El control y la socialización del fuego se consiguieron muy probablemente hace unos 400.000 años. El fuego nos ayudó a sobrellevar las frías noches de las regiones del hemisferio norte, alargó las horas de luz y nos ayudó en la defensa contra los predadores. En torno a buena hoguera impulsamos el intercambio de ideas, la transmisión oral de conocimientos y probablemente mejoramos las expresiones de nuestros lenguajes atávicos. Para terminar, y no menos importante, los alimentos cocinados en el fuego mejoraron su digestibilidad. El fuego ha sido una de la claves culturales de nuestra evolución ¿Quién no se ha quedado embrujado ante la contemplación de un leño ardiendo en una buena chimenea?
Por desgracia, también utilizamos el fuego para destruir el medio ambiente o para hacernos daño los unos a los otros. Que gran noticia sería terminar un verano sin contemplar la destrucción de nuestros bosques con fuegos (la inmensa mayoría intencionados o por descuidos imcomprensibles), que solo producen una devastación absurda de nuestro patrimonio natural.
Es una posibilidad muy real aunque desagradable resumir así la historia del planeta: tras inventar el fuego, el hombre le pegó fuego a la vegetación de todo el planeta, para cazar y para plantar sus campos donde había bosques. Como no aprendamos a vivir montando menos hogueras, vamos buenos.