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Se dice que “los ojos son el espejo del alma”. Esta metáfora sugiere la transferencia de información compleja desde unos individuos hacia los demás a través de su mirada. Y ciertamente, así es, como todos sabemos muy bien. A diferencia de otros primates, los humanos somos capaces de comunicar una gran cantidad de información a los demás sobre nuestro estado de ánimo (alegría, tristeza, sorpresa, odio, admiración, etc., etc.). Y lo hacemos gracias al color blanco de nuestra esclerótica. Esta membrana gruesa, formada en su mayor parte por fibras de colágeno, da forma al globo ocular y tiene un color generalmente muy blanco, sobre el que destacan el iris y la pupila.

Somos la especie de primate vivo más social que se conoce y tal vez la más social que haya existido hasta ahora. Nos valemos de nuestras adaptaciones biológicas para llevar a cabo la comunicación entre los diferentes miembros del grupo. El lenguaje complejo es la adaptación más obvia, pero no es menos importante la gran capacidad de expresión facial, y en particular la transmisión de información a través de los ojos, o la comunicación mediante el movimiento de las manos y el propio cuerpo. Todos sabemos que una persona sin audición puede comprender perfectamente el lenguaje de los signos. Volviendo a los ojos, el hecho de que la pupila y el iris destaquen claramente sobre la esclerótica facilita la labor de comunicación a través de la mirada. Los chimpancés, nuestros primos hermanos más próximos, tienen la esclerótica de color pardo oscuro, y no parecen capaces de transmitir una información tan rica en matices a través de la mirada. Los primatólogos tratan de validar estas preguntas a través de sus experiencias con éstos y otros primates.

Se discute mucho sobre la fiabilidad de las reconstrucciones de las especies pretéritas de homínidos que realizan los expertos. Los huesos fósiles facilitan esa labor y los mejores en ese campo llevan a cabo un trabajo admirable. Se puede debatir sobre la distribución de la pilosidad corporal o el color de la piel, pero no sobre el aspecto general del espécimen en cuestión. Lo curioso es que, de manera sistemática, todas las reconstrucciones de los homínidos presentan a los sujetos con la esclerótica de color blanquecino. Así se consigue “humanizar” la mirada, aún en las especies más antiguas. Por ejemplo, todos puede encontrar fácilmente en internet la reconstrucción de Ardi (Ardipithecus ramidus) del maestro Jay Matternes, una especie sobre la que redacté algunas líneas hace varios días. Este hominino puede tener hasta cinco millones de años y nadie puede asegurar que se valiera de la mirada para mejorar su comunicación con otros individuos de su misma especie.

También resulta fascinante la forma en que los expertos en dibujos animados humanizan a sus personajes. Por descontado, todos los protagonistas “no-humanos” de estos dibujos deben tener los ojos próximos y en posición frontal; pero además el iris debe destacar sobre una esclerótica grande y blanca. Sólo de esa manera, el conejo Bugs Bunny, la genial creación de Tex Avery, es capaz de transmitir de una manera inequívoca sus miradas de astucia, ironía, picardía, disgusto o despiste intencionado. Quizá esta es una buena manera de contrastar la hipótesis social de la expresión ocular.