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Tres de los dientes humanos hallados en Mata Menge. Fuente: Nature.

Hace poco más de un mes contaba en este blog los resultados de Thomas Sutikna (Universidad de Nueva Gales del Sur, Australia) y sus colegas sobre nuevos estudios geológicos y dataciones de la cueva de Liang Bua, en la isla de Flores (Indonesia). Sus resultados fueron publicados el 21 de abril en la revista Nature. La nueva cronología de los fósiles de Liang Bua reforzaban la identidad de la especie enana Homo floresiensis. Si las primeras dataciones daban un resultado de 18.000 años. Los datos de Sutikna y colaboradores sugerían un rango temporal de entre 60.000 y 200.000 años.

No es de extrañar que muchos colegas haya concentrado sus esfuerzos en explorar diferentes lugares de la isla de Flores, con la esperanza de encontrar nuevos yacimientos. El tema es verdaderamente apasionante. Solo así se podría contrastar uno de los hallazgos más extraños y controvertidos del siglo XXI ¿Cómo explicar la presencia de humanos relativamente recientes de un metro de estatura y un cerebro tan pequeño como el de los chimpancés en una isla del actual estado de Indonesia? Nunca dejaremos de extrañarnos de que aquellos seres diminutos con un cerebro tan pequeño fueran capaces de elaborar una tecnología relativamente compleja, habiendo sobrevivido en aislamiento quizá durante miles de años. Es por ello que muchos investigadores recurrieron a explicaciones diferentes. Los humanos encontrados en la cueva de Liang Bua habrían sido miembros de nuestra especie con enfermedades raras debido a procesos de endogamia favorecidos por la insularidad. En estas condiciones, la microcefalia producida por estas enfermedades habría llegado a ser común entre los habitantes de la isla de Flores. Pero todo apunta a que estas propuestas tendrán que ser abandonadas.

En efecto, los acontecimientos empiezan a descartar la hipótesis de que los enanos de Flores fueran humanos patológicos y nos acercan cada vez más a la sorprendente conclusión de que los homininos del pasado estuvimos regidos por las mismas leyes biológicas que los demás vertebrados en condiciones de insularidad prolongada. ¿Quizá nos sentimos tan diferentes que olvidamos nuestra verdadera condición animal? Es evidente que así es, porque muchos/as se resisten a reconocer la posibilidad de que el aislamiento de la isla de Flores llevó a ciertos humanos a convertirse en auténticos enanos de cerebro pequeño (como sucedió con los elefantes del género Stegodon), conservando intactas sus capacidades cognitivas.

La revista Nature publica esta semana dos artículos sorprendentes y fascinantes relacionados con la isla de Flores. En el primer artículo, un equipo multidisciplinar formado por 22 geólogos, geocronólogos, arqueólogos y paleoecólogos liderados por los australianos Adam Brumm, Gerrit D. van den Bergh e Iwan Kurniawans (y en el que participa nuestro compañero del CENIEH Mathieu Duval) estudiaron en 2014 los sedimentos de un pequeño valle de la isla de Flores de unos 400 kilómetros cuadrados, que pueden datarse gracias a los depósitos volcánicos que se intercalan con diferentes estratos. El lugar conocido como Mata Menge contiene artefactos de piedra, fósiles del elefante enano del género Stegodon, una rata gigante, el conocido dragón de Komodo y restos de cocodrilos. En un ambiente similar a las sabanas de África, pero con abundantes zonas húmedas, vivieron humanos tan pequeños como los enanos de la cueva de Liang Bua. Las evidencias son todavía escasas, pero la revista Nature publica en un segundo artículo la descripción de un fragmento de mandíbula y seis dientes humanos. Todo el conjunto tiene al menos 700.000 años de antigüedad, muy bien calibrados mediante los métodos del 40Ar/39Ar para las capas volcánicas y series de uranio para el esmalte de dientes de Stegodon florensis.

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Utensilios y restos fósiles de animales de Mata Menge. Puede ver un diente de cocodrilo, una mandíbula de rata gigante y una vértebra del elefante enano Stegodon florensis. Fuente: Nature.

Aunque las evidencias son insuficientes para obtener conclusiones robustas no cabe duda de que en los inicios del Pleistoceno Medio ya había humanos de pequeña estatura en la isla de Flores, conviviendo con las mismas especies que Homo floresiensis. Los procesos biológicos naturales que llevaron a algunas especies a reducir su tamaño para sobrevivir en unas condiciones en las que escaseaban los recursos pudieron haber operado hace ya 700.000 años. Nuestro cerebro consume en reposo más del 20% de toda la energía disponible. Si disminuimos su tamaño el ahorro energético es sustancial.

Los descendientes de los primeros enanos de la isla de Flores siguieron viviendo en la isla, totalmente aislados de otras poblaciones de Homo erectus durante una eternidad. El segundo artículo está liderado por Gerrit D. van den Berghy y el japonés Yousuke Kaifu. El trozo de mandíbula de Mata Menge está muy deteriorado y la comparación con las mandíbulas de Liang Bua requiere mucha imaginación. Pero no cabe duda de que la mandíbula de Mata Menge perteneció a un adulto muy pequeño. Los dientes se conservan mejor. Están aislados y muestra ciertas similitudes con los de Liang Bua, si bien presentan algunos de los rasgos primitivos del género Homo. Uno de los problemas de Homo floresiensis es que la mayoría de sus restos esqueléticos son muy extraños en comparación con los de los demás homininos conocidos. Su morfología tampoco tendría que sorprendernos, cuando de manera artificial y con la selección apropiada hemos transformado a los ancestros de los perros domésticos en caniches o perros salchicha. El fenotipo puede alterarse de manera natural (insularidad) o artificial (domesticación) hasta conseguir que los animales resultantes sean irreconocibles con respecto a la especie original. Por supuesto, los dientes de Mata Menge se reconocen como de homininos con facilidad. Su morfología sigue siendo muy parecida a la de la especie Homo erectus, de la que muy probablemente procede.

No me cabe duda de que las exploraciones en la isla de Flores terminarán por resolver este dilema de manera definitiva. Para ello necesitamos cráneos de 700.000 años (o quizá más antiguos) que nos expliquen cuándo y cómo sucedió el proceso evolutivo de miniaturización de los habitantes de la isla de Flores.

José Mará Bermúdez de Castro