefantes del género Stegodon llegaron a tener una talla tan diferente a la de sus parientes “gigantes” del continente. La isla de Flores actuó de laboratorio natural, igual que nosotros hemos manipulado a muchos de nuestros animales domesticados, para transformarlos en seres irreconocibles con respeto a los originales en su estado silvestre. Si finalmente esta hipótesis gana en robustez, el cerebro de Homo floresiensis disminuyó de tamaño, pero no perdió su complejidad. Solo así se puede explicar tanto la fabricación de tecnología como su capacidad de supervivencia en la isla de Flores durante milenios.