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Solemos interesarnos sobre el momento de nuestra evolución en el que perdimos el pelaje. Los homininos más antiguos, aquellos que vivieron hace entre 6 y 4 millones años, tendrían el cuerpo cubierto con una capa espesa de pelo similar a la de gorilas y chimpancés. Casi con seguridad podríamos decir lo mismo de los australopitecos, de cronología más reciente, y de los parántropos. En un trabajo ya clásico de 1984, Peter Wheeler defendió que la postura erguida y la bipedestación fuera del amparo de la sombra que ofrecían los bosques cerrados de África nos condujo a perder la mayor parte del pelo. La incidencia de los rayos solares del mediodía fue decisivo en esa adaptación. Mantuvimos al menos el pelo de la cabeza como un sistema de protección para evitar el sobre-calentamiento del cerebro. Muchas especies que viven en sabanas tropicales han desarrollado adaptaciones para evitar el calentamiento excesivo del cerebro, un órgano especialmente sensible a los cambios de temperatura. Cuando no se desarrolla algún tipo de adaptación, los animales buscan las pocas sombras que se encuentran en estos parajes.

En fecha mucho más reciente (2011) los investigadores Ruxton y Wilkinson explicaban en la prestigiosa revista PNAS que el modelo de Wheeler ignoraba la cantidad de energía generada durante la actividad diaria. Mientras que los chimpancés apenas dedican entre el 7 y el 27% de su tiempo en la búsqueda de alimento o en otros menesteres, en la sabana hay que ser muy activos para conseguir alimento. Así que la ventaja de perder el pelo y refrigerarse mediante la sudoración parece insuficiente. Algo parece fallar en el razonamiento de Wheeler ¿O quizá no?

Los investigadores Tomás Dávid-Barret y Robin Dunbar acaban de publicar un extenso trabajo en la revista Journal of Human Evolution, en el que revisan esta cuestión. Sus investigaciones incluyen un modelo matemático muy complejo, cuya comprensión requiere tiempo y paciencia. Quienes tengan interés en leer con atención el desarrollo del trabajo de estos autores, pueden descargar el archivo de manera gratuita (número 94 [2016], págs. 72-82). Es uno de los pocos trabajos a los que se puede acceder, porque los autores ya han abonado el coste a la editorial para el acceso libre.

Resumiendo, Dávid-Barret y Dunbar han investigado todos los yacimientos de australopitecos y primeros representantes del género Homo. Estos homininos ya se habían adaptado a vivir en regiones casi desnudas de vegetación por lo que, de acuerdo con la hipótesis de Wheeler, habrían perdido su pelaje. Dávid-Barret y Dunbar se han fijado en la posición geográfica y en la altitud de los hábitats de estos homininos. Estos datos son de particular importancia para estudiar la biología de los australopitecos y los primeros Homo, y en los que otros autores no habían reparado. La actividad tectónica de África durante los últimos tres millones de años ha sido muy activa y las regiones donde vivieron los australopitecos estaban situadas hasta 1000 metros más altos que en la actualidad. Esta hecho supone que el clima de aquellos territorios era más frio de lo que es hoy en día. Si la temperatura era más baja que en la actualidad es posible que los australopitecos y los primeros Homo no perdieran su pelaje, a pesar de vivir en regiones abiertas. La altitud de estas regiones implicaba descensos importantes de la temperatura durante la noche.

Dávid-Barret y Dunbar piensan que la pérdida de pelo estuvo asociada a la posibilidad de vivir en regiones más bajas y cercanas a la costa. Este hecho sucedió en aquellas especies que pudieron adaptarse a vivir en zonas con mayor temperatura e insolación. En este razonamiento Dávid-Barret y Dunbar están de acuerdo con la hipótesis de Peter Wheeler, solo que este autor no tuvo en cuenta la tectónica de África. Hace unos dos millones de años alguna especie del género Homo se aproximó tanto al borde del continente africano como para llegar al nivel del mar. De manera inadvertida esa especie pudo pasar las fronteras geopolíticas de África y colonizar un nuevo continente. Algo que nunca pudieron hacer los australopitecos, aunque algunos haya defendido tal posibilidad.

Hominino de Dmanisi (1,8 millones de años), según Mauricio Antón.

Si Dávid-Barret y Dunbar están en lo cierto, la cuestión de que solo los miembros del género Homo fueran capaces de adentrarse en Eurasia quedaría zanjada. Solo ellos habrían perdido el pelaje que nos diferencia de los simios y de nuestros ancestros del Plioceno. En las imágenes que acompañan al texto podemos ver la reconstrucción de uno de los homininos del yacimiento de Dmanisi (República de Georgia, 1,8 millones de años). Mauricio Antón publicó este dibujo hace unos años en la portada de National Geographic. Mauricio quería demostrar con ello que los primeros eurasiáticos conocidos tenían un cráneo muy arcaico. El pelaje contribuía a remarcar su aspecto primitivo. Una segunda reconstrucción realizada por la artista Elizabeth Daynes mantuvo el aspecto primitivo de la cara y el neurocráneo de estos homininos (como no podía ser de otra manera), pero decidió que no tendrían pelo en el cuerpo. Si Dávid-Barret y Dunbar están acertados en su razonamiento, la reconstrucción de Elizabeth Daynes sería más correcta.

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Macho y hembra del grupo de homininos, según la reconstrucción de Elizabeth Daynés.

José María Bermúdez de Castro