Muchas veces he reflexionado sobre el significado del término “humano”. También me lo han preguntado en no pocas ocasiones. La respuesta es difícil, y no porque sea complicado acudir al diccionario de la Real Academia de la Lengua: “dicho de un ser: que tiene naturaleza de Hombre,…(las mayúsculas son mías, para evitar las connotaciones de género) y se añade “ser racional”; también aparece: perteneciente o relativo al Hombre (ser racional). Esta entrada tan sencilla y sintética expresa de manera clara lo que la mayoría entienden por “ser humano”. Una definición tan simple procede de nuestra percepción del mundo que nos rodea, donde nos reconocemos como los únicos seres capaces de tener conciencia de nosotros mismos, planificar, mantener ideas en la mente, pensar, reflexionar, proponer dogmas o hipótesis, o practicar una religión. Es obvio que se trata de una autodefinición de nosotros mismos, que establece fronteras entre los miembros de Homo sapiens y las demás especies del planeta, actuales o extinguidas.
Claro qué si admitimos la teoría evolutiva y, por ende, la evolución humana, nos encontramos ante un dilema interesante. Aún si somos conscientes de que nuestra especie lleva viviendo en el planeta desde hace casi 300.000 años, podemos plantear si aquellos primeros sapiens se hicieron las mismas preguntas que sabemos se han hecho reconocidos pensadores desde hace unos cuantos centenares de años. Es curioso que en el ámbito de la paleoantropología estemos tan influidos por las reflexiones de esos pensadores tan próximos a nosotros. Así, en los artículos científicos se encuentran términos como “humanos arcaicos”, “humanos recientes” o “humanos modernos”. Por supuesto, se trata de un modo de entendernos y diferenciar las poblaciones que se incluyen en nuestra especie de las que consideramos como pertenecientes a otras especies. No hay ninguna intencionalidad de separar las especies antiguas de la nuestra por cuestiones filosóficas o religiosas. Es puro pragmatismo, pero mediatizado por nuestras propias limitaciones.
La biología ya ha sido capaz de estudiar, el genoma, el comportamiento y las habilidades cognitivas de los simios antropoideos. No pretendo ahora listar sus capacidades mentales, pero los expertos han ido borrando poco a poco las fronteras entre ellos y nosotros. Tanto es así que los miembros del Proyecto Gran Simio persiguen desde hace tiempo la necesidad de otorgar a nuestros parientes vivos más próximos la categoría de humanos. Es innecesario explicar las dificultades de este noble propósito, que trata de dignificar a estas especies y protegerlas de su inminente desaparición.
Y si algunos pensadores actuales de plantean una cuestión de tanto alcance, ¿qué podemos decir de aquellas especies que nos precedieron en el tiempo?, ¿Dónde ponemos el límite, si es que hemos de establecer una frontera entre los humanos y los no humanos?, ¿es que alguien tiene un artilugio para viajar al pasado y tratar de establecer contacto con los miembros de Homo erectus o con los neandertales? ¿Qué habilidades mentales tendrían? Los neandertales enterraron a sus muertos, pero durante su compleja existencia considero que no tuvieron mucho tiempo para detenerse a pensar durante horas sobre ellos mismos y la naturaleza que les rodeaba.
Quienes defiendan una definición sobre el “ser humano” similar a la que sintetiza la RAE a partir de las reflexiones de los pensadores modernos tienen ante sí el reto de establecer un límite dentro de nuestra propia especie ¿Consideramos humanos solo a quienes fueron capaces de pintar en las paredes de las cuevas hace 20.000 años? ¿o buscamos otro criterio?
Las capacidades supuestamente superiores que tenemos en la actualidad (planificación, anticipación, mantenimiento de las ideas, organización, capacidad de concentración, o un lenguaje simbólico y complejo) residen sobre todo en el córtex frontal. Pero todos nuestros ancestros han debido tener las mismas habilidades, si bien de manera menos desarrollada porque su córtex frontal era simplemente más pequeño. Con la excepción del pensamiento simbólico y un lenguaje complejo, las diferentes especies de la genealogía “humana” han sido capaces de planificar, anticiparse, organizar, o cuidar de sus enfermos, etc. En ese sentido, hace unos años llamó la atención el hallazgo de un cráneo totalmente desdentado y con las encías reabsorbidas en el yacimiento de Dmanisi (República de Georgia). Hace casi dos millones de años, un grupo “humano” se preocupó de cuidar hasta su muerte a uno de sus miembros de avanzada edad, incapaz de masticar los alimentos crudos y de cierta consistencia, que formaban parte de su dieta. Sin esas cualidades sociales tan humanas, no estaríamos aquí escribiendo o leyendo estas líneas. Por respeto a nuestros ancestros, suelo escribir sobre ellos con el calificativo de “humanos”. Es mi libre elección.
José María Bermúdez de Castro
He pensado sobre este asunto al hilo de la lectura de libros de antropología (entre ellos varios de los publicados por ustedes), y ese concepto del respeto a nuestros ancestros me parece muy adecuado a la hora de establecer quién era/es humano. Creo que somos lo que somos, en un grado importante, gracias a lo que ellos fueron y a que portaban rasgos fundamentalmente «humanos» más desarrollados y complejos que los que muestran otros seres vivos (no primates).
A su vez, este tema me recuerda a las propuestas que piden considerar, a la luz de estudios y hallazgos actuales, como personas no humanas a especies como los delfines.
Lo cierto es que el intento de definición de los límites de la humanidad en un sentido evolucionista nos embarca en una serie de paradojas inescapables e insuperables. En la actualidad y en un corte sincrónico la humanidad está bien acotada en términos biológicos, antropológicos, culturales, etc.: una sola especie, una sola población y comunidad cultural interconectada (con muchas sub-comunidades, y poblaciones, eso sí, pero de diferencias irrelevantes en términos de definir una especie). Pero a medida que nos movemos hacia atrás, y encontramos mayor diversidad de poblaciones aisladas, y de subespecies o especies humanas o «humanas», la cuestión se vuelve por necesidad borrosa. El artículo otorga el término «humano» a los Antecessor de un modo casi honorífico, por razones digamos éticas—en el sentido de que eran capaces de altruismo. Pero varias especies no humanas son capaces de actuar de modo altruista, y en cualquier caso la evidencia para este tipo de comportamiento se vuelve cada vez más borrosa, debatible o inexistente a medida que progresamos hacia atrás. A los australopitecos se los considera de modo general «no humanos» o «prehumanos» pero (con una perspectiva retrospectiva quizá errónea en la mayoría de los casos) algo así como «en el camino hacia la humanidad». Sea como sea, la teoría de la evolución nos lleva por necesidad a considerar la humanización (y antes de ella la hominización) como algo gradual y en desarrollo y cambio, no como algo establecido con límites fijos. Ello tiene consecuencias aún más problemáticas e inquietantes si nos fijamos ya no en el desarrollo biológico sino en el de formas de comportamiento cultural. Si aceptamos que había ‘humanos’ o ‘humanoides’ con cuerpo humano pero con comportamiento ‘no humano’ (por ejemplo, no culturalmente elaborado, no abstractivo, no simbólico, no altruista etc.), eso nos lleva por una vía desagradable o políticamente incorrecta o inaceptable a considerar que la humanización sigue en curso, y que muchos comportamientos humanos todavía adolecen de insuficiente humanización, o manifiestan una humanización primitiva, mientras que otros son por así decirlo ‘la vanguardia de la humanidad’. Es lo que tiene la evolución: nos prohíbe utilizar categorías fijas, y nos vemos abocados a utilizar conceptos gradualistas, sin entidades «platónicas» por así decirlo como «lo humano» como algo distinto en su origen o en su sustancia de «lo animal», o cualitativamente diferenciable de lo «no humano». La diferenciación será cuantitativa, multidimensional y compleja, y nos lleva a más de una conclusión a la vez obvia y desagradable incluso sobre la humanidad actual—como por ejemplo la constatación de que si bien todo en ella es humano en el amplio sentido del término, hay en ella elementos y comportamientos «demasiado poco humanos»—y otros que son, en cambio, el epítome mismo, o son formas altamente elaboradas, de lo que consideramos humano. Para bien o para mal.