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Es posible que la imagen que acompaña al texto no sea desconocida para algunos/as lectores/as. No importa si es así, porque las reflexiones nunca sobran. El fotoperiodista Phil Moore tomó esta foto en 2012, en el Parque nacional de Virunga, cercano a la población de Rumangabo en la República Democrática del Congo. En 1979 este parque fue declarado Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO, debido a la gran diversidad de hábitats que alberga. Allí se recoge a gorilas huérfanos de la especie Gorilla beringei, el gorila de montaña. Aquel año, el conflicto entre los insurgentes del M23 y el ejército de este país provocó no pocos desastres tanto en los grupos humanos como en la fauna.

El cuidador del parque Virunga, Patrick Karabaranga, consuela a un joven gorila, que acaba de perder a su madre. Foto: Phil Moore.

 

En la imagen, unos de los cuidadores del parque, Patrick Karabaranga, consuela a un joven gorila que acaba de perder a su madre. ¿Podemos ver alguna diferencia en la expresión de este joven gorila y la que tendríamos nosotros ante el fallecimiento de un ser tan querido?, ¿son tan diferentes los lazos sentimentales que unen a estos primates y los que tenemos nosotros? Además, la imagen de Phil Moore nos muestra la empatía entre un humano y un gorila. Estamos muy cerca de ellos desde el punto de vista genético. Casi tanto como con los chimpancés. Muchas de las secuencias genéticas entre los gorilas y nosotros son idénticas a las nuestras. No nos puede engañar el aspecto y el hecho de la cultura haya creado un falso abismo entre ellos y nosotros. Tenemos que aprender mucho de nuestros parientes vivos más cercanos, que tardarían muy poco en desaparecer si no fuera por el esfuerzo de tantos y tantos que luchan por evitarlo

 

José María Bermúdez de Castro