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Gracias a la biología molecular vamos aprendiendo cada vez más sobre la prehistoria más reciente. En lo que se refiere a la antropología física, las investigaciones sobre los restos óseos siempre han ofrecido una información muy incompleta sobre el origen de las poblaciones del Neolítico. Los restos son escasos y la forma del cráneo o la de la mandíbula están controladas por factores genéticos y ambientales, siempre difíciles de comprender y evaluar. Desde hace algunos años, la genética está realizando aportaciones muy importantes, porque se obvian los factores ambientales que modifican el fenotipo final. No es la panacea, porque siempre falta información. La obtención del ADN no siempre es posible y en ocasiones solo se consiguen fragmentos del genoma. Pero es una nueva aproximación con resultados más fiables.

Representación de los primeros agricultores. Fuente: territoriosociales.blogspot.com

 

El problema de la genética es conseguir extraer ADN en las mejores condiciones. Aunque se ha obtenido ADN de restos humanos de hace 400.000 años, no significa que sea sencillo hacerlo de todos los restos anteriores a ese momento. Las condiciones de conservación de este material tan valioso tienen que reunir una serie de requisitos, que no siempre se cumplen. Seguimos sin saber nada del ADN de los humanos de la isla de Flores, porque las condiciones tropicales degradan el material genético con gran rapidez. En la península ibérica las condiciones no son malas, pero tampoco ideales, como nos recuerdan los genetistas Cristina Valdiosera (Universidad de Melbourne, Australia), Torsten Günther y Mattias Jakobsson (Unversidad de Uppsala, Suecia). Estos investigadores, junto a un nutrido grupo de colegas, han trabajado con material genético obtenido en 13 esqueletos de diferentes yacimientos del norte y del sur de la península ibérica, como los de San Quilez, Cueva de los Lagos, El Portalón de Cueva Mayor (sierra de Atapuerca), cueva de los Cuarenta, cueva de los Murciélagos o el Pirulejo. Su trabajo ha sido publicado en la revista Proceedings of the National Academy of Sciences, (PNAS) USA en la primera quincena de marzo de 2018.

 

El objetivo del trabajo ha sido conocer mejor la composición genética de los pobladores que vivieron en la península ibérica hace entre 7.500 y 3.500 años, cuando se produce el cambio definitivo desde una economía basada en la caza y la recolección a una economía basada en la agricultura y la ganadería. Como sabemos, el proceso de neolitización de Europa se produjo de manera progresiva desde el este hacia el oeste, gracias a la llegada de gentes procedentes del llamado Creciente Fértil, a través de la península de Anatolia. Dada la situación de Iberia, en el extremo más occidental de la península europea, fuimos los últimos en recibir la nueva cultura. Y nos preguntamos, ¿fue una invasión en toda regla por grupos llegadas del este? Pues los autores de esta investigación en la revista PNAS nos aseguran que no fue así. El contingente de población llegado desde el Creciente Fértil fue muy limitado, como lo demuestra el hecho de que la diversidad genética de los esqueletos analizados es muy baja. En otras palabras, la nueva cultura se extendió por la península ibérica más por un proceso de difusión y aculturación, que por una masiva sustitución de la población autóctona del Mesolítico.

 

Los recién llegados hibridaron con los residentes y sus descendientes incrementaron de manera notable la densidad de población. La agricultura y la ganadería trajeron más recursos, por lo que los genes aportados en un primer momento se extendieron con relativa rapidez en muy pocas generaciones. También hemos sabido que los grupos con cultura neolítica llegados a Iberia no fueron los mismos que los llegados al centro de Europa, y que la influencia de los pastores procedentes de las estepas situadas al norte del mar Caspio y del mar Negro (los Yamnaya) fue nula en Iberia. Solo tuvimos nuevas influencias genéticas (y no demasiado importantes) con la expansión de la cultura campaniforme por Europa, hace unos 3.000 años.

 

En definitiva, la población de la península ibérica ha tenido su propia personalidad, probablemente desde el Pleistoceno Inferior. El modelo de poblamiento que sugiere el estudio genético de los grupos de Neolítico ha podido ser recurrente desde siempre, con entrada de grupos pequeños pero muy influyentes a nivel cultural.  Estamos al final de un continente, en parte aislados por los Pirineos. Esa peculiar posición geográfica ha repercutido en la conformación de una población muy particular. Ni siquiera las “invasiones” de otros grupos por el norte, el este y el sur, ya en tiempos históricos, han cambiado demasiado nuestro acervo genético desde hace 7.000 años. No somos demasiado diferentes al resto de europeos, pero tenemos nuestras propias peculiaridades a nivel fenotípico, que se podrán ir explicando mediante los estudios paleogenéticos en curso.

 

José María Bermúdez de Castro