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Los primates humanos compartimos numerosos caracteres con los chimpancés. Los más interesantes, en mi opinión, tienen que ver con el comportamiento. Antes de nada hemos de recordar que existen dos especies de chimpancé: Pan troglodytes y Pan paniscus. Según los genetistas, esta última especie puede representar una derivación del linaje principal, con un componente femenino muy marcado. Es muy probable que tengamos una relación evolutiva más próxima con Pan troglodytes, una especie que en términos coloquiales denominamos chimpancés comunes.

Desde mediados de los años 1960s La famosa primatóloga Jane M. Goodall tuvo ocasión de observar durante años una comunidad de Pan troglodytes y obtener una inmensa cantidad de datos sorprendentes sobre su comportamiento en libertad. De ellos aún tenemos que aprender mucho. Son un buen espejo en el que mirarnos y reflexionar después sobre nosotros mismos. Pedro Pozas Terrados, director general del Proyecto Gran Simio nos recuerda siempre en sus conferencias las enormes similitudes de estos primates con los homininos más antiguos de nuestra genealogía. Observar a los chimpancés en libertad es como echar una mirada a nuestra historia evolutiva. De ahí la enorme importancia en protegerlos y permitir que sigan compartiendo el planeta con nosotros.

Jane Goodall y otros muchos expertos saben que los chimpancés tienen un comportamiento muy particular, que podríamos perfectamente asimilar a la práctica de la política. No es sencillo llegar a ser el macho alfa del grupo. La fuerza bruta no es el único argumento, sino la astucia y la empatía con otros machos y con las hembras. Este comportamiento se aleja mucho de lo que sabemos sobre los gorilas, que consiguen el dominio de los harenes mediante la fuerza. Por el contrario todo parece indicar que los humanos compartimos muchos rasgos de la conducta con Pan troglodytes, que los dos linajes heredamos de nuestro antepasado común.

La cultura de los chimpancés es muy simple (aunque sorprendente), como nos mostró Jane Goodall en sus observaciones en el Parque del Gombe (Tanzania), mientras que la nuestra ha alcanzado logros extraordinarios. La cultura humana se ha mezclado de manera diabólica con la biología, enmascarando muchos de los rasgos que muestran su estado más puro solo cuando desaparecen las leyes y las normas autoimpuestas. La convivencia en sociedades formadas por un número muy elevado de individuos solo es posible en un marco legal de consenso. Pero esto no quiere decir que dejen de aflorar nuestros instintos más básicos, caso de no violar el orden establecido. Todos los humanos compartimos el mismo genoma, pero bien sabemos que algunas profesiones requieren visibilidad. Los componentes de estas profesiones se exponen voluntariamente a la observación permanente de otros miembros de la sociedad, porque lo necesitan de manera imperiosa. Es el caso de la política.

Congreso de los diputados.

En virtud de las nuevas tecnologías, esta profesión se ha convertido en un espectáculo mediático, que muchos considerarían poco edificante. Sin embargo, los estudiosos del comportamiento humano se frotan las manos. Los políticos de alto nivel tienen que salir forzosamente del anonimato y formar parte de una especie de “gran hermano”. Es el precio que tienen que pagar por pertenecer a esa élite. Y no nos engañemos, todos, absolutamente todos los políticos del planeta comparten el mismo genoma. Las ideologías son diferentes, por supuesto, pero su comportamiento es idéntico y no muy diferente del observado en Pan troglodytes. Por ejemplo, no es sencillo ver a una mujer liderando un país. Pero no olvidemos que la cultura es nuestra adaptación más importante. En virtud de ello, muchas sociedades se preocupan de las apariencias, permitiendo que las mujeres formen parte de esta profesión, otrora limitada a los varones. Un gran logro, sin duda, aunque la pugna por el poder suele ser más frecuente entre los machos de esta profesión. Para conseguir el liderazgo absoluto, los aspirantes a macho alfa necesitan el apoyo tanto de otros machos como de las hembras. Nada nuevo bajo el sol. Lo observamos a diario en todos los grupos políticos, aunque unos lo muestren de manera más abierta que otros. El mayor desgaste de los políticos de los países democráticos no consiste en ganar a los adversarios en las urnas, sino en mantener el poder alcanzado tras un titánico esfuerzo. Ellos y ellas lo saben bien.

José María Bermúdez de Castro