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Resulta siempre muy triste la pérdida de bienes patrimoniales, testigos de nuestra historia y de nuestra evolución. Se puede mirar hacia delante sin reflexionar sobre nuestro pasado, pero nadie puede decir que ha conseguido un objetivo por sí mismo. Nuestros logros son el resultado del esfuerzo de quienes nos han precedido. Es por ello que guardamos con celo los recuerdos más importantes de ese pasado, que podemos contemplar en instituciones públicas y privadas. El incendio que ha consumido prácticamente la totalidad de los fondos del Museo Nacional de Río de Janeiro ha dejado un vacío irreemplazable. Han desaparecido colecciones de ejemplares que nos recuerdan la biodiversidad de una región del planeta y una parte muy importante de las evidencias de la historia de la humanidad. Quién escribe estas líneas ha investigado durante años en el Museo de Ciencias Naturales de Madrid, cuyas colecciones pude admirar desde niño. Es por ello que me resulta sencillo empatizar con quienes han conservado e investigado las colecciones del Museo de Río de Janeiro.

Detalle de Luzia, el resto humano más antiguo de Brasil, desparecido en el pavoroso incendio que ha devorado las valiosas colecciones del Museo Nacional de Río de Janeiro.

Los medios de comunicación han enfatizado la pérdida de los restos del ser humano más antiguo de Brasil y uno de los más antiguos de todo el continente americano. Luzia, la primera “brasileña” conocida ha desaparecido para siempre. Puedo comprender fácilmente la tremenda desazón de quienes han conservado y admirado este patrimonio único e icónico de la historia de un territorio. Aunque las evidencias de aquella mujer de la prehistoria de Brasil seguirán en el imaginario colectivo, su desaparición deja un vacío en los amantes de nuestra historia evolutiva. Deseo que pronto aparezcan nuevos restos en otros yacimientos, que llenen una parte de ese vacío y que el Museo Nacional de Río de Janeiro renazca sobre sus cenizas.

 

Luzia fue encontrada en 1975 en el yacimiento de Lapa Vermelha IV, próximo a Lagoa Santa, por un equipo de brasileños y franceses dirigidos por Annete Laming-Emperaire. Su datación, estimada en unos 12.000 años, convierte a Luzia en uno de los restos humanos más antiguos de todo el continente americano. Remito a los lectores al post de 11 de enero de 2018, publicado en este mismo blog, en el que se describen los últimos avances en el escenario de la primera ocupación del continente americano.

 

Esta irreparable pérdida me ha recordado mis viajes para estudiar originales de fósiles humanos en otros países. Por todo lo que he visto, puedo asegurar que desde hace algunos años España dispone de sistemas de seguridad envidiables para conservar nuestro patrimonio del pasado. Cierto es que no siempre es posible conservar y proteger ese inmenso patrimonio. Pero no es menos cierto que las administraciones tienen una especial sensibilidad en todo lo que se refiere a la preservación de los objetos e inmuebles que permiten recordarnos nuestro pasado. La mayoría de los fósiles humanos están bien protegidos en cámaras de seguridad, que le permitiría resistir incendios o cualquier otro desastre. En algunos países desarrollados, que prefiero no mencionar, me he sorprendido de la pésima conservación de fósiles famosos, medio olvidados en cajones, llenos de polvo y soportando cambios de temperatura y humedad en función de las condiciones ambientales del momento.

 

También podemos presumir de que tenemos profesionales de la conservación y de la restauración, cuya labor no es solo pasiva. Estos profesionales investigan nuevos métodos de conservación y pueden llegar a rechazar viejas prácticas que dañan la integridad de los fósiles. Por ejemplo, desde hace pocos años la mayoría de los profesionales ya no realizan copias de los originales de manera directa, sino que recurren a las imágenes virtuales obtenidas mediante tomografía computarizada. Las impresoras 3D mejoran cada día y las copias son de altísima calidad.

 

Espero que la triste lección aprendida en Río de Janeiro nos lleve a reflexionar sobre la necesidad de invertir más en la conservación de los tesoros que nos recuerdan nuestro pasado. Por supuesto, sin las evidencias y lecciones de tiempos pretéritos también puede haber un tiempo futuro. Pero sin referencias nuestro devenir es más incierto e impredecible.

 

José María Bermúdez de Castro