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Recuerdo bien el disgusto de Emiliano Aguirre, hacia finales de la década de 1980, cuando le comunicaron que una parte del yacimiento de la Gran Dolina había sido volado con cargas explosivas. En aquellos años muy pocos eran conscientes del enorme valor que acabaría por tener este lugar para el estudio de la evolución humana. Situada en una zona militar, la mayor parte de la Trinchera del Ferrocarril era una zona segura para probar explosivos. La mala suerte quiso que algunas cargas se colocaran justo en la parte más baja de la cueva de la Gran Dolina. Los miembros del Grupo Espeleológico Edelweiss de Burgos ayudaron a Emiliano Aguirre y al arqueólogo burgalés Carlos Díez a recoger cientos de fragmentos de fósiles arrancados por la onda expansiva, que dejo cicatrices profundas en los niveles TD4, TD5 y TD6. Quizá se perdieron unos cuantos restos de Homo antecessor. Si la Trinchera del Ferrocarril arrasó parte del yacimiento durante su construcción a finales del siglo XIX, este suceso sirvió para alertar a las autoridades civiles y militares sobre la necesidad de preservar el lugar. Nunca más se volvería a repetir algo semejante. Más bien al contrario. Desde entonces, el respeto hacia los yacimientos cristalizó en 2000 tras su declaración como lugar Patrimonio de la Humanidad. Desde entonces, las patrullas militares del acuartelamiento donde se encuentra el yacimiento no dejan de vigilar el lugar, como un auténtico tesoro.

En la imagen la restauradora y conservadora Pilar Fernández Colón (CENIEH) nos muestra los restos de la mandíbula de un oso aparecido en la presente campaña de 2017, literalmente aplastados por los 18 metros de sedimentos que la han cubierto durante casi un millón de años. Foto del autor.

Entre 1990 y 1991 se realizó una excavación de urgencia para evitar que las condiciones climáticas terminaran por destruir una parte de la base del nivel TD4. En 1992 levantamos el techo de la cueva de la Gran Dolina y dejamos el nivel más alto (TD11) expuesto a la intemperie. Solo un par de años más tarde aparecieron los primeros restos de Homo antecessor. Todos estos acontecimientos forzaron la protección del yacimiento con una enorme cubierta. No nos equivocamos y, entre todos, salvamos uno de los mejores yacimientos de Eurasia.

En aquellas intervenciones de 1990 y 1991 se recogieron docenas de restos de grandes mamíferos de la base de TD4. Entre otras especies, aparecieron restos muy completos y bien conservados de caballos, ciervos, osos y rinocerontes. Cuatro herramientas de cuarcita, de aspecto muy tosco, difíciles de clasificar en alguna tecnología conocida, completaron una de las mejores colecciones arqueo-paleontológicas de Atapuerca. La primera evaluación del paleomagnetismo de la secuencia de Gran Dolina, la morfología de los restos fósiles y otros datos sugerían que el nivel TD4 podía tener una cronología de 800.000 años. Las estimaciones se quedaron cortas. En estos últimos años se han utilizado varios métodos de datación, que han arrojado cifras de entre 900.000 y cerca de un millón de años para la base del nivel TD4.

Detalle de la mandíbula de oso de TD4. Aunque parezca imposible, los restauradores conseguirán reestablecer la anatomía de la mandíbula con infinita paciencia. Foto del autor.

Durante mucho tiempo, la autenticidad de las herramientas en TD4 fue desechada por muchos colegas, puesto que la “ciencia oficial” de entonces no admitía la presencia de humanos en Europa más allá del límite de los 500.000 años. Un cuarto de siglo más tarde los arqueólogos y paleoantropólogos ya buscan en Europa restos humanos de hasta 1,5 millones de años.

Desde la campaña de campo de 2015 se excavan unos 15 metros cuadrados del nivel TD4. Las herramientas de piedra siguen apareciendo, junto con restos de animales de diferentes especies. No descartamos que algún día se encuentren restos de homininos en TD4. Sería un gran acontecimiento para las excavaciones en la sierra de Atapuerca.

 

José María Bermúdez de Castro