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La llamada pinza de precisión es la “herramienta anatómica” que utiliza nuestro cerebro para manipular objetos con un cuidado extremo. Nos ha permitido realizar toda suerte de herramientas, desde un hacha bifacial hasta un reloj suizo. No se conoce con detalle el proceso evolutivo que dio lugar a una mano como la que tenemos en la actualidad. Asumimos que el cambio tuvo lugar hace entre tres y dos millones de años, cuando los homininos fuimos capaces de modificar la materia prima y fabricar instrumentos a partir de diferentes rocas (cuarcita, sílex, etc.).

 

Ese proceso evolutivo estuvo marcado por sutiles cambios en el origen e inserción de ciertos músculos, así como en la potencia que son capaces de generar. El quinto dedo (el dedo pulgar) de los seres humanos no solo es más largo que el de los chimpancés (y presumiblemente que el de los ardipitecos o los australopitecos), sino que tiene mucha más fuerza. Este dedo tomó un protagonismo que no tenía en los homininos del Plioceno. De la necesidad de agarrarse con fuerza a las ramas (pinza de presión), pasamos a la necesidad de manipular objetos mediante la pinza de precisión.

Músculos del dedo pulgar. Fuente: Hand anatomy/eOrthopod.com

 

En nuestra mano disponemos de los mismos músculos que un chimpancé, y alguna novedad que ahora veremos. Además, estos músculos están más desarrollados. Empezaremos por citar los cuatro músculos que conforman la llamada eminencia tenar, una masa muscular que sobresale en la palma de la mano y se localizan en la base del dedo pulgar. El músculo oponente del pulgar (oponens pollicis) se origina en el hueso trapecio y se inserta en toda la longitud lateral del primer metacarpiano. Su función consiste en conseguir que la yema del dedo pulgar toque el centro de la palma de la mano y las yemas de los demás dedos. El flexor corto del pulgar (flexor pollicis brevis) también se origina en el trapecio y se inserta en la primera falange del quinto dedo. Permite flexionar este dedo con gran facilidad. El abductor corto del pulgar (abductor pollicis brevis) se origina en el hueso escafoides y se inserta en la base de la primera falange del pulgar. Su función consiste en separar o alejar el quinto dedo de la mano. Finalmente, el aductor del pulgar (adductor pollicis brevis) también se origina en el escafoides y se inserta en la base de la primera falange del quinto dedo. Como podemos deducir de lo anterior, la función antagonista de estos músculos mueve el dedo pulgar bien acercándolo a los demás dedos, y el particular al dedo índice para formar una pinza potente y precisa, bien alejándolo de la mano.

 

Además, existe un músculo (flexor pollicis longus), que se origina en la tuberosidad del radio, recorre todo el antebrazo y se origina en la base de la segunda falange del pulgar. Este músculo flexiona la falange distal sobre la proximal y esta sobre el primer metacarpiano. En los chimpancés solo existe un tendón, por lo que este músculo puede considerarse una novedad evolutiva en la genealogía humana. Los chimpancés también carecen del músculo interóseo (primer volar interosseus de Henle), que en nuestra mano se origina en el metacarpiano del pulgar y se inserta en la base de la primera falange de este dedo.

 

La descripción anatómica detallada de los músculos y tendones de la mano exigiría toda una lección de anatomía. Así que basten los párrafos anteriores para darnos cuenta de que nuestra mano ha conseguido una complejidad asombrosa, quizá solo con pequeños cambios genéticos. Esos cambios han modificado una estructura ósea, que dejó de utilizarse para la locomoción, mientras que los músculos se adaptaron para una función diferente. Bien es verdad que los chimpancés son capaces de agarrar objetos. Incluso los manejan con cierta destreza para conseguir determinados propósitos (por ejemplo, capturar termitas y otros alimentos). Esa capacidad fue básica para lo que vino después. Una vez liberada la mano de la locomoción y ya fuera de un hábitat de bosque, la mano de nuestros ancestros se modificó en consecuencia. La tecnología ha sido posible gracias a las órdenes transmitidas desde un cerebro cada vez más complejo a unas manos únicas en el mundo de los mamíferos.

 

José María Bermúdez de Castro