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Miembros del equipo de Atapuerca en el Instituto Senckenberg de Frankfurt, estudiando los fósiles de Sangiran recuperados por G.H.R. von Koenigswald.

El hallazgo de Eugène Dubois de su “eslabón perdido” en la isla de Java a finales del siglo XIX fue objeto de polémica durante muchos años. Sin embargo, nadie se ocupó de contrastar la hipótesis de este médico holandés. Su Pithecanthropus erectus pasó sin pena ni gloria, olvidado en algún cajón y relegado al ostracismo por los deslumbrantes hallazgos en el yacimiento chino de Zhoukoudian. Pero la penalidades de Dubois para conseguir su propósito quedaron en la memoria de científicos alemanes y holandeses. Nunca ha sido sencillo conseguir fondos para promover expediciones científicas, pero el problema de aquellos años era la falta de equipos científicos bien preparados y organizados. La ciencia era cosa de personas adineradas, capaces de costearse una buena formación. Esa formación comprendía todos los saberes de la época en una determinada disciplina, reunidos en la mente de unos pocos privilegiados. Esta forma de trabajar en ciencia es impensanble en el siglo XXI y de ahí nuestro enorme progreso en la últimas décadas.

Finalmente, las investigaciones en la isla de Java se reactivaron en los años treinta del siglo XX. El paleontólogo y geólogo berlinés Gustav Heinrich Ralph von Koenigswald (1902-1982) fue unos de los principales protagonistas de una de las historias más increibles de las investigaciones en Java. Von Koenigswald llegó a la Isla en 1930 financiado por la “Carnegie Foundation” con la idea de estudiar la geología de los yacimientos y buscar nuevos fósiles humanos. En aquellos años, este tipo de investigaciones carecía de las ciencias auxiliares que permiten establecer el contexto temporal de los hallazgos y, como expliqué en el párrafo anterior, los equipos humanos se reducían al investigador experto y a sus ayudantes de campo, oriundos y conocedores de las regiones exploradas.

El investigador alemán no tuvo la suerte de Dubois y pudo quedarse con las manos vacías de no ser por su ingenio y habilidad para negociar con los granjeros de la región de la Colina de Sangiran. Con la subvención concedida se le ocurrió la idea de pagar a los granjeros para que le ayudasen a encontrar buenos fósiles. Puedo imaginar la perplejidad de los lugareños por el interés de aquel europeo en localizar viejos trozos de huesos, que para ellos carecían de valor. Pero cada uno tiene sus manías y los granjeros no desaprovecharon la ocasión de hacer un buen negocio a costa de aquel extranjero. Finalmente, en 1936 von Koenigswald vio recompensada su estrategia. Le entregaron un fragmento de mandíbula, que hoy día se conoce como Sangirán 1, y pagó lo estipulado por ella. Este hecho animó a otros granjeros, que durante algún tiempo le fueron proporcionando fragmentos de un cráneo (Sangiran 2). Von Koenigswald estaba feliz. Los trozos encajaban entre sí y poco a poco fue reconstruyendo un cráneo muy similar al encontrado por Eugène Dubois en 1891. Lo que el investigador alemán no sabía es que los avispados granjeros, habían roto el cráneo en varios pedazos para cobrar cada uno de ellos por separado.

Von Koenigswald se dio cuenta del engaño y decidió incrementar la oferta económica por especímenes completos. Por supuesto, esta estrategía dio resultado, pero los yacimientos se convirtieron en lugares celosamente guardados en secreto, a los que von Koenigswald nunca pudo acceder. La rica colección de fósiles humanos recolectados por los granjeros durante aquellos años en la Colina de Sangiran se conserva en el Instituto Senckenberg de Frankfurt. La colección es impresionante, pero su valor científico es limitado. Se sabe muy poco sobre su procedencia en los diferentes niveles geológicos de la estratigrafía del yacimiento de Sangirán. El aspecto de los fósiles que recolectó von Koenigswald es realmente llamativo. Algunas mándíbulas tiene un aspecto masivo, con dientes de aspecto primitivo y de gran tamaño. Estos fósiles han originado polémicas muy interesantes sobre la posibilidad de que los australopitecos abandonaran África hace más de dos millones de años y recalaran en el sudeste asiático antes de que lo hiciera el género Homo. Los nombres científicos asignados a estos fósiles cubren una larga lista de géneros y especies diferentes (un ejemplo es Meganthropus paleojavanicus). Hoy en día se ha llegado al consenso de incluir a todos ellos en la especie Homo erectus, pero siempre nos quedará la duda sobre su antigüedad, su procedencia y su asignación taxonómica. Nadie puede asegurar que la isla de Java fuera colonizada en una única oleada de población, cuando la inmensa región de Sunda quedaba perídicamente unida al continente durante las épocas glaciales.

En la actualidad las subvenciones que conceden las instituciones públicas y privadas para fines científicos pasan por controles muy estrictos y su justificación exige facturas en regla, aún si el trabajo se lleva a cabo en países poco desarrollados. Los negocios de von Koenigswald serían impensables en el siglo XXI, y no solo por cuestiones de legalidad, sino por su falta de rigor científico.