Coincidiendo con la proliferación de Homo sapiens en el hemisferio norte durante la segunda mitad de Pleistoceno Superior y los inicios del Holoceno, se produce una abrupta desaparición de mamíferos, que forman parte de la llamada “megafauna”. Hace unos 40.000 años nuestra especie inició su expansión por toda Europa, consiguió colonizar el norte de Eurasia y penetró por Beringia hacia el continente americano. La conquista de estos territorios durante las glaciaciones de Pleistoceno Superior, incluida la última época gélida ocurrida a finales del este período y los dos primeros milenios del Holoceno, solo pudo producirse gracias a la grasa y la carne proporcionada por la caza de grandes mamíferos. Rinocerontes lanudos, mamuts, grandes ciervos, caballos y otros mamíferos fueron depredados por las antiguas poblaciones de nuestra especie. Así lo demuestran las excavaciones en todos los yacimientos de esta época. Los expertos se preguntan si fue esta la causa de la extinción de estos animales, algunos de cuyos descendientes se recuperan en lugares protegidos de Europa.
Esta hipótesis tiene defensores y detractores, como sucede con todas las propuestas científicas ¿Hasta qué punto una población humana de cazadores del Pleistoceno es capaz de exterminar una especie? Ningún depredador conocido extingue las especies que forman parte de su dieta, porque su propia supervivencia depende de ellas. El escenario que proponen la extinción de la megafauna del hemisferio norte por nuestra especie asume una notable densidad demográfica de las poblaciones de Homo sapiens. Sin este presupuesto, los predadores humanos habrían mantenido un equilibrio con sus presas. Pero el notable incremento demográfico de nuestra especie comenzó mucho más tarde, durante el Neolítico, con la dedicación de amplios territorios al desarrollo agrícola.Para entonces, la extinción de los grandes mamíferos, como los rinocerontes lanudos, bueyes almizlcleros, mamuts, bisontes esteparios, caballos salvajes o los grandes renos de aquella época, ya se había consumado.
El intenso frío de las épocas más frías del Pleistoceno Superior pudo ser también una causa razonable de la extinción de grandes mamíferos. Este hecho no sucedió en África, por ejemplo, donde la megafauna se mantuvo a pesar de la presión predadora de carnívoros y humanos. Los detractores de la hipótesis de la extinción antrópica esgrimen este y otros argumentos para defender que no fuimos los responsables de la penúltima extinción. La investigadora Eline Lorenzen y otros colegas de la Universidad de Copenhague publicaron un detallado trabajo en 2011 en la revista Nature, en el que analizaron posibles causas de esa extinción. Sus conclusiones fueron conciliadoras.Si bien no se podía obviar la sobre-explotación por parte de las poblaciones de Homo sapiens, el intenso frío pudo ser tan perjudicial o aún más que los seres humanos en la desaparición de especies particularmente sensibles a los cambios climáticos, como los rinocerontes lanudos y los bueyes almizcleros.
Los yacimientos donde yacen individuos de estas especies quedaron ocultos por el hielo cerca del círculo polar ártico. El retroceso de esta área durante el Holoceno y el cambio climático que ya está con nosotros permite recuperar restos fósiles de estas especies y su ADN, muy bien conservado. Por el momento, sin embargo, la resurrección de estas especies solo es ciencia ficción.
Queda pues la duda sobre nuestra responsabilidad en la desaparición de los grandes mamíferos del hemisferio norte durante el Pleistoceno Superior. Pero aquello no fue sino el inicio de la masiva extinción de la biodiversidad actual. Y ahora no podemos eludir nuestra demostrada culpabilidad en la que ya se conoce como la sexta extinción.
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