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La existencia de los misteriosos denisovanos llegó a todos los medios de comunicación hace ocho años, cuando la revista Nature publicó los resultados del análisis del ADN mitocondrial (ADNm) de una falange humana encontrada en 2008 en el yacimiento de una cueva de los montes Altái, en Siberia. Aunque las excavaciones habían comenzado en la década de 1980 y en 2000 ya se había encontrado un molar humano, el estudio del ADNm fue decisivo para considerar la importancia de ese lugar y de los pocos restos recuperados hasta ese momento. De no ser por ese estudio, los hallazgos en las cuevas de Denisova solo habrían trascendido por las publicaciones de alguna revista menor. Nadie hablaría de estos humanos, tan misteriosos como interesantes. Pero una serie de felices circunstancias llevaron al equipo de Svante Pääbo a buscar ADN en aquellos restos. La baja temperatura de la región permitió que el ADN se conservara razonablemente bien durante 30.000-50.000 años.

Excavaciones en la cueva de Denisova.

Por supuesto, el hallazgo del ADNm y los secretos que ha revelado su estudio son insuficientes para nombrar una nueva especie. Esa posibilidad no se contempla en el Código de Nomenclatura Zoológica, entre otras cosas porque las especies del pasado solo pueden nombrarse a partir de los caracteres morfológicos externos e internos de los fósiles. El ADN tiene una duración limitada, como bien sabemos, y las condiciones climáticas son críticas en su conservación. El yacimiento de Denisova (y tal vez otros de la misma región) podría proporcionar fósiles más completos, que permitirían estudios comparativos. Solo entonces se podría nombrar una especie o una subespecie del género Homo, si es que se considera necesario. Por el momento, nos conformaremos con la información genética, que no es poco.

Aquel primer estudio del ADNm reveló que los habitantes de las cuevas de Denisova tenían características genéticas diferentes a las de Homo sapiens y a las de Homo neanderthalensis, a pesar de que su antigüedad les hubiera permitido coincidir con estas dos especies. Sin duda, eran humanos diferentes, pero todos ellos unidos por un antecesor común. En aquel estudio también se propuso que ese ancestro pudo vivir hace aproximadamente un millón de años. Por cierto, se consideró que el ancestro tenía que ser africano. No sabemos en virtud de que información se formuló esta hipótesis, cuando Eurasia ya estaba llena de homínidos en esa época (Homo erectus, Homo antecessor…). Pero esa es otra historia, que más tarde o más temprano acabará por resolverse.

Este post viene a cuento del trabajo publicado hoy mismo (15 de marzo) por Sharon R. Browining Universidad de Washignton) y sus colaboradores en la prestigiosa revista Cell. Los autores del trabajo han utilizado bases de datos genéticos de numerosas poblaciones recientes, hasta un total de 5.639 individuos. La muestra incluye por cierto una pequeña representación española, formada por 107 individuos. Con un método novedoso, los autores de la investigación han podido rastrear en estas poblaciones los haplotipos (conjunto de variaciones del ADN que suelen heredarse de manera conjunta) que pudieron se introducidos durante su hibridación con poblaciones ancestrales en tiempos remotos. Esos haplotipos, por su propia definición, se identifican con relativa facilidad y se puede seguir su rastro a través de poblaciones cada vez más antiguas, como los neandertales o los denisovanos.

Los resultados de Browning y colaboradores demuestran una vez más que las poblaciones de Eurasia y América llevamos en nuestro genoma un pequeño porcentaje de genes neandertales, producto de nuestra hibridación con ellos durante nuestra expansión fuera de África. Pero también nos vuelve a mostrar que los denisovanos se mezclaron con nosotros. La novedad reside en probar que hibridamos con los denisovanos al menos en dos episodios temporales diferentes. La población que presenta más mezcla con neandertales y denisovanos (y con diferencia sobre las demás poblaciones) son los Papúas de Nueva Guinea, aunque ellos solo recibieron el genoma de los denisovanos en un episodio de hibridación. Los japoneses y los chinos recibieron dos aportaciones de los denisovanos. Sin duda, la proximidad de estas poblaciones eurasiáticas con los montes Altái fue determinante. Es más, si pudieran obtenerse genomas de poblaciones actuales más próximas al yacimiento de Denisova seguramente se encontraría un alto porcentaje de haplotipos heredados de los denisovanos.

En cuanto a los españoles, podemos decir que los genes de los denisovanos no forman parte de nuestra herencia genética. También podemos decir que, junto a los italianos, somos quienes llevamos un porcentaje más bajo de genes neandertales en la muestra de 5.639 individuos analizados. Muy posiblemente las poblaciones neolíticas que llegaron a Europa y en particular al extremo más occidental de Europa, trajeron consigo un porcentaje muy bajo de haplotipos neandertales. Y también es posible que los habitantes ancestrales de la península ibérica (que se mezclaron con los neolíticos llegados del Este) procedieran de una población de H. sapiens con escaso mestizaje neandertal. En futuros trabajos seguramente sabremos mucho más sobre la genealogía ancestral de quienes hemos nacido y tenemos una larga genealogía en Iberia, el verdadero “fondo de saco” de la península europea.

José María Bermúdez de Castro