En términos figurados la sierra de Atapuerca y sus alrededores es lo más parecido a un artilugio para viajar en el tiempo. La cara este de la sierra y la planicie donde se ubican pueblecitos como Olmos de Atapuerca, Atapuerca, Agés, Santovenia de Oca y San Juan de Ortega (este último punto crucial del Camino de Santiago) te transportan a un tiempo perdido, donde no parecen haber llegado las prisas, el ruido o el estrés continuado del progreso más reciente. Al otro lado de la sierra resulta difícil encontrar los caminos y las estrechas carreteras que te conducen hasta localidades como Villalbal, Cardeñuela de Ríopico y Quintanilla de Ríopico. Hace mucho tiempo que las vías principales los dejaron aislados del progreso. Ahí reside su encanto, para quienes desean huir por unas horas de la vorágine de las grandes urbes.
Resultaría prolijo elaborar una lista completa de todos los atractivos que un viajero puede encontrar en este fascinante rincón de la provincia de Burgos. Aún me parece más complicado destacar las excelencias de alguno de ellos. Pero a veces no queda más remedio que elegir.
La sierra de Atapuerca está repleta de viejas canteras centenarias y lugares donde hace más de un siglo los mineros se dejaban buena parte de su vida sin apenas ver la luz del sol. Uno de esos lugares es la mina Esperanza, situada apenas a 300 metros de Olmos de Atapuerca. Su recuperación y puesta en valor me parece un gran acierto. Penetrando en su interior se puede llegar a comprender el titánico esfuerzo que hacemos los seres humanos por conseguir lo que necesitamos para continuar con nuestro progreso tecnológico. La visita a la mina Esperanza, que todavía conserva los viejos raíles, las vagonetas de carga y algunas de las herramientas utilizadas hasta bien entrado el siglo XX, está repleta de didáctica para niños, jóvenes y mayores. Sus estrechos pasadizos o los secretos de su compleja estructura te dejan un recuerdo difícil de olvidar.
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