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La selección natural ha sido implacable con todas las especies que nos han precedido. Y Homo sapiens ha conseguido cambiar las cosas solo en épocas muy recientes de la historia de la humanidad. La mortalidad infantil pudo ser considerable durante todo el Cuaternario. Lo mismo podríamos conjeturar de las madres cuando daban a luz. No era sencillo pasar el test que imponía la selección natural, aun cuando aquellos grupos tuvieran herramientas y estrategias elaboradas para conseguir el alimento. Y cuando los individuos sanos sobrevivían tenían que enfrentarse a su día a día. En los yacimientos suelen encontrarse los restos fosilizados de quienes pasaron todas las “pruebas de la vida” y que murieron finalmente por algún hecho violento. La edad de muerte no siempre es sencilla de determinar. Aunque la estimación de la edad de muerte siempre es aproximada, la mayoría de los restos encontrados en los yacimientos pertenecieron a individuos relativamente jóvenes para los estándares actuales.

Los neandertales pudieron conseguir presas enfrentándose a ellas con sus rudimentarias armas de madera y piedra. El hallazgo (entre otros) de lanzas de madera en el yacimiento de Schöningen (Alemania), con una antigüedad de 400.000 años, podría refutar esta hipótesis. Fuente: Phys.org

Se ha conjeturado, por ejemplo, que los neandertales cazaban animales de gran talla enfrentándose a ellos en distancias cortas. De alguna manera les seguimos negando la posibilidad de tener una buena organización y estrategias para conseguir presas sin necesidad de salir heridos y magullados, cuando no perecer en los enfrentamientos con animales peligrosos. Por el contrario, los grupos de Homo sapiens del Paleolítico habrían dispuesto de armas apropiadas y estrategias más sifisticadas para evitar el contacto físico con sus presas.

 

Judith Beier, Katerina Harvarti y otros científicos de diferentes instituciones alemanas han recopilado una gran cantidad de información sobre los traumatismos que pueden observarse en una amplia colección de restos fósiles de neandertales y de los primeros grupos de Homo sapiens que poblaron Europa, tras la desaparición de aquellos. Su exhaustivo trabajo acaba de publicarse en la revista Nature. Los traumatismos pudieron causar la muerte o curarse. Pero certificar la causa de la muerte de un individuo del que apenas se conservan unos cuantos restos fosilizados es una tarea muy compleja, cuando no imposible. En cambio, es posible saber si un determinado trauma consiguió superarse.

 

Beier, Harvati  y sus colegas han contabilizado esos traumatismos en cerca de 300 fósiles de neandertales y 541 fósiles de Homo sapiens del Paleolítico Superior. Comenzaron su investigación partiendo de varias hipótesis previas. Por ejemplo, podría asumirse que los neandertales tendrían un número de traumas significativamente más elevado (desde el punto de vista estadístico) que los humanos modernos. El estilo de vida de los neandertales, sus posibles enfrentamientos con resultado de muerte (que incluye numerosos casos de canibalismo), o la posibilidad de que fueran atacados por carnívoros lleva a postular esa hipótesis. Además, y aunque siempre es complicado estimar el sexo de los fósiles, se podría presumir que los individuos masculinos podrían estar más expuestos a traumatismos por actos de violencia intraespecífica (enfrentamientos entre ellos) o interespecífica (enfrentamientos con las presas). Aunque esta hipótesis pueda parecer que tiene connotaciones sexistas en los tiempos que corren, lo cierto es que en el pasado los roles estaban bien diferenciados y la mayor preocupación era la supervivencia, en la que todos y todas participaban de alguna manera con una complementariedad ejemplar.

 

Esta última hipótesis, propuesta por varios investigadores de manera independiente desde hace más de veinte años, ha quedado reforzada tras los análisis masivos de Beier, Harvati y sus compañeros de investigación. La prevalencia de traumas es significativamente más elevada entre los individuos masculinos. La primera hipótesis, en cambio, ha quedado por el momento refutada por los análisis estadísticos. Los individuos de las dos poblaciones sufrieron un número muy similar de traumas, que se han contabilizado especialmente en los restos craneales. Tanto los neandertales como nuestros ancestros más directos se enfrentaron a circunstancias muy similares. Sin negar la posibilidad de que los neandertales tuvieran que capturar presas en enfrentamientos directos, el registro arqueológico permite hipotetizar que sus habilidades cinegéticas eran muy superiores a lo que se planteaba hace unos años. Los grupos de Homo sapiens muestran las mismas evidencias de enfrentamientos, quizá con sus presas, tal vez con los miembros de tribus competidoras.

 

Un resultado inesperado de Beier, Harvati y sus colegas es que los traumas curados eran significativamente más numerosos entre los miembros de Homo sapiens. Los neandertales fallecían con más frecuencia a causa de sus traumas y a edades algo más tempranas. ¿Quizá los miembros de Homo sapiens disponían de una cultura algo más desarrollada en las habilidades para curar a los heridos?

 

Con independencia de todos estos resultados, lo cierto es que solo hasta hace muy poco tiempo hemos conseguido elevar de manera increíble nuestra esperanza de vida al nacimiento. La experiencia adquirida por los individuos de aquellos grupos se perdía muy pronto antes de que pudiera ser útil para acumular conocimientos, que les hubiera permitido llegar a conseguir culturas más desarrolladas. Tuvimos que esperar a tiempos históricos para conseguirlo.

 

José María Bermúdez de Castro