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Hace un par de días tuvo el honor de presentar el último libro de Eudald Carbonell, buen amigo y compañero en la tarea de dirigir el proyecto Atapuerca. Este libro (“El arqueólogo y el futuro”, Now BOOKS) es entrañable y sorprendente, porque contiene una serie de cartas dirigidas a su hijo de tres años. Eudald y un servidor ya hemos superado la barrera de los sesenta y ambos compartimos la inmensa suerte de tener un hijo pequeño (en mi caso un año y medio). Como siempre digo, somos padres-abuelos. Disfrutamos la paternidad de un modo diferente, por muchas razones. Sabemos que nuestro tiempo se acaba y aprovechamos cada minuto para disfrutar de nuestros hijos. Ese hecho también nos aterra. Es muy probable que no tengamos tiempo suficiente para ver a nuestros hijos con su vida resuelta, un objetivo que la inmensa mayoría de padres y madres desean más que nada en el mundo.

Inicié mi presentación del libro de Eudald recordando la primera entrega de la película de Superman, estrenada en 1978 y protagonizada por el actor Christopher Reeve. Los lectores que hayan visto esa película recordarán la escena en la que el protagonista asume por primera vez su identidad en el polo norte, tras construir un gran edificio de hielo gracias a la tecnología que sus padres biológicos le dejaron en la nave que le condujo a la Tierra tras la destrucción del planeta Kripton. El padre de Superman (Marlon Brando) aparece como un holograma, para contarle a su hijo la larga historia de su planeta de origen. A las infinitas enseñanzas de los conocimientos acumulados por la cultura de Kripton siguen los buenos consejos de un padre, que sabe que su hijo nunca lo conocerá en persona.

Se que Eudald no se inspiró en esta película para escribir su libro, aunque exista un gran paralelismo en el objetivo. Sus cartas están escritas desde el corazón. Sus pensamientos están sintetizados en el libro de una manera sencilla, como lo  suele hacer un padre cuando dialoga con sus hijos. En ningún caso Eudald pretende adoctrinar a su hijo. Más bien al contrario. Cada una de las cartas que contiene el libro trata de temas sobre el que el padre ha reflexionado largamente a lo largo de su vida: el amor, la amistad, el sexo, la política, la ciencia, la justicia social, la ética, la familia, la vejez, etc. Eudald se desnuda ante su hijo, para que él sepa de primera mano como ha pensado y como ha desarrollado su vida. No hay quizá mejor herencia y legado que alguien tan próximo te deje un relato de sus experiencias, de sus aciertos y de sus errores.

Salvo que escribas tu autobiografía (o alguien la escriba por ti) el recuerdo de la inmensa mayoría de las personas desaparece solo en dos generaciones ¿Quién recuerda a sus bisabuelos?, ¿qué queda de lo que hicieron o pensaron nuestros abuelos?, ¿quiénes sino los hijos y algunos familiares cercanos recuerdan a unos padres cuando fallecen?

Como es lógico, no solo he leído todos los libros de Eudald, sino que he compartido la redacción de uno de ellos y he debatido largo y tendido sobre su pensamiento filosófico, social o político. Un verdadero privilegio. Pero en este libro Eudald se muestra tal y como es, con la mayor sinceridad y con la experiencia de 60 años de vida a sus espaldas. No podía ser de otra manera, cuando el destinatario es su hijo. Pero los mensajes de esas cartas sirven para todos; para los miembros de esta generación y los de las generaciones venideras; para los más jóvenes y para los más mayores. Toda una lección vital de un ser humano que ha viajado por todo el mundo, que ha conocido y compartido el modo de vida de las tribus cazadoras y recolectoras que aún quedan en el planeta, que ha conocido a grandes personajes de la política, la filosofía o de las diferentes religiones y, sobre todo, que lleva décadas reflexionando sobre nuestro pasado, nuestro presente y nuestro futuro. Ojalá nuestros hijos puedan disfrutar de un mundo diferente, más justo y equitativo. Si no es así, es posible que los mensajes de Eudald nunca lleguen a su destinatario.