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El día 30 de octubre tuve la fortuna de dar una charla sobre los últimos hallazgos en la sierra de Atapuerca en la sede del Instituto Cervantes de Estocolmo. Esta conferencia forma parte del acuerdo que mantiene la Fundación Atapuerca con esta institución desde hace varios años. Hemos llevado los conocimientos sobre la evolución humana de Europa, y en particular los obtenidos en la sierra de Atapuerca, por muchas de las sedes del Instituto Cervantes. Una oportunidad que agradecemos, porque llevamos una parte de nuestra propia cultura a diferentes partes del mundo.

En la sede del Instituto Cervantes de Estocolmo, junto a Mónica Riaza, responsable de las actividades culturales. Foto: José V. García.

Antes de viajar a Estocolmo me pregunté sobre el primer poblamiento de la península escandinava, puesto que no existe constancia de yacimientos tan antiguos como los que se encuentran en el sur y centro de Europa. Mientras que en las regiones mediterráneas medimos la antigüedad de los yacimientos arqueológicos por centenares de miles de años, en estas latitudes existen algunas evidencias de la colonización de esas tierras por parte de seres humanos en una época muy reciente.

 

Es evidente que las glaciaciones del Pleistoceno impidieron la colonización de latitudes elevadas. Pero el clima de las épocas interglaciares, más cálidas, tampoco permitió la ocupación de este continente más allá del paralelo 55º hasta bien avanzado el Pleistoceno. Aunque las zonas de menor altitud de Europa tienen un clima aceptable, es necesario llegar hasta ellas a través de zonas demasiado frías. Misión imposible para nuestros ancestros del Pleistoceno Inferior, que se habían originado en regiones tropicales y subtropicales. Y no olvidemos la luz solar. En el norte de Europa pasan meses en los que apenas ven brillar el sol en el horizonte. Una circunstancia muy desfavorable para la síntesis de vitamina D y el crecimiento normal.

Familia de lapones. Fuente: Wikipedia.

Se conocen algunos yacimientos en la península escandinava con dataciones que no superan los 11.000 años; es decir, fueron los miembros de nuestra propia especie quienes pisaron por primera vez estas regiones a finales del Pleistoceno, quizá poco después del súbito enfriamiento global del planeta (Dryas Reciente) acaecido hace entre 13.000 y 11.500 años por causas todavía no bien conocidas. Los primeros “escandinavos” fueron cazadores de renos, animales bien adaptados a la tundra que sustituyó a los bosques de Escandinavia durante el Dryas. Estos primeros pobladores pertenecían a la denominada cultura Ahrensburg de cazadores y recolectores nómadas del centro y norte de Europa. Su cultura fue lo suficientemente avanzada como para atreverse a vivir en estas gélidas regiones.

 

El calentamiento del clima global después del Dryas favoreció la presencia continuada de algunos grupos humanos en Escandinavia durante el Mesolítico, que vivieron de la pesca, de la caza y de la recolección de otros alimentos. A esa cultura, llegada hace unos 7.000 años a Escandinavia, pertenece el pueblo lapón o Sami, relacionado con migraciones de pueblos del centro de Eurasia. Su testimonio ha quedado en muchos lugares, como las pinturas rupestres del yacimiento de Glösa, que se datan en unos 6.000 años. La cultura neolítica aun tardaría casi 5.000 años en alcanzar estas latitudes, tras su primera invención en el Creciente Fértil hace unos 8.500 años.

 

Este baile de cifras, de entre cerca de un millón y medio de años para los yacimientos más antiguos de la península ibérica y los 11.000 años de la península escandinava, nos hace reflexionar sobre nuestra total dependencia del clima y de la cultura. Sin las ventajas de la adaptación “extra-somática” que representa la cultura no habríamos llegado a ser una especie cosmopolita y nos seguiríamos moviendo en regiones de clima tropical y subtropical. Y no podríamos disfrutar de las excelencias que he podido apreciar en mi viaje a Estocolmo.

 

José María Bermúdez de Castro