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Restos fósiles hallados en 1891 por Eugène Dubois en la isla de Java.

En 1891 el médico holandés Eugène Dubois encontró los restos fósiles de su eslabón perdido en la isla de Java. Así empezaba la historia de una especie humana, que no ha dejado de generar polémicas durante más de un siglo. El Pithecanthropus erectus descrito por Dubois en 1894 pasó finalmente a ser conocido como Homo erectus, una vez que Ernst Mayr consiguió sintetizar la gran cantidad de nombres de géneros y especies acuñados por los expertos. Esto sucedía en 1950, cuando todavía se conocían muy pocos yacimientos y el registro fósil de homininos era relativamente manejable. Desde entonces, la especie Homo erectus se hizo tremendamente popular y fue incluyendo docenas de restos fósiles encontrados en África, Asia y Europa. La especie se fue convirtiendo en un verdadero cajón de sastre, donde cabían la mayoría de los homininos con una antigüedad inferior a los dos millones de años. Fuera de aquel cajón quedaron los neandertales y sus ancestros europeos, porque su aspecto se aproximaba al de la humanidad moderna. Así fue como el género Homo terminó por clasificarse en tres especies: Homo habilis, descrita en 1964 por Richard Leakey, Philip Tobias y John Napier, Homo erectus y Homo sapiens. Las tres especies formaban la genealogía humana.

En los años ochenta del siglo XX algunos expertos comenzaron a tener dudas sobre este modelo evolutivo lineal (anagenético) y sobre el contenido del cajón de sastre de Homo erectus. La síntesis de Ernst Mayr puso orden en el caos de nombres de géneros y especies, pero tal vez era tiempo de reconsiderar su modelo. De este modo surgió la actual confrontación entre los partidarios de mantener un número muy limitado de especies en el género Homo (lumpers) y los que consideran una mayor diversidad de especies (splitters). El debate entre unos y otros se ha centrado sobre todo en la especie Homo erectus.

Esta especie ganó mucha fuerza con el descubrimiento y explotación del yacimiento de Zhoukoudian, situado a 40 kilómetros de Pekín. La extraordinaria historia de este yacimiento y el destino de sus fósiles es digna de un capítulo aparte en la historia de las investigaciones sobre la evolución humana. Los fósiles humanos encontrados en Zhoukoudian durante los años treinta del siglo XX, que inicialmente fueron clasificados bajo la denominación de Sinanthropus pekinensis, llegaron a ser los representantes por excelencia de la especie Homo erectus. La segunda guerra mundial y sus secuelas políticas alejaron en gran medida a China del mundo occidental. Ese alejamiento tuvo repercusiones muy importantes que, entre otros muchos aspectos, afectaron al mundo de la ciencia. Los yacimientos de China fueron acumulando evidencias de la presencia continuada de homininos en aquel vasto territorio, que llegaban de manera esporádica a las revistas científicas del mundo occidental.

A pesar de que algunos investigadores fueron capaces de reconocer una cierta diversidad en el registro fósil humano de Asia, se aceptó sin mayores problemas que la especie Homo erectus colonizó todos los lugares habitables del continente. Puesto que la información procedente de China fue siempre muy limitada, se creó un extraño consenso entre los especialistas, que acallaba cualquier intento crítico de comprender la historia evolutiva de la humanidad en el enorme continente asiático. Homo erectus colonizó toda Asia en el Pleistoceno inferior y acabó por desaparecer con la llegada de nuestra especie.  Es más, la inmensa mayoría de fósiles africanos del género Homo con más de 500.000 años de antigüedad fueron incluidos en la variedad africana de la especie Homo erectus. Los intentos de clasificar en esta especie a los fósiles europeos no obtuvieron tanto consenso, puesto que había en ellos elementos morfológicos algo diferentes. En cualquier caso, Homo erectus ha llegado a ser considerada una especie cosmopolita, con una antigüedad entre al menos 1,8 millones de años (yacimiento de Dmanisi, República de Georgia) y unos 100.000 años, la antigüedad de ciertos yacimientos de China y la isla de Java (Ngandong).

Esta idea simplista ha calado hondo entre los prehistoriadores ajenos al debate taxonómico. Para ellos, ni la nomenclatura ni lo que llamamos “escenarios evolutivos” tienen el mayor interés. Sin embargo, los expertos en taxonomía y los que deseamos averiguar o aproximarnos a la verdadera historia evolutiva del género Homo reconocemos que existe una variabilidad morfológica en Homo erectus digna de tenerse en consideración. Esta variabilidad no solo interesa a los fósiles africanos, que para muchos representan una especie diferente, Homo ergaster, sino que la historia evolutiva de Asia puede ser mucho más compleja de lo que pensamos. Al fin y al cabo, esa historia nació de un consenso impuesto por las circunstancias. Las evidencias que poco a poco llegan de China están amplificando la foto fija que teníamos de Asia y los detalles se hacen cada vez más visibles. Además, ya no nos fijamos solo en la morfología de los fósiles, sino que estamos poniendo sobre la mesa datos que antes no se tenían en cuenta y que afectaron sin duda a la historia de los humanos del pasado ¿Qué sabemos del clima, de las barreras geográficas o de las especies competidoras y de su influencia en la movilidad y la distribución de los homininos? ¿Se produjeron aislamientos prolongados de poblaciones, que acabaron por producir especies o subespecies? Los casos de la isla de Flores o del yacimiento de Denisova nos están abriendo los ojos a una nueva dimensión.

A pesar de que la integridad de Homo erectus, como una super-especie cosmopolita con variaciones regionales, sigue siendo defendida por expertos de gran influencia en el ámbito de la evolución humana es quizá momento de plantearse modelos alternativos. El debate sobre la unicidad de la especie Homo erectus es estéril si solo nos fijamos en la morfología del cráneo o de los dientes. En 1994 tuve oportunidad de asistir a un congreso de Frankfurt, con motivo del centenario de Homo erectus. El congreso se centró en las características morfológicas de la especie y, por descontado, no hubo acuerdo entre los contendientes. Ahora, 20 años más tarde, pienso que aquel congreso tendría que repetirse con la asistencia de expertos en paleogeografía, paleoclimatología y paleoecología, que nos ilustrarían sobre cuanto se conoce en la actualidad sobre estas disciplinas y su influencia en la distribución de los homininos en el planeta. Además, y a pesar del entrenamiento, nuestra mente sigue siendo incapaz de asimilar el factor tiempo, como un elemento fundamental para comprender la historia evolutiva de la humanidad. Esa historia ha estado plagada de circunstancias que quizá nunca lleguemos a conocer. En mi opinión, el debate sobre la especie Homo erectus es el mejor ejemplo de nuestra ignorancia sobre la evolución de nuestros ancestros.