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Los expertos se preguntan por los motivos que han llevado a muchas especies de mamíferos a practicar la monogamia. Por descontado, las hipótesis son muy variadas y algunas se mueven en el resbaladizo terreno de la especulación. En apariencia nuestra especie es monógama. Pero esta es solo una percepción que tenemos algunos grupos humanos, debido a la cultura en la que desarrollamos nuestra existencia. Sabemos que en muchas culturas existen otras formas de relación entre los dos sexos, de manera abierta o más o menos encubierta.
Con las evidencias disponibles, un simple reflexión nos lleva a pensar que la monogamia no es patrimonio del comportamiento de Homo sapiens. Tampoco lo es de los chimpancés, con quienes compartimos un ancestro común. Dejaremos a un lado a la especie Pan paniscus (bonobos), cuya sexualidad ha derivado hacia una forma muy interesante y particular. En la especie Pan troglodytes, el llamado chimpancé común, el comportamiento con respecto a las relaciones entre los dos sexos es tan variado como en nuestra especie, aunque resulta difícil saber si unos y otros respondemos al mismo patrón.
Los machos de Pan troglodytes son muy permisivos con los otros machos de su clan, sencillamente porque todos ellos están emparentados. No así las hembras, que cambian de grupo para evitar la endogamia de las poblaciones. Aunque en el chimpancé común también se observan casos de monogamia, lo realmente importante es que los genes de un determinado clan de machos estén presentes en la siguiente generación. Todo muy básico y bien dirigido.
Los humanos estamos fuertemente impregnados por nuestras respectivas culturas, que dominan el comportamiento esencial. Tanto si practicamos la monogamia como si elegimos otra forma de relación, la cultura que se nos inculca desde la cuna habrá tenido mucho que ver en la elección. De ahí la dificultad para que los expertos se pongan de acuerdo en aceptar una hipótesis que explique nuestro comportamiento con respecto al sexo, al margen de las influencias culturales.