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Cuando los amables seguidores del blog lean estas líneas estaré viajando hacia Córdoba. Me espera el desagradable asunto de testificar como perito en el caso Bretón. Hubiera preferido volver a visitar esta bella ciudad en otras circunstancias; tal vez en primavera, sin el agobio de los calores propios de esta época.

Durante el viaje no dejaré de pensar en el caso y repasaré una y otra vez mis informes. Desde que este terrible suceso llamó a mi puerta por pura casualidad he declinado hacer declaraciones sobre el asunto a los medios de comunicación. Sin embargo, mi perplejidad por la tendencia obsesiva de los seres humanos hacia cuestiones tan desagradables ha ido en aumento. Varios expertos en psicología o psiquiatría se han apresurado a contar ante las cámaras su opinión sobre la personalidad del presunto autor del delito. Las hipótesis son diversas, no siempre coincidentes y se han explicado con todo lujo de detalles.

Sería muy interesante que los mismos u otros expertos nos explicaran las razones del interés de cientos de miles de personas, ciertamente obsesivo y compulsivo, por seguir al detalle éste y otros casos. Nuestra mente es un universo desconocido y contradictorio. Nos atrae la belleza, quizá desde hace miles de años. Nos fascina contemplar un cálido amanecer, el suave sonido de las olas al morir en la arena de una playa o el cautivador colorido de un bosque otoñal; pero también somos proclives a deleitarnos con la fealdad, la crueldad y las desgracias ajenas.