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Hace ya algunos años, quienes nos dedicamos a esa labor tan fascinante de las excavaciones arqueológicas y paleontológicas de la prehistoria soñábamos con un futuro en el que la tecnología nos ayudaría a trabajar con mayor rapidez. Ciertamente, las excavaciones de este tipo de yacimientos se llevan a cabo con una lentitud, a veces desesperante. El yacimiento desaparece a medida que se excava, por lo que hay que ser muy meticuloso y diligente para apuntar cualquier información que permita más tarde su reconstrucción.

Un excavador del yacimiento de la Sima del Elefante de la sierra de Atapuerca (Dr. Xose Pedro Rodríguez) se dispone a emplear una herramienta que permite la ubicación automática de cualquier hallazgo con precisión milimétrica en sus tres coordenadas espaciales. Pero ese excavador también manejará un pico y una pala cuando sea necesario. Y sus manos excavarán con habilidad los sedimentos, para localizar cada pieza de interés. Foto del autor.

Puesto que la arqueología es una profesión minoritaria, es fácil entender que la ingeniería industrial no haya dedicado esfuerzos innovadores específicos para facilitar nuestro trabajo de campo. No habría negocio en ello. Así que son los propios profesionales de la arqueología los que se adaptan a lo que hay en el mercado o tratan de innovar artilugios ad-hoc. Quién escribe estas líneas ha conocido la precariedad de las excavaciones de las dos últimas décadas del siglo XX. Se avanzaba despacio y se perdía mucha información. Pero empezaron a llegar los ordenadores de campo y las PDAs (personal digital assistant, por sus siglas en inglés), resistentes a la humedad de las cuevas y al polvo. También se impusieron las estaciones totales y otros muchos artilugios ideados por los propios profesionales de la arqueología, la paleontología o por ingenieros enamorados de estas actividades científicas. En poco tiempo, la tecnología invadió el mundo de los arqueólogos de cualquier período de tiempo.

 

Estábamos convencidos de que con estas herramientas avanzaríamos más deprisa. Pero nos equivocamos. Por una parte, la excavación es, en sí misma, una labor artesanal. Las manos son la mejor herramienta. Y cuanta mayor sea la habilidad de esas manos, mejor será el resultado. Así que en ese aspecto no cambió absolutamente nada. Pero lo qué si cambió, y mucho, fue la precisión en la toma de datos. La tecnología ha posibilitado obtener mucha más información y cada vez más fiable. Constatamos que la tecnología permitiría que las excavaciones tuvieran una calidad muy superior, puesto que podríamos recuperar muchos más datos. Las reconstrucciones a posteriori del yacimiento en la pantalla de un buen ordenador, por ejemplo, suponían una revolución extraordinaria.

 

Sin embargo, las excavaciones siguen siendo tan lentas como hace 30 años o incluso más ¿Qué está sucediendo? Se ha ganado en precisión y en capacidad para almacenar y manejar miles de datos, que antes se apuntaban en un papel. Las reconstrucciones se realizan ahora de manera digital, cuando antes se dibujaban a mano alzada. Y las bases de datos, que antes ocupaban centenares de documentos, ahora caben en un archivo informático. Pero ahora dedicamos mucho más de nuestro tiempo en conseguir esos datos que antes se perdían.

 

Acostumbrados a las prisas de la vida diaria, quienes visitan cualquier excavación suelen interesarse y sorprenderse por la lentitud desesperante del trabajo de campo. Y lo cierto es que las cosas seguirán igual durante mucho tiempo. Las (buenas) manos continuarán siendo el mejor secreto para la eficacia y la excelencia de cualquier excavación de la prehistoria. Y la tecnología en progreso ayudará cada vez más en la precisión y el manejo de los datos. Nos equivocamos quienes presumíamos que la tecnología nos ayudaría a ser más rápidos en la excavación de los yacimientos. Ahora ya sabemos que no es así. Se trabaja si cabe más despacio, pero con una eficacia mucho mayor.

 

José María Bermúdez de Castro