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Han transcurrido miles de años desde que los miembros de Homo sapiens se expandieron fuera de África y colonizaron Eurasia. No tardarían en cruzar algunos brazos del océano Pacifico para colonizar Australia y Nueva Zelanda, entre otras regiones de nuestras antípodas. Mucho más tarde entraron por Beringia y ocuparon las Américas. Poco a poco, Homo sapiens desplazó a los demás seres humanos del planeta y se lo quedó de manera definitiva. Desde el comienzo, las poblaciones de nuestra especie se fueron adaptando a las condiciones ambientales de cada territorio. La fisonomía de aquellos antecesores de las poblaciones de hoy en día fue cambiando, de manera que somos capaces de distinguir a los chinos de los japoneses, por poner un ejemplo de pueblos muy cercanos. Con cambios genéticos menores, pero necesarios, cada población pudo adaptarse a los retos de su entorno.

Fuente: Alto nivel.

Mucho más importantes fueron los cambios culturales. Una vez que la inmensa mayoría de los humanos echaron raíces en sus territorios, amarrados a los recursos que proporcionaban la agricultura y los animales domésticos, surgieron las tradiciones culturales. Cada pueblo se las ingenió para innovar y mejorar su calidad de vida. Algunos siguieron aferrados a su vida dedicada a conseguir lo que la naturaleza les ofrecía, formando parte integral de sus ecosistemas. Son los cazadores y recolectores, que aún siguen viviendo del mismo modo en pleno siglo XXI.

 

Pasaron miles de años hasta que el crecimiento demográfico y la capacidad tecnológica de algunos pueblos fue detonante de su expansión y conquista de territorios vecinos. La historia conocida de nuestra especie es la de un sinfín de guerras, invasiones, migraciones, etc. Sostenemos la creencia de que los invasores conseguían en muchos casos el exterminio de los nativos. Pero es solo una creencia desmentida por los hechos. En cambio, las tradiciones y otros aspectos culturales solían ser en buena parte reemplazados. Así, llegamos hasta el siglo XX, con alternativas que todos/as conocemos bien gracias a las historias escritas generalmente por los conquistadores.

 

En un momento determinado del siglo XX, una vez finalizado el convulso tiempo de los recelos entre naciones que nos dejó la segunda guerra mundial, comenzó un nuevo tiempo que bien puede definirse por el proceso que todos conocemos por globalización. Este proceso se manifiesta, en otros muchos aspectos, por una cierta manera de entender la economía o por la libre circulación de personas. Puesto que existen tratados de muchos expertos/as en esta cuestión, pienso que la descripción de este proceso se escapa del propósito de este post. Sin embargo, mi idea es reflexionar sobre un aspecto de gran calado en este proceso a nivel de las consecuencias para nuestra especie.

 

Las comunicaciones y la velocidad creciente con la que se transmiten el conocimiento, las ideas o las tradiciones están incrementando la uniformidad de la forma de vida de millones de seres humanos. Aunque viajemos de un lado al otro del planeta apenas notaremos cambios en las costumbres generales de los ciudadanos de las grandes urbes. Sin embargo, a poco que hagamos una inmersión profunda en la idiosincrasia de esos ciudadanos empezaremos a notar que no todo es tan uniforme. Las tradiciones culturales están tan arraigadas que no resulta sencillo que el “aspecto biológico” pueda globalizarse; en otras palabras, el éxito del emparejamiento de personas con tradiciones dispares se produce con una velocidad infinitamente menor. Y muy pocas veces tiene éxito.

 

El tribalismo ancestral sigue ocupando una parte importante de nuestro comportamiento. Seguimos condicionados por un sentimiento tribal, que no podemos obviar. Adoptamos aspectos culturales que nos confieren aparentes ventajas y calidad de vida, pero no podemos desprendernos de una identidad adquirida hace miles de años durante nuestra expansión por el planeta. No es difícil encontrar artículos científicos en los que se estudia una determinada secuencia genética. Siempre se encuentra una variación clinal; es decir un descenso de la prevalencia de una cierta variante del genotipo a medida que nos alejamos del punto de origen, hasta que desaparece por completo.

 

Globalización cultural –ciertamente- pero no acompañada ni de lejos por una globalización biológica (o, si se prefiere, genética). Dudo mucho que esa otra globalización pueda llegar a ser una realidad, aunque transcurran centenares de años. Homo sapiens ya nunca será una especie totalmente homogénea. Ignoro las consecuencias de esa dualidad tan marcada entre biología y cultura, pero me producen una cierta inquietud, que comparten muchos expertos cuando analizan la cuestión desde diferentes puntos de vista, como la política, la sociología o la economía.

 

José María Bermúdez de Castro