La revista PLOS ONE nos sorprendía la semana pasada con la publicación de varios artículos relacionados con los orígenes más profundos de la humanidad. El artículo más comentado (liderado por Jochen Fuss, Universidad de Tübingen, Alemania) describía un fósil recuperado en 1944 por B. von Freyberg cerca de la localidad griega de Pyrgos Vassilissis, no lejos de Atenas. El fósil perteneció a un primate, que vivió durante el Mioceno en esa región del sur de Europa. Von Freyberg consideró que el fósil representaba a algún ancestro de la familia Cercopithecidae (mandriles, babuinos o macacos), pero el reputado paleontólogo Ralph von Koenigsvald incluyó el fósil en la familia de los homínidos con el nombre de Graecopithecus freybergi. Además de esta mandíbula, se conoce un premolar superior procedente de la localidad de Azmaka (Bulgaria), que podría pertenecer a esta misma especie. La antigüedad de estos fósiles se estima entre 7,1 y 7,2 millones de años. Si estos ejemplares son verdaderamente representantes de algún miembro de la genealogía humana, cabe plantearse la hipótesis de que la divergencia entre el linaje de los homininos y de los paninos (la genealogía de los chimpancés) pudo suceder en tierras hoy conocidas como Europa y no en alguna región de África, como habíamos asumido hasta el momento. Esta revelación ha tenido un eco, a mi juicio exagerado, en los medios de comunicación. Veamos.
Los genetistas siguen refinando sus métodos de investigación. La historia evolutiva de las especies del pasado tiene momentos de gran interés, relacionados con la divergencia de los linajes evolutivos. El momento de la separación de la subtribu hominina de la subtribu panina ha sido fijado por los genetistas entre 5 y 10 millones de años. La última investigación, publicada en 2012 (Langergraber et al. PNAS, 109, pags. 15716-15721), ha estimado que la divergencia ocurrió hace entre 7 y 8 millones de años. A nadie se nos escapa que este “reloj molecular” es todavía poco preciso. El reloj se calibra mediante una tasa de mutación hipotética. Una pequeña variación en ese valor adelanta o retrasa la hora nada menos que un millón de años. Según se va conociendo mejor el genoma de nuestra especie y el de los chimpancés la precisión será cada vez mayor. La paleontología tampoco es capaz de resolver por el momento la cuestión de nuestros orígenes. El registro fósil de esa época es extremadamente pobre. Algunos pocos restos de las especies Orrorin tugenensis, Sahelanthropus tchadensis y Ardipithecus kadabba es todo lo que tenemos. Y las conclusiones de quienes han encontrado sus restos siguen siendo debatidas. La especie más reconocida es Ardipithecus ramidus, pero su antigüedad no pasa de los 4,5 millones de años, muy lejos de la fecha hipotética propuesta por la biología molecular.
El nuevo estudio de la mandíbula y el premolar de Graecopithecus freybergi concluye que estos restos pertenecieron a la genealogía hominina. En este caso no hay posibilidad de conocer el tipo de locomoción, un tópico que siempre está en el centro del debate de los posibles fósiles atribuidos al linaje humano. Los dientes, cuya morfología tiene un elevado componente de heredabilidad, representan el argumento más importante para defender el caso. Asumiendo que la cronología de este fósil, recuperado hace más de 70 años de un lugar donde ya no es posible obtener información, es correcta tendríamos encima de la mesa un nuevo elemento para el debate. Pero el caso no está ni mucho menos cerrado.
La posibilidad de que la divergencia de la genealogía humana y la de los chimpancés ocurriera en la región del Mediterráneo y no en África central no es descabellada, pero necesita mucho mayor apoyo del registro fósil, como reconocen los propios autores del artículo de PLOS ONE. No está de más recordar que la denominada “crisis salina del Messiniense” supuso la casi total desecación del Mediterráneo hace entre 5,9 y 5,3 millones de años y, por tanto, la conexión directa de Europa y África. Antes de que la cuenca del Mediterráneo volviera a llenarse hasta los niveles que conocemos hoy en día las especies terrestres tuvieron un lapso temporal de 600.000 años para moverse de norte a sur y viceversa. Si ciertamente la divergencia de la genealogía humana y la de los chimpancés ocurrió en el sur de Europa, sus descendientes pudieron emigrar hacia el sur e instalarse definitivamente en África, donde siguieron su devenir evolutivo.
Estas consideraciones centran un nuevo debate científico, donde las hipótesis han de ponerse a prueba. El origen y la historia evolutiva de la genealogía humana no ha cambiado, pese a los titulares que podamos leer en los medios. Seguimos inmersos en una bruma muy densa, donde es complicado ver más allá de unos cuantos fósiles fragmentarios y un reloj molecular que trata de afinar su precisión.
José María Bermúdez de Castro
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